miércoles, 12 de noviembre de 2014
The Scientarts (La Convención Científica de las artes oscuras del Doctor CLOCK)
Alejandra Pizarnik,poeta de las sombras por Mandrágora CLOCK
Ensayo
de
los autores de su generación ella es un caso atípico ,mensajera de
historias desafiantes,pura inspiración romántica heredera de los
malditos lectora ávida desde lo profundo,sabia ver en cada texto
algo nuevo ,hurgaba hasta dejar al poema al desnudo ,descarnada
sentía las palabras y ella misma la encarnaba buscando una
perfección obsesiva.”Escribo como quien con un cuchillo alzado en
la oscuridad”Frase que la representa en su ardua labor de orfebre
, donde es necesaria ahondar hasta romper los limites de cualquier
limite con el lenguaje,empezando por lo ancestral
Como
pantallazos que saltan en su existencia , las figuras emblemáticas y
tenebrosas generan un juego por sus ojos .Las muñecas con la cual
abraza su cuerpo ,el cuarto repleto de voces que vagan por las
paredes,aunque ella habite en el silencio,los libros que ella pone
como su propio altar y los autores con los cuales ella dialoga en su
interioridad y luego anota en cada párrafo de las hojas ,las
dolencias que nunca acaban , la ayuda mágica que tal vez la
patafisica sanadora o los amuletos tratan de aminorar,la maquina de
escribir que no cesa bajo esos dedos amarillos , huesudos de noches y
noches para hallar en cuerpo y esencia el poema ,luego vemos que
emerge la herida que la invade hasta lo mas secreto ,la poesía es
una gran herida.
Alejandra a
sus 18 años saliendo de Amado Nervo y Rubén Dario hasta que
irrumpió en sus oídos “el arte es un invento para imbéciles”con
Bajarlia que la lleva hacia Dadaistas ,en sus clases de periodismo y
con el cual comienza a frecuentar el mundo literario .y las
excursiones por las librerías
Luego la
vemos con su primer poemario metida íntegramente en el , junto a
las publicaciones mas importantes dela época regresando en esas
madrugadas ,de encuentros con amigos vagando por los bares , con la
fugacidad del amor y entre cigarrillos ,su cuarto de paredes negras y
rojas ,con luces bajas enfrentada a las largas noches de pupilas
abiertas donde llegan sus fantasmas ,sus pesadillas y la ruta
infinita hacia los bordes que la llevan a tocar fondo hasta sus
terapias e internacionales ,allí resurge el sorpresivo decreto de
las cosas y la reina va montada sobre esos seres que habitan mundos
subterráneos que ella como lectora se obliga y nos obliga a
transitarlos y no quedar pasivos , la rebeldía de sus actos y sus
palabras como elección contra cualquier regla establecida y contra
la injusticia de la supuesta cordura que la sociedad nos impone
tomando partida por el mal y la muerte ,como el eje contra el
conformismo ….
y
llegan los terrores que nacen de lo profundo donde se originan sus
creaciones ,y su osadía atraviesa su juventud ,ahora encontramos a
la Buma que ve a su padre muerto y recorre ese tramo doloroso y
trágico ver desfilar a los hombrecitos vestidos de negro y siente
la orfandad ,el estigma que la finitud como incógnita, duda que nace
ante cada momento ,también es la extranjera que como un fantasma o
una dama va con su rosa en la mano y su túnica gris como la
enigmática sibila ,entre sus pinturas y dibujos que logra exponer
junto a Manuel M. Lainez en
una galería y además
deja estampado en donde puede junto a miles de recortes y dibujos
antiguos de niñas pequeñas en actitud inocente ,como la Alicia de
Carroll que ella tanto ama, regalandolas a sus amigos que aun ellos
conservan ya amarillentos ,Luego llegan los viajes por el mundo y la
sensación de libertad su encuentro con tantos grandes escritores y
artistas y en París siente que esta hecha a su medida,según le
dijo su amigo Requeni , comienza a trabajar en numerosos medios
haciendo entrevistas y con la posibilidad de tratarlos y conocerlos
,y también su cercanía con la aventura en la ciudad cuna de
bohemia y vanguardia .Vienen otros libros editados y su regreso con
amores torturantes y sus insomnios interminables porque la palabra la
necesita despierta y alucinada , también el teatro la lleva por los
mundos del rupturismo y el humor ,con los personajes que se asoman y
la acosan desde los hombros con un histrionismo que también se
puede encontrar en las fotos para diversos medios para los que posa
con una actitud osada . Viajera del tiempo y el espacio se interna en
el pasado ,llega hasta encontrar un personaje que causa estupor y
sorpresa para la época ,es la historia de Erzebet Báthory la
famosa condesa ,la cual traduce de la escritora V Penrose .una
verdadera historia plena de vampirismo ,sangrientos crímenes,erotismo
y sádicos vínculos .
Pero como
los perros de Lautreamont no dejan de aullar al infinito , la
soledad y la devastación la siguen como su sombra y madam la mort
le abre la puerta ,entonces se aventura y crea su misterio encarnada
en el mito para entrar en la memoria colectiva .y en la continua
fascinación que ejerce siempre sobre los lectores .
