You've come to the library of Cyclops,
where
you keep every book of monsters, vampires, follies, murderers, and
other beings find yourself known in the literary geniuses of terror,
mystery and suspense,? pensate that you have read it? join me ... lol
Detrás
de esta puerta secreta, se encuentra unas escaleras, y debajo esta la
biblioteca de los libros vivos, nadie se atrevió a bajar es un lugar
lleno de temor solo yo puedo bajar, ahí hay libros que se han olvidados
por el transcurso de los años, solo se los menciona por simple
comentarios, pero nunca mas sean vuelto a leer, eso genero que sus
personajes cobren vida y conversan entre si allá abajo.
Escuchas
eso son gruñidos hoy serán los primeros en acompañarme, tomen una
antorcha, bajemos, esta oscuro y húmedo jajaja miren ahí esta saliendo
un libro que esta a punto de leerles…
Behind
the secret door is a staircase, and below this the library of living
books, no one dared to go down is a fearful place I can only go down,
there are books that have been forgotten over the course of the years ,
mentions only the simple quote, but never more have been reading, that
genre that his characters come to life and talk to each other down
there.
Hear
that are grunts today will be the first to join me, take a torch, go
down this dark and damp this out there lol look at a book that is about
to read
“El cazador” de John Collier
Alan Austen,
nervioso como un gato, subió cierta oscura y crujiente escalera en las
inmediaciones de Pell Street y escudriñó un momento, en el sombrío
rellano, antes de localizar el nombre que buscaba, escrito confusamente
sobre una de las puertas.
Empujó
esa puerta, como se le había indicado, y se encontró en una pequeña
estancia, en la que no había más mobiliario que una sencilla mesa de
cocina, una mecedora y una silla corriente. En una de las sucias paredes
color gris había un par de anaqueles que contenía en total, quizás, una
docena de botellas y tarros.
Un
hombre viejo estaba sentado en la mecedora, leyendo un periódico. Alan,
sin palabras, le entregó la tarjeta que le habían dado.
—Siéntese, señor Austen —indicó el viejo con gran cortesía—. Tengo mucho gusto en conocerlo.
—¿Es verdad que posee usted cierta mixtura de... hum... unos efectos muy extraordinarios?
—Mi
querido señor —contestó el anciano—, mis existencias de ese género no
son muy amplias, pero no dejan de ser variadas. No trabajo compuestos
comunes... Creo que nada de lo que vendo tiene efectos que puedan ser
descritos precisamente como corrientes.
—Bien, el hecho es... —empezó Alan.
—Por
ejemplo —le interrumpió el viejo, tomando una botella del anaquel—,
aquí está un líquido incoloro como el agua, casi insípido, completamente
imperceptible si se disuelve en café, vino o cualquier otra bebida.
Pasaría también totalmente inadvertido en cualquier método usual de
autopsia.
—¿Quiere decir que se trata de un veneno? —exclamó Alan horrorizado.
—Llámelo
detergente, si le place —continuó el viejo con indiferencia—. Quizá
sirva para limpiar guantes. Jamás lo he intentado. Se podría llamar
detergente de vidas. Las vidas necesitan limpieza a veces.
—No deseo nada de esa clase —precisó Alan.
—Probablemente
algo parecido —manifestó el anciano—.¿Sabe el precio? Por una
cucharadita de té, que es suficiente, pido cinco mil dólares. Nunca
menos. Ni un centavo menos.
—Espero que no todos sus productos sean tan caros —dijo Alan, aprensivamente.
—¡Oh,
no! —exclamó el viejo—. No sería justo poner ese precio a una poción de
amor, por ejemplo. Los jóvenes que necesitan una poción de amor, muy
raramente tienen cinco mil dólares. De otro modo no la necesitarían.
—Me complace oír eso —dijo Alan.
—Mi
opinión es ésta —explicó el viejo—; complazca a un cliente con un
artículo y volverá cada vez que necesite otro. Aunque sea más costoso.
Ahorrará para ello, si es preciso.
—¿De manera que vende realmente pociones de amor? —preguntó Alan.
