EL
MAULLIDO DEL GATO
Se
que vos no creéis en espantos y apariciones;
sin
embargo hará bien a mi espíritu el contaros esta narración.
En
verdad no se si a la luz de estas velas, sea mi puño quien tiemble,
o
sean los destellos de las ceras quienes nublan mi letra.
Aún
así; os contaré ésta historia. Para que cuando por las noches,
sobre
todo en aquellas en las de luna nueva; llamadas así por los
eminentes astrónomos; vos oís el maullido de algún gato,
que
por obra de alguien ajeno a este mundo
parece
también al llanto de los infantes; vos no lo creáis de vera,
y
que Dios os guarde bajo su santa mano,
para
que no os pase lo que a mi ocurrió...
Soy
Don Francisco de Torrijos y Fuentes, y desciendo de ilustre familia
de la gran Castilla, en la provuncia de Logroño.
Llegué
a la Nueva España en el año de Nuestro Señor Jesus Cristo de 1548,
a la edad de 18 años. Con más esperanzas que reales en los
bolsillos y, gracias a la divina providencia llevo aquí 32 años
sirviendo a Dios y a vuestra merced. Pero bien se que mi alma no
tendrá reposo hasta que os cuente lo sucedido.
II.
Ocurriose
una tarde tranquila de otoño. Cuando un servidor preparabase para
tomar la merienda. De repente , la Chacha Tomasa; quien es Mayora de
Servidumbre, llamó la atención a Juana la menor por haber llevado
un gatito a la casa; lo cual molestome de sobremanera, ya que nunca
he permitido animales dentro de ésta vuestra su casa, pues para ello
hay, lugares adecuados. Así pues ordené inmediatamente conocer al
animalillo. Cual no sería mi sorpresa al ver un tierno gatillo de
pelaje brillante; aunque no parecido a aquellos de angora, ni a los
persas tan de moda en la corte del Virrey: Don Martín Enriquez de
Almanza. No; este era de poco pelambre, de patas gruesas, fuertes y
de orejas puntiagudas. Pero lo más notable de su apariencia era su
cola, tan corta como escazos tres dedos, la cual movía
graciosamente.
Conmovido
por el desvalido; ordené que lo llevasen al establo y le acomodaran
un pequeño cajón de madera (que los naturales llaman huacal), para
que viviese bien. Olvidando el asunto, dedicome a los asuntos de mi
venia y vos comprenderéis que no volví a acordarme del miníno. Más
cual sería mi sorpresa, cuando días despues escuché por las
noches, el llanto de un niño de pecho en la azotea. Pregunté a la
servidumbre de quién sería esa criatura que tanto sufría en horas
de santo descanso, y me contestaron que era el gatito, que por las
noches maullaba a la luna escondida, igual que hacían sus
ancestros desde hace mucho tiempo ha. Les ordené que sí el animal
continuaba con su cántico nocturno deberían sacrificarle; ya que a
los vecinos no les gustaría ver interrumpido su merecido sueño por
los ruidos inocentes y al mismo tiempo tenebrosos producidos por
dicho animal.
Al
parecer las criadas cumplieron bien con mis ordenes, porque ya no se
escucharon esos sonidos; que más que maullidos o llantos, parecian
aullidos salidos del más profundo averno maldito. En do las almas
que no alcanzan el perdón de Nuestro Señor, sufren por sus
fechorias y maldades cometidas en vida; los más terribles e
inenarrables castigos que cualquier espíritu de bien no podría
imaginar jamás.
Así;
pareciese que el problema hubiese acabado, y así fue por varios
años, hasta la fecha de Nuestro Señor del 15 de setiembre de 1580,
cuando por espacio de 3 meses y cada quince días; volviose a
escuchar ya no uno, sino dos gatos peleandose por su territorio en
las azoteas de nuestro grandioso Distrito de Colombia.1
Preocupado
por saber si era el miníno de la sirvienta, le pregunté que sabía
al respecto. Me contestó muy afligida de que no tenía idea si era
él, ya que hacía muchos años lo había dejado abandonado en el
llamado Callejón del Sapo, con la esperanza de que no regresara
jamás. Pero que también se murmuraba entre la servidumbre de
diferentes casonas, que era el espíritu del nagual, quien ambula en
las noches por los caminos solitarios protegiendo las almas de los
naturales, contra todo invasor o intruso que maltrate a los indígenas
de Méjico; el cual se encontraba en la ciudad, buscando venganza por
los abusos de los penisulares hacia los humildes.
Inquiriendole
nuevamente por su aflicción, me dijo que se debía al hecho
maldito, que hacia ya un buen tiempo, estaban desapareciendo infantes
de pecho por diversas calles aledañas a la de donde vive vuestro
servidor. Que se atribuian a tal espíritu, y ella, con su primer
bebé de meses apenas, se encontraba muy angustiada con tal
situación.
Pareciese
que no fueran suficiente las calamidades que asolaban la ciudad; como
las grandes inundaciones que padeciamos, o la terrible epidemia que
surgío pocos años ha. Sin embargo, le dije que no se preocupara
porque yo me haría cargo del problema, ya que en parte era
responsable del nacimiento de ese niño.
Esperé
impaciente esa funesta fecha de calendario. Cuando su noche es la más
oscura de todo el mes. Armado con un buen arcabuz, oía pasar el
tiempo del reloj de la chimenea. Los segundos pasaban lentamente, los
minutos parecían no querer morir jamás y las horas duraban una
eternidad.