Dibujo de Alejandra Pizarnik
La biblioteca de los libros vivos por el Doctor CLOCK
Has entrado a la biblioteca del Ciclope donde guarda cada libro de monstruos, vampiros, locuras, asesinos, y demás seres que hallas conocidos en los genios de la literatura del terror, misterio y suspensos, ¿pensate que has leído todo? jajaja acompáñenme…
You've come to the library of Cyclops,
where you keep every book of monsters, vampires, follies, murderers, and other beings find yourself known in the literary geniuses of terror, mystery and suspense,? pensate that you have read it? join me ... lol
Detrás de esta puerta secreta, se encuentra unas escaleras, y debajo esta la biblioteca de los libros vivos, nadie se atrevió a bajar es un lugar lleno de temor solo yo puedo bajar, ahí hay libros que se han olvidados por el transcurso de los años, solo se los menciona por simple comentarios, pero nunca mas sean vuelto a leer, eso genero que sus personajes cobren vida y conversan entre si allá abajo.
Escuchas eso son gruñidos hoy serán los primeros en acompañarme, tomen una antorcha, bajemos, esta oscuro y húmedo jajaja miren ahí esta saliendo un libro que esta a punto de leerles…
Behind the secret door is a staircase, and below this the library of living books, no one dared to go down is a fearful place I can only go down, there are books that have been forgotten over the course of the years , mentions only the simple quote, but never more have been reading, that genre that his characters come to life and talk to each other down there.
Hear that are grunts today will be the first to join me, take a torch, go down this dark and damp this out there lol look at a book that is about to read
SHIRLEY JACKSON -LA AUTORA QUE INFLUENCIO A S.KING
Shirley Jackson (14 de diciembre de 1916 – 8 de agosto de 1965) cuentista y novelista estadounidense especializada en el género de terror. Influyó grandemente en autores como Stephen King, Nigel Kneale y Richard Matheson.
Su relato más conocido es posiblemente "The Lottery" ("La lotería", 1948, publicado en castellano por Ed. Edhasa, 1991), que sugiere la existencia de un tétrico y estremecedor submundo en las pequeñas ciudades de la América profunda. El cuento fue publicado el 28 de junio de 1948 en la revista The New Yorker y dio origen a cientos de conmocionadas cartas por parte de los lectores.
Shirley Jackson nació en San Francisco, hija de Leslie y Geraldine Jackson. En 1939 se mudaron a Rochester, Nueva York. Shirley asistió a la universidad de dicha ciudad. Luego se graduó en la Universidad de Syracuse, en 1940. En esta universidad había estado muy involucrada en las revistas estudiantiles. Allí conoció a su futuro marido, Stanley Edgar Hyman, quien llegaría a ser notable crítico literario.
Aparte de sus novelas para adultos, Jackson escribió libros para niños: Nine Magic Wishes, y una obra teatral basada en el clásico Hansel y Gretel y titulada The Bad Children. En una serie de relatos breves (Life Among the Savages and Raising Demons) la autora presentó su vida familiar y la experiencia de criar a cuatro niños, modalidad que sería muy imitada entre amas de casa estadounidenses con veleidades literarias en los años 50 y 60.
En 1965, Shirley Jackson murió de un ataque al corazón mientras dormía, a la edad de 48 años. Se considera que el tratamiento que recibió durante toda su vida para remediar sus neurosis y enfermedades psicosomáticas pudo influir en este desenlace.
Obra
Su primera novela fue The Road Through the Wall (1948), para promover la cual a su marido se le ocurrió afirmar que su autora había practicado la brujería, cosa que Jackson desmentiría años más tarde. Otras novelas fueron: Hangsaman (1951), The Bird's Nest (1954), The Sundial (1958) y The Haunting of Hill House (1959), esta última una adaptación moderna de la clásica novela gótica. La obra representa muy bien el estilo de su autora: nunca estridente ni sensacionalista, su voz narrativa es serena, hasta fría emocionalmente, pero exquisitamente precisa en su imaginería y en la elección de vocablos.
The Haunting of Hill House ha sido considerada por autores como Stephen King, como una de las más importantes obras de horror del siglo XX. Su novela de 1962 We Have Always Lived in the Castle fue adaptada para el teatro a mediados de los 60. "La lotería" ha sido igualmente adaptado varias veces para la televisión, el cine y la radio, y otras obras han servido de inspiración para distintas películas, como Come Along with Me (1982), dirigida por Joanne Woodward. La película Lizzie (1957) está basada en la novela de Jackson The Bird’s Nest.
Revistas
La autora escribió asiduamente en revistas desde 1938, cuando era estudiante en la Universidad de Syracuse. Allí apareció su primera publicación: el cuento Janice. Posteriormente contribuyó a revistas como Collier's, Good Housekeeping, Harper's, Mademoiselle, The New Republic, The New Yorker, Woman's Day, Woman's Home Companion, etcétera.
Gran número de sus artículos se encuentran accesibles en la Biblioteca del Congreso de Estados Unidos.JACKSON-THE AUTHOR rley that influenced S.KING
Shirley Jackson (December 14, 1916 - August 8,, 1965) American novelist and short story writer specializing in the horror genre. Greatly influenced authors such as Stephen King, Nigel Kneale and Richard Matheson.
