Lo
Anagógico
Aquella
mañana sus manos sangraban como las llagas de nuestro señor
Jesucristo y él era un elegido, una señal en este mundo incrédulo
y agnóstico que no quiere siquiera esforzarse en probar la veracidad
de la existencia del creador. Creía como creen los fieles. Como
debería de creer el hijo al padre, con idolatría, con adoración.
Así él creía en Dios, en su palabra, en su misticismo, en sus
milagros desparramados por doquier en el mundo.
Ella
no podía ver en él los misterios revelados del Padre, decía
esforzarse pero él no le creía; no podía entender cómo su par, su
pareja en esta vida no llegaba a presenciar los milagros de Dios en
su persona. Intentaba explicarle, mostrarle la sangre fluyendo de las
marcas del hijo de Dios pero ella decía no ver nada, como si ello
fuera posible.
Uno
tras otro los estigmas aparecían en su cuerpo, en su entorno y ella
seguía sin notar las pruebas que el señor enviaba. Él comenzó a
dudar de su amada ¿acaso estaría poseída por el demonio? ¿ella
misma era una prueba más para su inquebrantable fe? Debía hacer
algo. Dios así lo esperaba y él no defraudaría al Señor.
La
miró dulcemente; ella con algo de temor se entregó a la caricia que
los dedos de él hicieron sobre sus ojos mientras le decía que la
Biblia era la guía que debían seguir, mientras le recordaba cuánto
la amaba. ―Si tus ojos te ofenden, arráncatelos‖ cita Dios
–exclamó. Luego todo fue oscuridad y gritos.
Del
libro Cuentos para no dormir
Ediciones
Muestrario
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