Juan estaba en su ataúd peleando con gusanos de dientes
afilados, que desgarraban su carne y su ropa.
Hacia un mes que había sido enterrado, pero de pronto
despertó. Golpeaba la tapa de su ataúd con desesperación, acompañado de gritos de ultratumba. Luchó
hasta sacarla, la empujó hacia arriba y la sacó del todo a la vez que la tierra
que la cubría salía esparcida, en medio de la espantosa noche.
Caminó por el cementerio hacia la salida, en el siniestro
sendero se encontró con un martillo, que seguro era de algún profanador de
tumbas. Lo tomó en su mano izquierda y siguió su camino con los gusanos colgando
de su cuerpo y su ropa.
Llega a la entrada y se encuentra con el cuidador del
cementerio, lo golpea con el martillo descargando toda su furia hasta dejarlo
sin vida. Al instante los gusanos engullen a su víctima.
Luego de esto, Juan continúa su nefasto destino, sin largar
el martillo, hasta el hospital psiquiátrico donde había sido asesinado. Que
está ubicado a diez cuadras del cementerio.
Llega al psiquiátrico, rompe la puerta de entrada a
martillazos. Se dirige a la mesa de informes gritando repetidas veces ¿dónde
están los directores?
La seguridad y los empleados intentan detenerlo, pero él los
golpea a todos de forma demencial; la sangre derramada se adueña del lugar. Los
gusanos de dientes afilados que lo acompañaban
se hacen un festín tragando los cuerpos ya sin vida incluyendo a Juan.
Los gusanos crecieron y crecieron, cada vez más, tragando a
todos los humanos y animales que vivían en los alrededores.
¡Dichas bestias siguieron avanzando hasta volverse gigantes
e imparables, dominando el mundo que se rendía ante su siniestros y afilados
dientes!
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