His most famous story is probably "The Lottery" ("The Lottery", 1948, published in Castilian by Ed. Edhasa, 1991), suggesting the existence of a grim and frightening underworld in the small towns of the American heartland. The story was published on June 28, 1948 in The New Yorker and led to hundreds of letters from shocked readers.
Shirley Jackson was born in San Francisco, the daughter of Leslie and Geraldine Jackson. In 1939 they moved to Rochester, New York. Shirley attended college in that city. He graduated from Syracuse University in 1940 at this university had been very involved in student journals. There she met her future husband, Stanley Edgar Hyman, who would become a noted literary critic.
Aside from his adult novels, Jackson wrote children's books: Nine Magic Wishes, and a play based on the classic Hansel and Gretel and entitled The Bad Children. In a series of short stories (Life Among the Savages and Raising Demons) the author presented his family life and the experience of raising four children, a practice that would be imitated among American housewives with literary inclinations in the 50s and 60s.
In 1965, Shirley Jackson died of a heart attack in his sleep at the age of 48 years. It is considered that the treatment he received during his entire life to remedy their neuroses and psychosomatic illnesses could influence this outcome.
Work
His first novel was The Road Through the Wall (1948), which promote her husband came up asserting that its author had practiced witchcraft, which Jackson belie years later. Other novels were Hangsaman (1951), The Bird's Nest (1954), The Sundial (1958) and The Haunting of Hill House (1959), the latter a modern adaptation of the classic gothic novel. The work represents very well the style of its author: never strident nor sensational, his narrative voice is serene until cold emotionally, but exquisitely precise in its imagery and choice of words.
The Haunting of Hill House has been considered by authors such as Stephen King, one of the most important works of the twentieth century horror. His 1962 novel We Have Always Lived in the Castle was adapted for the theater in the mid 60's "The Lottery" was also adapted several times for television, film and radio, and other works have been the inspiration for various films, including Come Along with Me (1982), directed by Joanne Woodward. The film Lizzie (1957) is based on Jackson's novel The Bird's Nest.
Magazines
She wrote regularly in magazines since 1938, while a student at Syracuse University. Here was his first publication: Tale Janice. Later he contributed to magazines such as Collier's, Good Housekeeping, Harper's, Mademoiselle, The New Republic, The New Yorker, Woman's Day, Woman's Home Companion, etc..
A large number of his articles are available at the Library of Congress.
FOTO EXT richardspulps.wordpress.co
Diego Furbatto
El
paso de las Piedras Lajas
Capítulo
17 del libro Letgrín
de Eumeria,
primero de la saga Las Crónicas de Koon Epolenk.
La
cara de sorpresa de Letgrín sólo era comparable con la expresión
de asombro de sus compañeros. Sin embargo, nadie rompió el silencio
y juntos continuaron avanzando hasta las madrigueras. Sentados
alrededor del fuego, sólo cuatro comían carne asada, el resto
conversaba en las cercanías.
-¿No
se contagian por mordidas? –preguntó LeFleur, sorprendido.
-No
es una enfermedad –explicó con voz tensa el jefe de la manada–.
Es un don con el que se nace.
-Nadie
nos ha enseñado, repetimos lo que se nos ha contado –dijo LeFleur
en tono de disculpa, percibiendo la incomodidad causada. El jefe bajó
la cabeza, aceptando las palabras.
-¿Se
pasa de padres a hijos? –preguntó Wed.
-De
ambos padres licántropos, nace un hijo lobo y son escasas las veces
que eso no ocurre. Cuando sólo uno de los padres lo es, las chances
se reducen a la mitad. Cuando la madre es lobo, mejoran las
posibilidades –explicó un anciano.
-Queda
en la sangre –dijo Fini, que había estudiado seriamente a los
licántropos–. A veces dos humanos tienen un lobo, porque en sus
ancestros alguna vez hubo alguno y lo llevan en la sangre sin
saberlo, cuando se mezclan se produce el portento. -El anciano
afirmaba con la cabeza.
-Una
vez que detectamos algún caso, estamos atentos a su ingreso a la
pubertad, cuando comienzan los cambios, para enseñarles a dominar la
transformación. Luego eligen si vuelven a su vida anterior o si se
unen a la manada –dijo Gunny y miró a Fini. Ella devolvió una
leve sonrisa.
Las
madrigueras eran una serie de cuevas interconectadas en la ladera de
un cerro. Un claro de considerables dimensiones albergaba algunas
chozas. Pocos en la manada elegían la forma humana para vivir.
Escaseaban las prendas de vestir y los utensilios para alimentarse,
al menos en los espacios comunes. La conversación fue cambiando de
tópicos y, poco a poco, los fueron dejando cada vez más solos.
Pasada la medianoche, sólo un puñado de locales acompañaba a los
forasteros cuando Fini hizo al fin la pregunta que determinaría su
itinerario.
-Vamos
hacia el Brazo Tristeza. Según los mapas, tenemos que atravesar esas
montañas -dijo, señalando la oscuridad.
-Atravesando
la primera cadena, en las laderas del valle, viven los necrófagos.
Desde hace un tiempo que están más activos, más agresivos.
Abandonan su territorio y se aventuran más allá de la hondonada.
Hemos tenido algunos encuentros, para recordarles los límites
–contestó Duglas.
