LA FUENTE DEL VAMPIRO
Corre el año 1875, en un
pequeño pueblecito situado a unos doce kilómetros al Sur de
Londres, Inglaterra.
De una vieja posada llamada
“La Joya de la Corona” sale un hombre joven de nombre Brown, no
tendrá ni treinta años.
Es alto, de aspecto fuerte.
Ojos azules y cabello rubio y liso pulcramente peinado hacia atrás.
Viste un traje de color gris
perla y se cubre la cabeza con una chistera del mismo color.
En su mano derecha lleva un
bastón con empuñadura de marfil.
Le acompaña un caballero
bastante mayor que él, llamado McDowells. Algo más alto que él,
casi un gigante de cerca de dos metros de estatura y extremadamente
delgado y pálido, lo que le confiere un aspecto un tanto siniestro.
Sus cabellos son grises y de
mirada triste y sin brillo sus ojos negros y hundidos.
Lleva puesto un traje
totalmente negro y una enorme capa, también negra, cubre sus
delgadas espaldas.
No han andado unos cincuenta
pasos, cuando McDowells se detiene para decir con voz profunda y
cavernosa.
―Pues sí, mi joven amigo.
A medio camino entre este pueblo y Peacetown se encuentra la “Fuente
del Vampiro”.
―¡Vaya! –Exclama Brown,
clavando en su compañero una divertida mirada―. Curioso nombre
para una fuente.
―Está claro –replica
McDowells con el semblante mortalmente serio―, que no conoce la
historia de dicha fuente. ¿Me equivoco?
―No –responde el más
joven de los dos para pedir seguidamente―: Haga el favor, amigo
McDowells, de contarme esa historia.
El otro se detiene
nuevamente, ya que habían iniciado otra vez su paseo, para recordar
unos hechos acaecidos hace años y comienza a hablar.
―Bien. Hace casi un siglo,
un hombre muy poderoso, cuyo nombre no logro recordar, durante un
paseo por la carretera que une este lugar y Peacetown, encontró un
manantial de agua potable, fresca y clara.
Cuando regresó aquella noche
a su lujosa mansión ya lo había decidido.
Construiría una preciosa
fuente en torno al manantial recién encontrado.
Por desgracia, y como suele
suceder con este tipo de gente, el caballero protagonista de nuestra
historia, no sólo era muy poderoso, además era sumamente cruel para
con sus semejantes, por lo que nadie en el pueblo ni en los
alrededores aceptó trabajar para él.
Pero nuestro hombre no era
fácil de amedrentar.
Ansiaba tener su fuente y,
costase lo que costase, tendría su fuente, aunque para ello tuviera
que vender su alma al mismísimo Lucifer.
Y eso es precisamente lo que
hizo.
Al oír esto, el más joven
de los dos, nota como un leve escalofrío recorre su espina dorsal.
―El hombre ofreció su alma
al Diablo a cambio de que éste le construyese la ansiada fuente.
Dos noches tardó el Maligno
en completar el trabajo y en presentarse en la mansión de su
contratador a cobrarse su deuda.
―Lo siento, Lucifer –le
respondió el hombre mientras se cubría con un bello crucifijo de
plata―. En este momento no puedo entregarte mi alma, otra vez será.
Al escuchar esto, el Maligno
montó en cólera y lo maldijo.
―¿Cómo? –Pregunta Brown
que, muy a su pesar, comienza a interesarse por el relato.
―Según cuenta, lo hizo
desaparecer y lo introdujo en la fuente que tanto ansiaba,
transformándolo en vampiro.
―¡Vaya! –Ante esta
revelación, Brown enarca una ceja con expresión divertida―. Se
podría decir que se complicó la vida.
―Sí –responde McDowells
secamente―. Pasado el tiempo, una vez los lugareños se enteraron
de todo el asunto del pacto diabólico, tomaron la decisión de no
beber agua de la fuente.
―¡Qué tontería! –Replica
Brown visiblemente divertido por la historia que acaba de escuchar.
―Puede usted pensar lo que
quiera, mi joven amigo –continúa hablando McDowells haciendo caso
omiso del jocoso comentario de su compañero―. Pero lo cierto es
que hace unos sesenta años llegó a este pueblo otro hombre, tan
incrédulo y escéptico como usted y que, como es natural, no hizo
caso de las advertencias de la gente del lugar y se acercó a beber a
la fuente –hace una pausa y queda mirando a su interlocutor,
esperando quizás la reacción de éste.
―Continúe, por favor –pide
Brown, quien ha vuelto a interesarse por el relato.
―Cuando este viajero se
acercó a la fuente y empezó a beber, se dio cuenta de que el agua
que manaba del manantial se había convertido en sangre, sin embargo
y presa ya de la maldición, siguió bebiendo hasta saciar su sed,
sin saber que lo que había bebido no era otra cosa que su propia
sangre.
Aquella misma noche lo
encontraron muerto en la posada donde se hospedaba, sin gota de
sangre en las venas.
Tres noches más tarde, y
según la tradición, volvía a la vida convertido en un vampiro
sediento de sangre.
En su andadura, ambos hombres
han llegado a una zona del pueblo poco iluminada y menos transitada y
Brown aprovecha para detenerse y decirle a su compañero…
―Realmente es un relato
interesante. ¿Pero cree de verdad que hay algo de cierto en él?
McDowells, como toda
respuesta se abalanza sobre su compañero más joven, sus ojos rojos
como la sangre y la boca abierta, mostrando sus afilados colmillos al
tiempo que sisea…
―Claro que me lo creo, mi
joven amigo. Porque yo era aquel hombre.
FIN
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