lunes, 1 de septiembre de 2014

Gregorio Garcia Sanchez




EL MAULLIDO DEL GATO

Se que vos no creéis en espantos y apariciones;
sin embargo hará bien a mi espíritu el contaros esta narración.
En verdad no se si a la luz de estas velas, sea mi puño quien tiemble,
o sean los destellos de las ceras quienes nublan mi letra.
Aún así; os contaré ésta historia. Para que cuando por las noches,
sobre todo en aquellas en las de luna nueva; llamadas así por los eminentes astrónomos; vos oís el maullido de algún gato,
que por obra de alguien ajeno a este mundo
parece también al llanto de los infantes; vos no lo creáis de vera,
y que Dios os guarde bajo su santa mano,
para que no os pase lo que a mi ocurrió...

Soy Don Francisco de Torrijos y Fuentes, y desciendo de ilustre familia de la gran Castilla, en la provuncia de Logroño.
Llegué a la Nueva España en el año de Nuestro Señor Jesus Cristo de 1548, a la edad de 18 años. Con más esperanzas que reales en los bolsillos y, gracias a la divina providencia llevo aquí 32 años sirviendo a Dios y a vuestra merced. Pero bien se que mi alma no tendrá reposo hasta que os cuente lo sucedido.

II.

Ocurriose una tarde tranquila de otoño. Cuando un servidor preparabase para tomar la merienda. De repente , la Chacha Tomasa; quien es Mayora de Servidumbre, llamó la atención a Juana la menor por haber llevado un gatito a la casa; lo cual molestome de sobremanera, ya que nunca he permitido animales dentro de ésta vuestra su casa, pues para ello hay, lugares adecuados. Así pues ordené inmediatamente conocer al animalillo. Cual no sería mi sorpresa al ver un tierno gatillo de pelaje brillante; aunque no parecido a aquellos de angora, ni a los persas tan de moda en la corte del Virrey: Don Martín Enriquez de Almanza. No; este era de poco pelambre, de patas gruesas, fuertes y de orejas puntiagudas. Pero lo más notable de su apariencia era su cola, tan corta como escazos tres dedos, la cual movía graciosamente.
Conmovido por el desvalido; ordené que lo llevasen al establo y le acomodaran un pequeño cajón de madera (que los naturales llaman huacal), para que viviese bien. Olvidando el asunto, dedicome a los asuntos de mi venia y vos comprenderéis que no volví a acordarme del miníno. Más cual sería mi sorpresa, cuando días despues escuché por las noches, el llanto de un niño de pecho en la azotea. Pregunté a la servidumbre de quién sería esa criatura que tanto sufría en horas de santo descanso, y me contestaron que era el gatito, que por las noches maullaba a la luna escondida, igual que hacían sus ancestros desde hace mucho tiempo ha. Les ordené que sí el animal continuaba con su cántico nocturno deberían sacrificarle; ya que a los vecinos no les gustaría ver interrumpido su merecido sueño por los ruidos inocentes y al mismo tiempo tenebrosos producidos por dicho animal.
Al parecer las criadas cumplieron bien con mis ordenes, porque ya no se escucharon esos sonidos; que más que maullidos o llantos, parecian aullidos salidos del más profundo averno maldito. En do las almas que no alcanzan el perdón de Nuestro Señor, sufren por sus fechorias y maldades cometidas en vida; los más terribles e inenarrables castigos que cualquier espíritu de bien no podría imaginar jamás.
Así; pareciese que el problema hubiese acabado, y así fue por varios años, hasta la fecha de Nuestro Señor del 15 de setiembre de 1580, cuando por espacio de 3 meses y cada quince días; volviose a escuchar ya no uno, sino dos gatos peleandose por su territorio en las azoteas de nuestro grandioso Distrito de Colombia.1
Preocupado por saber si era el miníno de la sirvienta, le pregunté que sabía al respecto. Me contestó muy afligida de que no tenía idea si era él, ya que hacía muchos años lo había dejado abandonado en el llamado Callejón del Sapo, con la esperanza de que no regresara jamás. Pero que también se murmuraba entre la servidumbre de diferentes casonas, que era el espíritu del nagual, quien ambula en las noches por los caminos solitarios protegiendo las almas de los naturales, contra todo invasor o intruso que maltrate a los indígenas de Méjico; el cual se encontraba en la ciudad, buscando venganza por los abusos de los penisulares hacia los humildes.
Inquiriendole nuevamente por su aflicción, me dijo que se debía al hecho maldito, que hacia ya un buen tiempo, estaban desapareciendo infantes de pecho por diversas calles aledañas a la de donde vive vuestro servidor. Que se atribuian a tal espíritu, y ella, con su primer bebé de meses apenas, se encontraba muy angustiada con tal situación.
Pareciese que no fueran suficiente las calamidades que asolaban la ciudad; como las grandes inundaciones que padeciamos, o la terrible epidemia que surgío pocos años ha. Sin embargo, le dije que no se preocupara porque yo me haría cargo del problema, ya que en parte era responsable del nacimiento de ese niño.