-Tenemos
que patrullar constantemente las montañas. Cada noche encuentran un
nuevo paso, otra cueva conectada –dijo un lobo anciano.
-Están
más astutos, no son sus salidas habituales en busca de viajantes
desprevenidos, pareciera que tienen un objetivo. Todos se dirigen al
Gran Lago, hacia los poblados de sus márgenes. Están buscando
sangre –terció una loba.
-Eso
no es posible –intervino Gunny–. Su principal característica es
su desorganización. Su propia individualidad fue siempre nuestro
mejor recurso para mantenerlos controlados.
-¿Mantenerlos
controlados? –preguntó LeFleur, sorprendido.
-Los
lobos nos hemos convertido en su enemigo natural. Ellos comen carroña
y, cuando pueden, carne y sangre humana. Los lobos siempre están
asentados cerca para controlarlos. Su aspecto parece endeble, pero
son más fuertes que cualquier hombre, y difícilmente un arma
blandida por un humano pueda ultimarlos en un solo golpe –dijo
Fini, sorprendiendo nuevamente a sus compañeros con sus
conocimientos.
-¿Cómo
son? –preguntó Letgrín.
-Son
bajos, más o menos de la estatura de una mujer madura –dijo la
loba–, su cuerpo es lampiño, las orejas están algo separadas de
la cabeza y tienen forma puntiaguda. Sus dedos son largos y flacos y
terminan en garras, tanto en manos como en pies. Puedes observar sus
costillas bajo la piel, pero son duros y su fuerza puede hundir un
cráneo con absoluta facilidad-. Luego de darles un tiempo para que
absorbieran la información, continuó:
-Pero
su principal arma son las garras, la infección de sus cortes es tan
letal como el golpe mismo. Se dice que se impregnan en veneno, yo
pienso que es la carroña con la que conviven. Son resistentes para
correr y, cuando quieren, son veloces. Avanzan medio agazapados y son
poco amantes de la luz solar, sin embargo, pueden andar bajo el sol
cuando es necesario.
-Panorama
poco alentador –dijo Wed–. Tengo cierta inclinación a cambiar el
recorrido.
-Eso
no es todo –retomó Duglas–. Coincidentemente con la excitación
de los necrófagos, ahora gárgolas y arpías comparten los dominios,
alto en las escarpadas rocas de los picos. No suelen mezclarse los
unos con los otros, aunque a veces disputan alguna presa. Sin
embargo, comparten territorio y eso no es usual.
-Quedan
descartados los pasos en las montañas –dijo Fini, categórica–.
Podríamos esquivar a unos usando los pasos altos u otros por los
valles, pero jamás pasaríamos entre todos ellos.
-Parece
una línea de defensa establecida intencionalmente –reflexionó Wed
en voz alta. Sus compañeros lo miraron en silencio. El lobo jefe
asintió con la cabeza.
-Si
juntamos las piezas del rompecabezas, todo da para pensar que están
evitando que alguien llegue al otro lado –continuó Wed.
-¿De
qué otra manera se puede llegar? –preguntó Gunny.
-Evidentemente,
por agua –acotó Letgrín, visualizando los mapas en su mente–.
Pero debemos retroceder mucho para obtener una embarcación.
-El
paso de Las Piedras Lajas –dijo el lobo anciano. Los forasteros se
miraron, esperando que alguien reaccionara a la información.
Instantes después, estaba claro que no lo conocían ni de nombre.
-¿Por
qué nunca lo escuchamos mencionar?
-Hay
muchas historias –contestó el anciano- y los hombres han decidido
olvidarlas. Cuando quieren, los humanos pueden tener muy mala
memoria.
-Es
tarde –dijo el anfitrión– y están cansados. La luz del día
traerá nuevas ideas.
Acompañados
por los lobos, llegaron a la primera de las chozas. Era pequeña pero
podía acoger perfectamente a los cinco. El fuego ya había sido
encendido. Un par de gruesas velas iluminaban la estancia, que se
encontraba limpia y bien mantenida. Gunther optó por quedarse fuera,
con los de su especie.
-¿A
qué se refirió con “Portador”? –preguntó LeFleur cuando
estuvieron solos. Letgrín esperaba se hubieran olvidado, pero sin
confiar demasiado en su suerte, había estado dando vueltas a una
respuesta lo más neutra posible. El resto esperaba en silencio.
-A
las espadas. No son espadas viejas como creíamos, espadas de
descarte. Son las espadas de guerreros de leyenda. –Había
mencionado las armas más veces en esa frase que desde el día en que
las recibió.
-¿De
guerreros de leyenda? –Ahora fue Wed quien habló-. No hay muchas
opciones.
