martes, 29 de octubre de 2013

Liliana Varela



CALIXTO
                                    
                                       





                                 Se sentía poderoso. Algo en su interior lo llevaba a intuir que era el elegido, el ejemplo a seguir por todos los hombres del mundo.
Había tomado los hábitos hacia más de 25 años y estaba seguro de haberlos honrado por completo.
Su misión estaba a punto de concluir; podía decirse ya, que su destino en la Tierra estaba por realizarse. Los paganos que no habían podido aceptar la fe de Cristo iban a ser ejecutados por mandato divino mediante la mano del mortal elegido por Dios: él.
De nada habían servido las súplicas de otros sacerdotes: jesuitas, franciscanos, de todas formas la autoridad máxima en esas tierras abandonadas por la civilización era él. Dios así lo había dispuesto, cuando realizó el "pacto sagrado" hacia 20 años.
En su memoria se mantenía fresca aún esa escena: él rezando, pidiendo ser el instrumento del Señor para erradicar el paganismo y la herejía, y aquel ángel celestial que Dios había enviado para nombrarlo su "extensión divina en la Tierra" a cambio de su alma inmortal. Las palabras de aquel ángel aún resonaban:"Dios necesita tu temple, tu fuerza, tu odio canalizado en energía para destruir toda blasfemia contra el Señor y sus huestes divinas; No serás comprendido, serás odiado por los tuyos que te señalaran con el dedo acusador, pero tendrás poder, nadie podrá tocarte jamás ,serás temido y llegarás a cumplir tu misión: erradicarás las creencias que atenten contra la fe católica...no sentirás piedad, así como tampoco la sintió Dios cuando destruyó Sodoma y Gomorra."
De nada habían valido los consejos de sus hermanos tratando de convencerlo que el diablo había tomado la forma del señor para confundirlo, para llevarlo al mal...eran puras mentiras, calumnias para alejarlo de su verdadera misión.
La realidad fue que el Hermano Calixto comenzó a ascender en la orden episcopal; contra toda corriente fue bien visto por la Iglesia, ganando la confianza de altos obispos y cardenales.
                                      Cuando en 1569 fue nombrado por el Cardenal Espinosa – autoridad principal del Tribunal del Santo Oficio de España— Inquisidor principal del Santo Oficio en las Indias, sintió que Dios le daba la máxima oportunidad para probar su accionar en defensa del Catolicismo.
En sólo tres años había sometido a juicio a más de dos mil personas: judíos, protestantes, mestizos, e incluso indios—a los que consideraba totalmente paganos--.
En todos los casos aplicaba severos castigos; no sólo buscaba que el reo se arrepintiese de sus pecados e implorase la piedad del Señor, buscaba además ejemplificar su accionar  mostrando el sufrimiento que padecería quien desafiase a Dios y al poder conferido por éste a su persona.
A pesar de ser tres los inquisidores que integraban el tribunal, Calixto inexplicablemente tomó el control y el poder; todos le temían y respetaban, su palabra era la palabra del Creador.
Las torturas empleadas desafiaban toda lógica; por otra parte España parecía no enterarse del accionar religioso en las Indias, o bien si lo sabia, se deducía claramente que no existía oposición a  ese actuar; es más, llegaban cédulas reales que elogiaban la labor evangelizadora del tribunal, lo cual confería a Calixto más poder aún.
Muchos judíos fueron crucificados, desnudados en público y flagelados, pero la herejía fue menos castigada que la apostasía cuya pena consistía en el tormento del potro y la decapitación pública.
Los textos herejes, blasfemos y paganos fueron destruidos, al igual que los templos e iconos que según el padre Calixto adoraban a Satanás.
                                      Pero hoy su misión casi culminaba: quedaba una sola ejecución en masa, luego iría a Roma y sería nombrado Obispo. Así Dios le señalaba el camino correcto.
Ochenta personas incluyendo judíos, mestizos y la gran mayoría indios, serian incinerados en público. Entre ellos había al menos veinte o más niños y mujeres embarazadas. La edad y sexo según el hermano Calixto no tenia importancia, ya que Lucifer buscaba habitar en cualquier ser sin distinción de edad, raza o sexo.
Salió de su habitación vistiendo su hábito de ejecución preferido: la negra y larga sotana, la Biblia  y las gruesas cadenas de oro que sostenían un crucifijo del tamaño de un puño hecho de oro puro con incrustación de rubíes.
       