—Si no
vendiese pociones de amor —afirmó el anciano, tomando otro frasco—, no
le habría mencionado el otro asunto. Únicamente cuando se tiene
oportunidad de prestar un servicio se puede ser tan confidencial.
—Y esas pociones —continuó— no son precisamente... hum...
—En
absoluto —exclamó el viejo—. Sus efectos son permanentes y se prolongan
mucho mas allá del mero impulso casual. Pero lo incluyen. ¡Ya lo creo
que lo incluyen! Generosa, insistentemente, eternamente.
—¡Dios mío! —murmuró Alan, que intentó dar otro matiz a sus palabras—. ¡Qué interesante!
—Además, considere el aspecto espiritual —prosiguió el viejo.
—No dejo de hacerlo —aseguró Alan.
—A
la indiferencia —explicó el anciano— sustituye la devoción. Al desdén,
la adoración. Dé una pequeña cantidad de esto a una muchacha. El sabor
es imperceptible en zumo de naranja, sopa o cocteles. Y, por alegre e
inconstante que sea, cambiará por completo. No deseará nada más que la
soledad y a usted.
—Apenas puedo creerlo —admitió Alan—. Es tan aficionada a las reuniones...
—Ya no le agradarán más —aseguró el viejo—. Sentirá temor de las muchachas bonitas que pueda conocer.
—¿Tendrá verdaderos celos? —saltó Alan en un rapto de entusiasmo—. ¿De mí?
—Sí, deseará ser todo para usted.
—Ya lo es. Pero eso no le preocupa.
—Lo hará cuando tome esto. Se preocupará intensamente. Usted será su único interés en la vida.
—¡Maravilloso! —gritó Alan.
—Deseará
saber todo lo que haga —continuó el viejo—. Todo cuanto le ha sucedido
durante el día. Cada palabra. Querrá conocer lo que está pensando, por
qué sonríe súbitamente, por qué parece triste.
—¡Eso es amor! —gritó Alan.
—Sí
—asintió el anciano—. ¡Con qué cariño le cuidará! Nunca permitirá que
se fatigue, que se siente en una corriente de aire, que descuide su
alimentación. Si se retrasa usted una hora, estará aterrada. Pensará que
le han matado o que alguna sirena le ha atrapado.
—¡Apenas puedo imaginar a Diana así! —exclamó Alan, abrumado de alegría.
—No
tendrá usted que emplear su imaginación —aseguró el anciano—. Y, a
propósito, ya que siempre existen sirenas, si por cualquier casualidad
usted necesitara más tarde una pequeña escapada, no necesita
preocuparse... Ella terminará por perdonarle. Por supuesto, quedará
terriblemente afectada, pero al final le perdonará.
—Eso no sucederá —afirmó Alan fervientemente.
—Desde
luego que no —dijo el viejo—. No obstante, si sucediese, no necesita
preocuparse. Jamás se divorciará de usted. Y, naturalmente, nunca le
dará el menor, el más pequeño motivo de... disgusto.
—¿Y cuánto vale esa maravillosa mixtura? —preguntó Alan.
—No
es tan cara —informó el viejo—, como el detergente de vidas, como a
veces lo llamo. No. Ese vale cinco mil dólares, ni un centavo menos. Hay
que ser más viejo que usted para permitirse ese lujo. Hace falta
ahorrar para ello.
—Pero ¿y la poción de amor? —imploró Alan.
—¡Oh!
—exclamó el viejo abriendo un cajón de la mesa de cocina para sacar un
frasquito, de aspecto más bien sucio—. Esto vale sólo un dólar.
—No puedo expresarle mi reconocimiento —afirmó Alan, observando cómo lo llenaba.
—Me
agrada prestar un servicio —explicó el anciano—. Los clientes vuelven
más tarde cuando están mejor situados en la vida y desean cosas más
caras. Aquí lo tiene. Lo encontrará muy efectivo.
—Gracias de nuevo —dijo Alan—. Adiós.
—Hasta la vista —respondió el viejo.
cuento extraido http://paola-literatura.blogspot.com.ar/2012/03/el-cazador-john-collier.html
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