-No
tengo permitido hablar de eso –dijo Letgrín en tono de disculpa,
dirigiendo la mirada a LeFleur, quien asintió con la cabeza, sin
regaños ni cuestionamientos, aceptando sin restricciones las
palabras de su amigo. Durmieron profundamente hasta entrada la
mañana. Ya aseados, salieron al claro, caminando relajados y
conversando. Ahora que lo veían iluminado por el sol, resultaba
tener proporciones mayores a las estimadas. Detrás de las viviendas,
habían visto una cabaña de troncos, grande, con ventanales
considerables y una vasta chimenea de piedra. A su alrededor, un
alero cubría unos dos metros, el piso de madera aislaba la tierra y
sostenía lo que parecían unos confortables sillones, también de
madera. Almohadones exquisitamente bordados invitaban al descanso y
al solaz. Los postigos habían sido abiertos, dentro de la vivienda
podía observarse una mesa con libros y pergaminos, agitados por la
brisa que ventilaba la casa. En la pared opuesta, una inmensa
biblioteca recogía un sinnúmero de volúmenes, dispuestos de manera
ordenada por tamaño y color de la encuadernación. Los cuatro se
quedaron petrificados, sin poder desviar la mirada. El habla parecía
pertenecer a una raza ajena a ellos. Gunny llegó en forma de lobo y,
de un paso a otro, tomó forma humana; su transformación rompió el
hechizo. Intrigados, los tres hombres miraban el pantalón que lo
cubría en su forma humana.
-No
es de tela, es un estado intermedio de transformación, una mezcla de
piel y pelaje. Lo aprendemos en la juventud, para estar preparados en
caso de transformaciones de emergencia –les dijo.
-En
los viajes –agregó Fini– llevamos una muda de ropa para cuando
llegamos a poblados y ciudades. Normalmente me encargo de eso, porque
no suele poner demasiada atención en su aspecto. Luego de dos o tres
semanas en el bosque, su apariencia deja mucho que desear –acotó
desde lo profundo de su lado femenino. Gunny levantó los hombros
hacia delante mientras estiraba el labio inferior y ladeaba la cabeza
hacia su izquierda, minimizando los comentarios de Fini. Caminaron
hasta el fuego a tomar un apetitoso desayuno, preparado por una de
las mujeres. Viendo la expresión de sus rostros y oyendo sus sonidos
de placer al saborear el potaje, la mujer no podía ocultar su
satisfacción.
-Hace
mucho que no cocinaba –dijo, mientras una fugaz mirada se le
escapaba en dirección a la cabaña–. Es bueno saber que no perdí
la mano.
-Verdaderamente
delicioso, no has perdido la mano, buena mujer –quiso congraciarse
Wed, pero rápidamente advirtió que eran palabras mal elegidas.
-Muchas
gracias –dijo la mujer. El vocabulario y la dicción habían
mejorado con la práctica nocturna y muchos se sentían felices de
ejercitarlo. Wed se disculpó y Gunny prometió darles clases de
cortesía entre lobos. Los instruyó para evitar malos entendidos.
Durante
el día no vieron a Duglas y no tuvieron oportunidad de acercarse a
la morada sin parecer irrespetuosos. No obstante, su interés y
ansiedad resultaban evidentes para todos los lobos. Ese atardecer,
las mujeres despellejaron un jabalí, que fue a parar al asador. Un
barril de cerveza descansaba en una mesa sobre unos caballetes y
algunas linternas de papel se balanceaban mecidas por el viento. Poco
después, algunas tortas de miel y algo de pan, acompañaban frutas y
verduras que se exponían en platos de coloridas maderas. Aquí y
allá, algunas antorchas despedían un aroma penetrante, aunque no
desagradable, que parecía mantener a raya a los insectos. La manada
fue apareciendo poco a poco en su forma humana, acercándose a la
mesa alrededor de la cual ya se encontraban los extranjeros.
Disfrutaban la charla, gesticulaban y encontraban un misterioso
placer en tomar objetos, palparlos y pasárselos unos a otros.
-No
hay razón para esto –dijo el caudillo, señalando el manoseo de
objetos–, simplemente recibir visitas nos recordó viejas épocas y
el anhelo colectivo cobró forma.
Un
caldo de especias condimentaba un aromático asado en el espetón.
Furtivas figuras atravesaban los lindes del bosque.
-No
todos quieren participar, y a muchos les tocó vigilancia. En estos
tiempos, no podemos descuidar nuestras obligaciones.
-Hablando
de obligaciones –aprovechó Wed la puerta abierta por el
comentario–, quisiéramos saber más de las Piedras Lajas. Tenemos
que seguir nuestro camino.
-Esa
residencia tiene las respuestas, mañana podrán visitarla a su
antojo. Hoy lo aprobó el consejo.
-¿De
quién es? ¿Quién vive allí? –preguntó Fini.
-Es
de la manada, es nuestra. Ahora no vive nadie.
-¿Y
quién la usaba? –un destello de emoción, una vibración en el
tono, evidenciaban la ansiedad de la joven. No pasó desapercibido
para el líder.
-Creo
que ya lo sabes –dijo. El resto no sabía de qué hablaban. Gunther
era el único que no mostraba una expresión de desconcierto en el
rostro. Era como si ellos dos hablaran un idioma que los demás
debían entender, pero por obra de algún hado, les era
incomprensible. Ella ladeó la cabeza, evidenciando un principio de
esclarecimiento en su rostro. Una esperanza apenas contenida se
reflejaba en su sonrisa. El lobo le sonrió con juvenil ternura.
-¿Setig?
–dijo ella, murmurando el nombre. El anciano de la noche anterior,
que se había reunido con ellos sin que ninguno de los humanos lo
percibiera, asintió con la cabeza. La muchacha lo vio. Sin esperar
autorización alguna, voló hacia la
edificación, tomando a la carrera
una de las antorchas que iluminaban el claro de tanto en tanto.