La plaza estaba adornada como un circo romano: en el centro de la misma había una gran pira en forma de anillo cuya cavidad dejaba lugar para la gran cantidad de estacas preparadas para atar a los condenados.
Alrededor de la pira y en primer plano estaban los asientos principales destinados al Tribunal, sus asesores y miembros de la alta sociedad hispánica. Detrás y a los costados se ubicaba la plebe.
Sólo faltaba que tomaran asiento los inquisidores; cuando Calixto apareció en escena los otros dos miembros del tribunal se acercaron a él, dirigiéndose el trío hacia sus asientos. Se notaba ampliamente la diferencia jerárquica entre los miembros del tribunal a simple vista.
De pie, Calixto hizo la señal a los soldados para que trajesen a los reos. Ante él –aún de pie—desfilaron  ochenta personas encadenadas, lastimadas y ultrajadas.
En la mirada de las víctimas se notaba la fiereza con la cual habían sido tratados, el hambre de los niños y por sobre todo el pánico...el tremendo pánico a morir.
Algo llamó la atención del inquisidor: una india –a pesar de sus pesadas cadenas—llevaba algo que apretaba con fuerza contra su pecho, además su semblante no denotaba tanto pánico ni desazón como el de los demás.
--Alto! – sentenció hacia los soldados—decidme que lleva en sus manos esa india.
Los soldados se abalanzaron sobre la indígena quien al darse cuenta de lo que querían de ella, se aferró con más fuerzas aún al objeto.
--Señor, no lo suelta, pero parece ser una especie de amuleto—exclamó uno de los soldados dirigiéndose a Calixto.
El semblante del cura se transformó:
--Debe ser obra de Satán—vociferó—Sacadle lo que lleva aunque debáis matarla.
Los gritos y aullidos de la india desgarraban el escenario; en medio de retorcijones y latigazos la indígena parecía articular sonidos en su propio idioma.
Uno de los inquisidores se acercó a Calixto exclamando por lo bajo.
--Hermano, recuerda la exclusión del fuero inquisitorial en materia de indígenas del Santo Oficio, estos nativos no pueden entender claramente aún nuestros dogmas ni mucho menos distinguir lo que constituye una herejía.
Calixto lanzó una gélida mirada a su colaborador:
--¿Eres tú ó es el diablo a través de ti el que habla hermano Tomás?
Eso bastó para callar al inquisidor. Si Calixto llegara a pensar que el diablo lo influenciaba podría llegar él también a correr la suerte de los demás condenados.
--Perdona Hermano—reaccionó tomando asiento.
Ordenó en forma más severa:--¡He dicho que me traigan lo que tiene, ya!
A la mujer le fue arrancado de las manos una especie de argolla plateada, cubierta por lo que parecía ser una amalgama de cabellos y plumas. Se le entregó el objeto a Calixto mientras de fondo se oían palabras inentendibles emitidas entre desgarradores sollozos que provenían de la ensangrentada india que yacía en el suelo.
--¿Qué objeto demoníaco es este ?—interrogó Calixto curiosamente--¿qué es lo qué dice este ser? –preguntó al traductor que se hallaba cerca suyo.
--La mujer dice, señor que es un recuerdo de su difunto esposo, que contiene cabellos de él y plumas de un ave virgen que la protegerán de la maldad; dice además—siguió temblorosamente—que sin él no podrá ser guiada al bosque donde habitan las almas de los dioses, ya que se perderá en la oscuridad de una especie de caverna—concluyó-
Una carcajada tétrica quebró el tenso clima en el que estaba inmersa la gran muchedumbre allí apostada.
--Esas son necedades—rió Calixto—son sólo mentiras para ocultar la acción del demonio sobre ella—sentenció--.
Alzó el objeto y lo mostró a la plebe:
--Si creéis que esto tiene poder satánico como para vencer al Dios que todo lo puede, entonces debería yo ser castigado por hacer esto...
E inmediatamente ante el estupor de todos fue rompiendo los cabellos y plumas que cubrían la argolla. La india gritó aún con más desesperación.