Esperé impaciente esa funesta fecha de calendario. Cuando su noche es la más oscura de todo el mes. Armado con un buen arcabuz, oía pasar el tiempo del reloj de la chimenea. Los segundos pasaban lentamente, los minutos parecían no querer morir jamás y las horas duraban una eternidad.
Casi al sonar la medianoche me encontraba dormitando, con el arma por caerse de mi mano. Cuando de repente, oí los lúgubres maullidos que sonaban cada vez más fuerte dentro de mi propiedad. Al principio parecían provenir del patio principal; por do esta la fuente. No sin temor, amartillé el arcabuz y me acerqué lentamente a la puerta. Sentí un terrible hormigueo por toda la piel de mi cuerpo. Pues presentía que algo no natural rondaba el ambiente. Al tomar el pomo de la puerta; sufrí un espantoso sobresalto, pues en ese preciso momento se escuchó una riña entre gatos, que duró escasos segundos pero parecierome eternidades. Con el corazón saltandome en el pecho, abrí resueltamente la puerta y salí con el arma en mano.
Todo estaba tranquilo. Solo se oyó el correr de unos piecesillos más ligeros que el viento; alejandose hacia no se que dirección.
Al acercarme a la fuente; ví un gato grande, pero todo negro. Respiraba con dificultad y estaba próximo a fallecer, pues tenía las entrañas de fuera; como si un gran animal le hubiera asestado con una garra poderosa, un zarpazo en el vientre.
Al verlo detenidamente noté que su faz era un amasijo de carne y sangre. Los ojos los tenía botados, no se le veía la nariz y una de sus orejas le colgaba tan solo sostenida por escaso pelambre.
Sentí de nuevo ese erizamiento en la piel que aparece cuando los espectros nocturnos desambulan por el mundo de los vivos, busacndo calmar una pena que nunca desaparecerá; y sentí tal escalofrío, pues sabía que esa presencia inhumana aún rondaba mi propiedad.
Aguzando la vista, creí percibir en la azotea, una sombra que corría velozmente hacia los cuartos de la servidumbre. Corrí lo más rápido que me permitía mi avanzada edad, cuando escuche el grito de histeria de la mucama Juana.
Al llegar a su habitación. Entre sollozos me dijo que el espectro enorme de un gato se había robado a su bebé. Desesperado corrí hacia la azotea. En ese preciso instante se escuchaba otra riña gatuna. Creo que voz comprenderéis el cansancio y la angustia sentida por mi en esos momentos. Pero no me importaba, debía rescatar al niño de "eso", o lo que fuera.
Al prestar mayor atención a los sonidos, comprendí que no eran dos gatos peleandose, sino uno solo, porque el otro sonido era en verdad el de un niño llorando desvalidamente. Con el espanto en mi alma, me dí cuenta que provenían de un cuartucho de madera, cuyo empleo era el de bodega para guardar cosas en desuso.
Entré con el terror recorriendo toda mi espina dorsal, maldiciendome por no haber subido con alguna lámpara, porque sí la noche era oscura, el cuartucho parecía ser de negrura absoluta. A tientas me fuí guiando hacia do debería estar el pequeño. Flotaba en el ambiente un aroma pestilente como a muerto. Casi llegaba cuando los ví...

III.


...Eran dos llamas fulgurantes que mirandome fijamente, acercabanse lentamente hacia do me encontraba. En esos momentos reinaba ya un aterrador silencio. Al intentar retroceder, tropecé con una viga suelta y caí estrepitosamente. Al tiempo, esas luces centelleantes se abalanzaron sobre mi y sentí mil demonios, que como salidos de lo más profundo del averno me rasguñaban todo el cuerpo. No creo que esas malditas animas del séptimo infierno, descriptas por Dante, sufrieran tanto como yo en esos momentos. Veía por todos lados espectros que me nombraban y gritaban cosas terribles a mi derredor. Lentamente sentí como mi alma escapaba, y huía, separando de mi cuerpo.
De pronto, palpé mi arma a mi derecha. Con dificultad jalé del gatillo y un ruido atronador sonó por toda la ciudad dormida, insensible a lo que en esos momentos ocurría.
Lo último que recuerdo antes de perder el conocimiento; fue el ver salir un animal de proporciones gigantescas, de poco pelambre, con orejas puntiagudas; corriendo ágilmente en patas muy gruesas y de cola no mayor a un palmo, perdiendose entre las sombras de la noche.

IV.

Cuando me recuperé, me encontraba tendido sobre mi cama; tenía todo el cuerpo con cortaduras y magulladuras. La mucama Juana y la anciana Tomasa se encontraban a mi lado. Al preguntarles acerca de lo sucedido, me aclararon mis nublados recuerdos.
Que algún animal o quizá aparición maléfica, había estado robando los niños del barrio; encontrandose éstos al día siguiente de mi desgracia dentro del cuartucho de madera. Incluso, el bebé de la mucama Juana, habíase encontrado con el vientre abierto y sus intestinos semidevorados. Esa noticia fue un golpe terrible para mi…


≈≈≈

Es por eso que escribo estas lineas. Espero que vos comprenderéis porque siempre porto arma. Pues a pesar de que ya no se escuchan por aquí los macabros maullidos. A lo lejos, alla por los cerros que rodean la ciudad. Do el bosque circunda con su infinito verdor la región más transparente. Aún se escucha débilmente en las noches de luna negra; el triste llanto de algún niño perdido…

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