Duglas sonrió y dijo, de excelente ánimo:
-Estimo
que habrá que lavar un plato menos. Ojalá alguno de ustedes logre
que se acueste, nadie los apurará mientras estudian los manuscritos.
–Luego se puso serio–: Aunque de más está aclarar que los
textos no pueden salir de aquí.
El
banquete fue coronado por danzas y música, de instrumentos de
percusión mayormente, aunque alguno se las arreglaba para rasguear
un laúd y otros, para soplar una flauta. Mientras bailaban
alegremente, Gunny le llevó a su compañera una bandeja con diversos
alimentos, una jarra de cerveza y otra de agua. Los dos días
siguientes, permanecieron dentro de los muros de troncos, alternando
la lectura con debates en los momentos de comida.
-Es
como encontrar a Fulgura y sentarse a conversar con él –sentenció
emocionada la joven, en referencia al legendario jefe de los Dragones
de Fuego–. Miles de estudios, mapas, tratados, dibujos, pócimas,
huesos, huellas. Es un tesoro inimaginable. -Letgrín, Wed y LeFleur
no le perdían pisada en la investigación. Habían estudiado casi
todas las criaturas fantásticas que alguna vez escucharan mencionar
en el pasado y otras de las cuales ni sabían que existían; y en los
textos aún se insinuaba la presencia de otros seres, inimaginables
para ellos.
-Necrófagos
humanoides –leyó Wed–, carroñeros de extraordinaria fortaleza.
No se observan órganos reproductores. La carne humana es su
preferida y suelen beber la sangre mientras la víctima aún vive.
Creen que los hace invulnerables. Se comunican a través de signos y
sonidos guturales. Según la leyenda, nacieron en el lado oscuro de
la luna y llegan al inframundo a través de un destello de plata
–continuó–. Los licántropos son sus enemigos declarados. La
ausencia de dolor los hace continuar su ataque mientras puedan
moverse. De allí su leyenda de inmortales. Una flecha atravesando su
cabeza por la boca o los ojos, o la decapitación, es lo único que
los neutraliza inmediatamente.
-El
paso de las Piedras Lajas –leyó LeFleur y cada uno abandonó sus
actividades para reunirse a su alrededor- es un pasaje de
extraordinaria belleza natural que corre a lo largo de unos cincuenta
kilómetros. Atraviesa la montaña y el bosque como si de un camino
se tratara. Un incierto número de lajas de enormes dimensiones se
apoyan y se balancean sobre pilares de piedra, encajadas entre sí.
Puede recorrerse por su superficie, cuidando el camino y evitando
aquellas que oscilan. También por debajo, protegido de las
inclemencias del tiempo. Estalactitas y estalagmitas destellan al sol
del mediodía –continuaba leyendo cuando fue interrumpido por un
impaciente Wed.
-Necesitamos
saber qué sucedió y por qué es tabú. La belleza natural podremos
apreciarla en vivo y en directo-. LeFleur dejó de leer en voz alta y
continuó en silencio, más rápidamente. Con el dedo marcaba los
renglones, saltando párrafos en búsqueda de alguna palabra guía.
Al cabo de pasar un par de hojas se detuvo y leyó con concentrada
atención. El resto aguardaba expectante a que retomara la palabra.
-En
las noches sin día, un ejército de dos mil soldados atravesaba el
paso en sigiloso silencio para atacar a las Huestes Negras,
acantonadas en el puerto del Brazo Tristeza…
-¿Noches
sin día? ¿A qué se refiere? -interrumpió Letgrín.
-Un
momento, algo leí -dijo Wed. Se acercó a la biblioteca y eligió un
volumen que hojeó apresuradamente, y luego otro. Recién en el
tercero dio con lo que buscaba –. Fue un eclipse, hace cientos de
años. Duró más de una semana. Estudios posteriores parecen indicar
que se combinó la erupción de un volcán, tormentas eléctricas y
un verdadero eclipse. El pánico se apoderó de la gente, fueron
tiempos de indecible locura.
LeFleur
retomó la lectura.
-Alertado
por los Pardos que vigilaban, Mel Torné -Todos hicieron el signo del
mal de ojo al escuchar su nombre– lanzó las salamandras desde
ambos extremos del paso. Los soldados en llamas, desfigurados,
corrieron a arrojarse al lago subterráneo enclavado en el centro del
pasaje. De esas aguas emergió una nueva raza y los hombres que
habían sido, fueron despojados de su humanidad.
-Los
necrófagos, que habían sido convertidos por las salamandras –afirmó
Duglas que los acompañaba ese día–. Hoy parece una marisma, el
agua burbujea de puro calor y el hedor es insoportable –informó.
-Parece
mucho más creíble que la versión anterior. Luego, deben haber
encontrado alguna forma de reproducirse –dijo Fini. Wed sacudió la
cabeza teatralmente, dibujando una mueca de asco, mientras miraba una
atemorizante ilustración de un necrófago acuclillado sobre huesos
humanos y de animales, en la entrada de una caverna. Entre los restos
yacían un par de calaveras cuya blancura le daba una espectral aura
a la ilustración.
