foto enviada por Barnabas Bouchard
—Usted está soñando—dijo
el hombre.
—¿Por
qué me asegura eso? —dijo Sandra.
—Porque yo soy su sueño.
—Eso
es mentira, usted es monstruoso, yo nunca soñaría con alguien así.
—Soy
repugnante porque soy tu pesadilla, zorra.
El
sujeto sacó de sus ropas un cuchillo de carnicero y derribó a la
mujer, enseguida la apuñaló repetidas veces; ella se deshizo en
gritos. Él violó el cuerpo sangrante. Después estranguló a
Sandra, la degolló, la cortó en pedacitos y le prendió fuego a los
restos. Finalmente procedió a comérselos con desesperante lentitud.
Los chillidos de la mujer, que aún estaba con vida, fueron desoídos
dentro del sueño. Mucho menos la escucharon chillando atada en la
cama del hospital psiquiátrico. Nadie pudo despertarla. Tampoco
logró despertar por sí misma, debido a las drogas que le habían
dado para poder aplacar las constantes alucinaciones horrendas que
tenía despierta, a cualquier hora del día, y que no le permitían
dormir. En realidad, cuando se hallaba consciente, ya no padecía
visiones de ningún tipo, pero los efectos secundarios, los cuales se
presentaban en uno de cada cien pacientes, habían actuado en ella.
Las tenebrosas situaciones mentales se le presentaban mientras
dormía. Los doctores lo sabían, muy pronto intentarían en Sandra
un nuevo tratamiento a fin de eliminar horrores de cualquier laya.
El tiempo pasa y la mujer
empieza a sentirse mejor.
Sale,
la escena se ve irreal. Está caminando por la calle, lleva escondido
un machete de cocina. Quiere actuar, aunque no se decide. Entonces ve
una niña que cruza hacia un parque desolado. Sandra se acerca y la
aborda, saboreando el momento.
—Hola,
¿quién eres? —pregunta la pequeña.
—Soy
tu pesadilla, mocosa.
La
ataca a machetazos una y otra vez. «Qué
bonito sueño»,
se dice.
No
se da cuenta de que no está soñando.
Lima, septiembre de 2013
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