sábado, 14 de julio de 2018

Liliana Varela




Lo Anagógico




Aquella mañana sus manos sangraban como las llagas de nuestro señor Jesucristo y él era un elegido, una señal en este mundo incrédulo y agnóstico que no quiere siquiera esforzarse en probar la veracidad de la existencia del creador. Creía como creen los fieles. Como debería de creer el hijo al padre, con idolatría, con adoración. Así él creía en Dios, en su palabra, en su misticismo, en sus milagros desparramados por doquier en el mundo.


Ella no podía ver en él los misterios revelados del Padre, decía esforzarse pero él no le creía; no podía entender cómo su par, su pareja en esta vida no llegaba a presenciar los milagros de Dios en su persona. Intentaba explicarle, mostrarle la sangre fluyendo de las marcas del hijo de Dios pero ella decía no ver nada, como si ello fuera posible.

Uno tras otro los estigmas aparecían en su cuerpo, en su entorno y ella seguía sin notar las pruebas que el señor enviaba. Él comenzó a dudar de su amada ¿acaso estaría poseída por el demonio? ¿ella misma era una prueba más para su inquebrantable fe? Debía hacer algo. Dios así lo esperaba y él no defraudaría al Señor.



La miró dulcemente; ella con algo de temor se entregó a la caricia que los dedos de él hicieron sobre sus ojos mientras le decía que la Biblia era la guía que debían seguir, mientras le recordaba cuánto la amaba. ―Si tus ojos te ofenden, arráncatelos‖ cita Dios –exclamó. Luego todo fue oscuridad y gritos.





Del libro Cuentos para no dormir

Ediciones Muestrario


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