–Me
los imaginaba reproduciéndose –agregó en tono cínico. Letgrín,
callado como de costumbre, aprovechó el momento distendido que
produjo el comentario de Wed, para plantear dos interrogantes.
-¿De
verdad existió Mel Torné? Creí que era un cuento de viejas –y
agregó- ¿Y quién era Setig?
LeFleur
se anticipó al resto:
-El
muchacho limpiaba cocinas y su padre también. Hay cosas que escapan
a su conocimiento –dijo en tono burlón, protegiéndolo de los
comentarios despectivos que parecían venir, a juzgar por las
expresiones en los rostros de quienes lo circundaban.
-Mel
Torné fue el Brujo del Viento, deberías conocerlo; no hay quien no
haya escuchado su nombre –dijo Fini, en un tono como el que usan
los maestros con los alumnos atrasados.
-Conozco
lo que se dice por ahí. Pero a veces los cuentos para asustarnos no
se ajustan a la realidad.
-Cualquier
cosa que te hayan narrado sobre él, es menos cruenta que la realidad
– dijo Wed.
-En
resumidas cuentas, usó la hechicería para seducir a las criaturas
mágicas y unirlas en un único ejército contra los hombres. Su
poder era tal, que no podía morir por material alguno de esta
tierra. Su cuerpo fue consumido por el hálito de Fulgura, el líder
de los Dragones de Fuego. Su espíritu fue apresado en un cofre,
donde poderosos grabados hechizados hacían las veces de cadenas. Se
encuentra protegido a buen recaudo –fue el conciso resumen de la
Cazadora.Comentaron luego algunos de los hechos más relevantes de su
ascenso al poder y de cómo afectó a los hombres y a las bestias.
Duglas se encargó de dejar en claro que escasos licántropos se
unieron a sus filas y en breve llegaron a la segunda pregunta de
Letgrín. Ni Wed ni LeFleur tampoco sabían quién era. Nuevamente
fue la joven quien los instruyó. Parecía mentira que alguien tan
joven compendiara tanta erudición.
-Setig
fue un Wateano. No fue por su habilidad con las armas, ni por su
destreza en combate, ni por ser un excepcional rastreador que se
volvió singular. Supo estudiar e investigar a cada especie que los
Wateanos cazan. Encontró sus debilidades, descubrió sus hábitos y
madrigueras, rituales de apareamiento, épocas de celo y cría. De
algunas especies, hasta descifró los sistemas de comunicación. Los
Wateanos éramos valientes, tenaces y cumplidores, pero luego de los
Tratados de Setig nos volvimos letales –continuó.
-¿Por
qué están estos libros acá? –preguntó Wed.
-Cuando
vino a nuestras tierras –Duglas tomó la palabra- poco faltó para
que lo mataran. Teníamos un Wateano a nuestra puerta, pidiéndonos
cobijo. Coraje no le faltaba y eso fue lo que le salvó la vida. Dijo
que nosotros no debíamos ser presas de sus cazadores y que la única
manera de probárselo a sus superiores era llevándoles sus estudios.
-Su mirada se perdió en el techo añorando los viejos tiempos. -Tres
décadas vivió con nosotros, cada tanto salía de viaje. Estudiaba
otras razas o viajaba a entregar parte de las investigaciones que
escribía constantemente. Siempre volvía y retomaba su rutina.
-Pero
entonces, ¿por qué los libros no pueden abandonar este
recinto?-preguntó Wed.
-Siempre
hay gente que nos mal interpreta –continuó Duglas, refiriéndose a
su raza–, incluso entre los propios Wateanos. Guardar aquí sus
principales observaciones los obliga a que nunca olviden la relación
que nos une. Hace años que somos aliados.
-¿Cómo
pudo aventurarse entre tantos enemigos y volver indemne? –preguntó
Letgrín.
-No
siempre volvía sin lesiones y casi siempre partía protegido por
Kurt o alguno de los nuestros, pero él siempre se refería a algo de
los olores. Mezclaba elementos y obtenía fragancias que lo ocultaban
a los sentidos de los depredadores. -Fini miró hacia las antorchas
que un par de noches antes mantenían a raya los mosquitos. Duglas se
percató de la mirada y sonrió.
-Ese
es uno de los usos que encontró a sus esencias-. Letgrín revisaba
los frascos en los anaqueles y dentro de los armarios, asentía con
la cabeza cada vez que reconocía alguno de los productos, ya sea por
su aspecto o por la etiqueta. Sus años con la Herborista daban sus
frutos.
-Debe
haber algún libro con anotaciones y combinaciones, son muchas
especias como para recordar las proporciones de memoria –dijo. Se
quedó revisando libros con LeFleur, mientras el resto se retiraba al
claro. Antes del anochecer comunicaron al resto sus avances en la
materia, y durante la cena planificaron sus próximos pasos.
-El
paso de la montaña está descartado –dijo Fini.-Volver hacia el
agua no nos garantiza llegar y tendríamos que retroceder al menos
dos días.
-Volvemos
al principio, las Piedras Lajas –dijo Wed.
-¿Qué
sabemos de cierto? -organizó Fini.
-Un
paso entre montañas, con posibles necrófagos bajo las piedras
movedizas y, sobre ellas, las salamandras –resumió Wed, con su
habitual tono cínico.