Casi
al sonar la medianoche me encontraba dormitando, con el arma por
caerse de mi mano. Cuando de repente, oí los lúgubres maullidos que
sonaban cada vez más fuerte dentro de mi propiedad. Al principio
parecían provenir del patio principal; por do esta la fuente. No sin
temor, amartillé el arcabuz y me acerqué lentamente a la puerta.
Sentí un terrible hormigueo por toda la piel de mi cuerpo. Pues
presentía que algo no natural rondaba el ambiente. Al tomar el pomo
de la puerta; sufrí un espantoso sobresalto, pues en ese preciso
momento se escuchó una riña entre gatos, que duró escasos segundos
pero parecierome eternidades. Con el corazón saltandome en el pecho,
abrí resueltamente la puerta y salí con el arma en mano.
Todo
estaba tranquilo. Solo se oyó el correr de unos piecesillos más
ligeros que el viento; alejandose hacia no se que dirección.
Al
acercarme a la fuente; ví un gato grande, pero todo negro. Respiraba
con dificultad y estaba próximo a fallecer, pues tenía las entrañas
de fuera; como si un gran animal le hubiera asestado con una garra
poderosa, un zarpazo en el vientre.
Al
verlo detenidamente noté que su faz era un amasijo de carne y
sangre. Los ojos los tenía botados, no se le veía la nariz y una de
sus orejas le colgaba tan solo sostenida por escaso pelambre.
Sentí
de nuevo ese erizamiento en la piel que aparece cuando los espectros
nocturnos desambulan por el mundo de los vivos, busacndo calmar una
pena que nunca desaparecerá; y sentí tal escalofrío, pues sabía
que esa presencia inhumana aún rondaba mi propiedad.
Aguzando
la vista, creí percibir en la azotea, una sombra que corría
velozmente hacia los cuartos de la servidumbre. Corrí lo más rápido
que me permitía mi avanzada edad, cuando escuche el grito de
histeria de la mucama Juana.
Al
llegar a su habitación. Entre sollozos me dijo que el espectro
enorme de un gato se había robado a su bebé. Desesperado corrí
hacia la azotea. En ese preciso instante se escuchaba otra riña
gatuna. Creo que voz comprenderéis el cansancio y la angustia
sentida por mi en esos momentos. Pero no me importaba, debía
rescatar al niño de "eso", o lo que fuera.
Al
prestar mayor atención a los sonidos, comprendí que no eran dos
gatos peleandose, sino uno solo, porque el otro sonido era en verdad
el de un niño llorando desvalidamente. Con el espanto en mi alma, me
dí cuenta que provenían de un cuartucho de madera, cuyo empleo era
el de bodega para guardar cosas en desuso.
Entré
con el terror recorriendo toda mi espina dorsal, maldiciendome por no
haber subido con alguna lámpara, porque sí la noche era oscura, el
cuartucho parecía ser de negrura absoluta. A tientas me fuí guiando
hacia do debería estar el pequeño. Flotaba en el ambiente un aroma
pestilente como a muerto. Casi llegaba cuando los ví...
III.
...Eran
dos llamas fulgurantes que mirandome fijamente, acercabanse
lentamente hacia do me encontraba. En esos momentos reinaba ya un
aterrador silencio. Al intentar retroceder, tropecé con una viga
suelta y caí estrepitosamente. Al tiempo, esas luces
centelleantes se abalanzaron sobre mi y sentí mil demonios, que como
salidos de lo más profundo del averno me rasguñaban todo el cuerpo.
No creo que esas malditas animas del séptimo infierno, descriptas
por Dante, sufrieran tanto como yo en esos momentos. Veía por todos
lados espectros que me nombraban y gritaban cosas terribles a mi
derredor. Lentamente sentí como mi alma escapaba, y huía, separando
de mi cuerpo.
De
pronto, palpé mi arma a mi derecha. Con dificultad jalé del gatillo
y un ruido atronador sonó por toda la ciudad dormida, insensible a
lo que en esos momentos ocurría.
Lo
último que recuerdo antes de perder el conocimiento; fue el ver
salir un animal de proporciones gigantescas, de poco pelambre, con
orejas puntiagudas; corriendo ágilmente en patas muy gruesas y de
cola no mayor a un palmo, perdiendose entre las sombras de la noche.
IV.
Cuando
me recuperé, me encontraba tendido sobre mi cama; tenía todo el
cuerpo con cortaduras y magulladuras. La mucama Juana y la anciana
Tomasa se encontraban a mi lado. Al preguntarles acerca de lo
sucedido, me aclararon mis nublados recuerdos.
Que
algún animal o quizá aparición maléfica, había estado robando
los niños del barrio; encontrandose éstos al día siguiente de mi
desgracia dentro del cuartucho de madera. Incluso, el bebé de la
mucama Juana, habíase encontrado con el vientre abierto y sus
intestinos semidevorados. Esa noticia fue un golpe terrible para mi…
≈≈≈
Es
por eso que escribo estas lineas. Espero que vos comprenderéis
porque siempre porto arma. Pues a pesar de que ya no se escuchan por
aquí los macabros maullidos. A lo lejos, alla por los cerros que
rodean la ciudad. Do el bosque circunda con su infinito verdor la
región más transparente. Aún se escucha débilmente en las noches
de luna negra; el triste llanto de algún niño perdido…
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