MICRORRELATO
−22−
«TRUCOS DE LA MAREA»
Desde
el agua ascendía un torbellino de niebla, y el «Buona Esperanza»
navegaba a muy
buen ritmo. No había luna, pero las estrellas aparecían desperdigadas por el cielo
semejantes a diamantes sobre un confín de terciopelo negro y el agua despedía una suave
luminosidad.
buen ritmo. No había luna, pero las estrellas aparecían desperdigadas por el cielo
semejantes a diamantes sobre un confín de terciopelo negro y el agua despedía una suave
luminosidad.
El hombre permanecía sentado, en silencio, la mano izquierda hundida en el bolsillo del
capote, y la derecha en el timón. Contemplando las olas que iban rozando sus
pensamientos, degastando sus preocupaciones: el subsidio de paro, unas propiedades con
precio de locura, el futuro empaquetado, envenenado, de escasas perspectivas. Pero,
entre todos estos pensamientos, que ocupaban su mente cada día, estaban esas jóvenes de
largas piernas que andaban por el paseo marítimo con sus pechos sin sujetador saltando
bajo finas camisetas de algodón.
Llevado por estos pensamientos desembocó en un estrecho canal. Los juncos se alzaban
entre la bruma a cada lado, semejantes a pálidos fantasmas, y el único sonido era el
constante matraqueo del motor fuera borda.
De repente, sintió cómo un frío polar invadía su estómago. Descubrió a una mujer flotando
río abajo, yacía silenciosamente entre los cañaverales, meciéndose suavemente en aguas
poco profundas. Al acercarse, le llegó el hedor del pantano denso y penetrante.
No parecía una mujer, y sin embargo no podía ser otra cosa. La muerte la cubría por
completo: en los multicolores dibujos de su pecho golpeado, el morado berenjena sobre el
blanco sin sangre; en los ojos fuera de las cuencas, por lo que tenía la expresión
desorbitada de un pez tropical.
Paró el motor y empezó a despojarse de sus ropas. Conservó la camisa, el slip y los
zapatos para resguardarse de rozaduras, saltó por la borda y avanzó hacía la ahogada.
Rodeó a la mujer con sus brazos y le pareció que ella le abrazaba, como si hubiera estado
esperándole… Casi podía ver su silenciosa sonrisa… ¡Oír su dulce voz…!
―Ven conmigo, ―decía la mujer―. Vamos a nadar juntos, no debes tener miedo.
El río, la vegetación, el mundo entero se desvanecía… Sólo oía su cándida voz,
susurrándole cada vez más deprisa al oído.
La mujer ―tan bella y deseable en vida― exhibía una mueca tensa en la muerte. Su pelo
estaba enmarañado y manchado de fango, pegado a un rostro hinchado. La boca abierta,
la barbilla retraída como si estuviera sonriendo.
Entonces notó el cuerpo de la mujer agitarse en turbulencia dentro de la profundidad del
agua, y el hombre fue sorbido hacia abajo. No podía encontrar el fondo, no podía recordar
qué lado era arriba, y no tenía aire en los pulmones.
Se hundió al espacio vacío; cayó y cayó hasta que la economía y la belleza de las jóvenes
mujeres concluyeron de repente. Su boca estaba lo suficientemente abierta como para
permitir que un chorro de burbujas saliera de su garganta.
Es un honor para mí, formar parte del blog del doctor Clock, donde hay una extraordinaria selección de relatos del género. Un saludo grande. ―Seudónimo: Vicente Sáez Vachss―
ResponderEliminarun gran honor para nosotros que estes en nuestro universo de terror
ResponderEliminargracias a vos amigo