--Ves, criatura del demonio que nada ha pasado—increpó duramente a la india—Aún tengo más—diciendo esto llamó a un sirviente—Toma—le ordenó dándole la argolla—cuélgala de mi santa sandalia para así arrastrarlo bajo el poder del señor.
Todos quedaron estupefactos observando la escena; la india se desmayó.
--Que comience la ejecución—ordenó Calixto.
Las víctimas fueron arrastradas con violencia hacia  el centro de la pira; los gritos, gemidos y clamores de piedad, ensordecían el aire; todos parecían verse afectados  excepto Calixto quien observaba impasible –y diríase  hasta complaciente—el proceso.
Antes de tomar asiento, el inquisidor habló en voz alta para todos:
--Nadie debe sentir piedad por estos seres diabólicos que con su sola existencia ofenden al Señor Dios, no merecen perdón, ni entierro santo, sus almas volverán a través de la purificación del fuego, al infierno que es el lugar de donde han venido para que el diablo sepa que el poder de Dios es superior. Encended la pira...
Se sentó y los soldados prendieron fuego a la hoguera. El espectáculo era dantesco, las personas se retorcían presa del calor y la asfixia; los niños lloraban y gritaban al mismo tiempo. Todos evitaban mirar la escena...menos Calixto.
          Al cabo de unos cuarenta minutos  todo había acabado, el aire estaba infectado del aroma de la carne humana quemada mezclada con sangre. Todos se fueron retirando y Calixto ordenó a los soldados que limpiasen todo y tirasen los restos al río. Luego se retiró a descansar: había realizado su última misión.
Al entrar a su habitación sintió que algo molestaba su pie: era el amuleto de la india, sonrió para sus adentros pensando en la superchería de esa tonta indígena.
Cuando se aprestaba a recostarse una luz intensa lo deslumbró; Calixto se sobresaltó pero inmediatamente distinguió la aparición: era el ángel enviado por el Señor, aquel que se le había presentado en sus comienzos.
Se arrodilló ante la visión inclinando su cabeza:
--OH! Señor que feliz me hace vuestra aparición. Tu siervo soy, decidme que queréis.
--Te quiero a ti Calixto—exclamó el ángel
--Señor, ya soy vuestro siervo desde siempre.
--No entiendes Calixto, quiero que cumplas tu pacto...quiero tu alma ya.
Calixto levantó su mirada intrigado y su semblante denotó un abismal terror. Ante él, aquel bello ángel se había transformado en  una especie de figura demoníaca, que sonreía complacida.
Calixto no podía articular palabra.
--Así es Calixto—soy un enviado del "Señor" pero no del "Señor" que tu creías, soy un ángel desterrado por Dios, uno de los siervos de Belcebú.
--No puede ser...no puede ser...—aterrorizado susurró Calixto—He servido al Señor mi Dios con lealtad y...
--así es—lo interrumpió el ángel—tu Dios te puso a prueba, tenias que defender tu religión pero con lo que vosotros llamáis ¿amor fraternal? –ironizó—pero lo único que supiste hacer fue matar y matar por tu propia ambición.
--Tú me engañaste, tomaste la forma de mi Dios—se quejó--.
--Exacto, pero aún así el trato no hubiese valido si  tu hubieses cumplido según los dogmas de tu iglesia; pero como evidentemente, te has dejado llevar por tus negativos sentimientos, aquel que llamas tu Dios se apartó y nos fuiste regalado, o mejor dicho "auto regalado"  por tu libre albedrío. Así que—lo miró fijo--¿nos vamos?
Calixto cayó de bruces, clamando piedad...
--- ¿ Tú pides piedad Calixto? Justamente Tú...Vamos.
Con espanto Calixto observó como el suelo se abría a sus pies, debajo cientos de caras lo llamaban, aquellas mismas caras que él había hecho matar. Se sintió caer en un oscuro abismo, su grito se fue ahogando en la profundidad.
                                      Despertó y se incorporó totalmente aterrado y sudoroso. Se miró las manos y el cuerpo y exhaló el suspiro de alivio más grande de toda su vida: estaba en su cama, en la celda de su abadía, había sido un sueño, una pesadilla obviamente de influencia diabólica; era un simple Dominicano que había tenido un mal sueño.

--Gracias Señor—exclamó—Todo ha sido una pesadilla.
Sintió dos golpes en la puerta que inmediatamente fue abierta por el hermano Angellicus.
--Hermano Calixto, ven pronto que han llegado los representantes del Santo Oficio para elegir candidatos a las Indias.
Calixto se apresuró: ese era su mejor sueño; poder evangelizar en nombre del señor en las tierras paganas y convertir a todos a la fe católica.
Se calzó rápidamente y salió presuroso cerrando la puerta tras sí. Se oyó el eco de un tintineo de algo que había caído de las sandalias: era el sonido de una simple argolla metálica que resonaba contra el suelo.
 De "cuentos varios" 2006



    


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