jueves, 1 de enero de 2015

Vicente Sáez Vachss





                         «LA LUNA DEL CAZADOR»


Aullidos en Minnesota. Más y más aullidos en la noche. 
Hambrientos, implacables, como dientes estáticos de sonido 
que cortaban la respiración y el alma. Provenían de todo 
tipo de fuentes. Por una parte estaba el viento gélido del 
norte que bajaba por las calles, fauces de aire que eran 
capaces de congelar la sangre en las venas; el licántropo 
realizaba el contrapunto, su impresionante mandíbula y su 
resplandeciente mirada, acechando en busca de carne 
 fresca y jugosa; rebosante de sangre cálida que llenara de 
energía su organismo adaptado a una licantropía sin fin. 
Entre los gruñidos se alzaba el grito lastimero de una 
hembra humana, huyendo una y otra vez bajo la luna llena.

 
La mujer jadeante, despavorida, volvió la cabeza. Al ver al 
hombre-lobo, volvió a chillar pidiendo auxilio, un auxilio que 
nadie iba a prestarle. Los edificios estaban cubiertos por la 
nieve y los vecinos dormían sin saber de peligros. Pasó junto 
a un bar de striptease sugerentemente oculto en la Avenida 
Hennepin (pero tratándose de bares de chicas, hasta los 
más cutres resplandecen como cohetes rojos) se fijó en la 
puerta y luchó con el tirador.

 
Tras ella los rugidos de la bestia resonaban terriblemente 
siniestros, como si fueran palabras pronunciadas por una 
garganta humana. El monstruo superó un vehículo 
estacionado con una terrorífica facilidad muscular.

 
Al final, la mujer consiguió entrar al local, gritando a lo que 
sería el equivalente a una mala película de terror. Al 
momento la gran puerta se rompió como si estallara hacia 
dentro con un entrechocar de maderas rotas, para dejar 
entrar el viento helado y oscuro, remolinos de nieve blanca… 
¡y a la Bestia!

 
El caos… Las strippers saltaban del escenario, los 
camareros salían del mostrador, los clientes cruzaban a la 
carrera el local. La mujer desfallecida corría junto a 
camareros y strippers, gente gritando; el hombre-lobo 
coronaba aquel caos dando zarpazos a ciegas con garras 
semejantes a machetes; fauces que rugía, chillaba, gruñía y 
aullaba. Era una danza de sangre y asesinato.

 
La mujer corriendo en sentido inverso, estaba solo atenta a 
aquel jadeo de animal que llegaba del escenario. Un olor a 
sangre caliente llegó hasta ella, un olor mareante que la 
horrorizó. Había recorrido casi tres cuartas partes de su 
trayecto cuando un zumbido feroz cubrió las luces de neón. 
Levantó la vista y la gigantesca figura lobuna la derribó. El 
licántropo puso las patas delanteras sobre el suelo, una a 
cada lado de la jadeante mujer, que pudo oler su aliento… 
caliente, desagradable. Sus ojos amarillos estaban clavados 
fijamente en ella.

 
Estaba enteramente a su merced. Lo que menos deseaba la 
mujer era morir y para la monstruo habría sido demasiado 
fácil degollarla de una dentellada…

 
El rugido de la bestia ascendió en una espiral de rabia, 
hasta alcanzar un registro mucho más agudo, convertido en 
frenético grito de excitación. El hombre-lobo, el werewolf se 
echó sobre ella, para completar su ciclo de apareamiento y 
reproducción. Luego regresaría a los inhóspitos bosques del 
norte bajo la acechante luna del cazador.

© Copyright 2014 
Vicente Sáez Vachss

 

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