-Podemos
usar los aromas –arriesgó Letgrín con cierta timidez, aún le
costaba integrarse y participar en las conversaciones como un igual.
-Según
los escritos, impregnados en ciertas fragancias, podríamos pasar
desapercibidos entre los necrófagos, al menos en los momentos de más
luz. Con su vista sensible a los rayos solares y engañando su
olfato, tenemos ciertas posibilidades –agregó LeFleur.
-¿Por
el paso de las montañas? –preguntó Wed–. Bajo las lajas no
habrá sol.
-Por
encima de las lajas –aventuró LeFleur.
-¿Y
las salamandras? –volvió a preguntar Wed.
-No
hay demasiada posibilidad de que las salamandras aún vivan –insistió
el joven aspirante a bardo.
-¿Qué
sabemos de las salamandras? Al menos, según Setig –preguntó Fini.
LeFleur
comenzó a recitar con su voz de bardo.
-Las
salamandras encarnan a los Elementales de Fuego, habitan en el
interior del fuego y pueden producirlo y protegerlo. Son los
Elementales que menos relación mantienen con los humanos, sin
embargo, cuando esto llega a producirse, se establecen lazos muy
difíciles de romper-. Tomó aire mientras observaba los rostros que,
atentos, esperaban que continuara.
-Cuando
los Primeros Pobladores daban sus pasos iniciales en esta tierra y
aún no dominaban la creación del fuego, tenían salamandras en sus
asentamientos. Adoraban su presencia como a la vida misma, ya que
difícilmente sobrevivían sin ellas, y creaban un habitat propicio
para su vida, donde ardía un fuego permanente. Los vínculos se
distanciaron cuando dominaron la técnica de la combustión.
-¿Dónde
habitan? ¿Cómo se las mata? –preguntó Gunther, acelerando el
relato. Algo incómodo por haber sido interrumpido, LeFleur continuó.
-Una
vez que han tomado cuerpo físico, los espíritus inmortales viven en
volcanes –explicó–. En cuanto a matarlas, no dice nada. Tampoco
dice de aromas o fragancias contra ellas.
-Entonces
–arriesgó Wed–, difícilmente se hayan quedado a vivir sobre las
piedras. Seguramente hayan tenido que buscar un cráter para
sobrevivir.
-No
viven sobre las lajas, sino en las entrañas de la montaña, debe
haber aguas termales o vapores de algún volcán –dedujo Gunny,
recordando los comentarios del jefe de la manada en la cabaña. Todos
se tomaron un rato para meditar las últimas palabras.
-Iremos
por las Piedras Lajas -decidió la de la Flecha de Plata. Y todos
asintieron.
-Puedo
proporcionarles escolta HASTA –hizo hincapié en la última
palabra–donde comienzan las lajas con algunos de mis lobos, luego
están por su cuenta –
ofreció Duglas. Todos asintieron
con la cabeza, agradecidos. Los días siguientes se dedicaron a
confraternizar, afilar armas, revisar la biblioteca hasta el último
rincón. Una tarde, Letgrín pulía sus espadas con la espalda
apoyada en un ciprés cuando Duglas caminó hacia él, con paso
decidido.
-Puedo
olerlo, Portador –le dijo, utilizando la fórmula con que lo
recibiera–, pero quisiera verlo también.
El
muchacho tomó ambas espadas por el filo y se las ofreció al lobo,
que se acercó y las observó. Descartó una y tomó la otra con la
delicadeza con que una madre acuna a su niño. Acercó su mano a la
empuñadura y observó fascinado.
-La
escama de un cachorro –susurró como si temiera que alzando la voz
se espantara. La rozó con la yema de los dedos, percibiendo una
corriente eléctrica que lo cautivó. Recién en ese instante, el
muchacho entendió a qué se había referido el jefe de la manada
cuando lo llamó Portador, al recordar a Glauco, el dragón albino.
Se acercó a la empuñadura y sus dedos avanzaron hasta tocar la
escama; la lámina saltó del metal para posarse en la mano de
Letgrín, que la atrapó inmediatamente. Una inmensa sensación de
bienestar lo invadió y, con sus ojos cerrados, vio el cielo azul a
su alrededor, el verde del bosque pasando raudo debajo y sintió el
viento en su cuerpo. La sensación pasó tan fugazmente que dudó
haberla tenido.
-A
juzgar por tus reacciones, la habías olvidado –le dijo el lobo
señalando su puño, en obvia referencia a la escama. El adolescente
asintió con la cabeza.
-Él
no te ha olvidado –afirmó–. Está creciendo. Tú, continúa
preparándote. El momento está cada vez más cerca –le dijo, y se
retiró por donde había venido. Letgrín quedó recostado contra el
tronco, soñando despierto con el instante de comunión y la plenitud
absoluta que lo inundó cuando tuvo la escama en sus manos. Ahora la
pasaba de una a la otra, buscando repetir la evocación, pero las
sensaciones lo esquivaban con caprichosa vehemencia.
Esa
noche, reunidos en un festín, celebraron la amistad, reivindicaron
sus lazos y trazaron planes junto al fuego que, irónicamente, era el
custodio de su próximo enemigo.
A
la mañana siguiente, guiados por dos machos en la plenitud de sus
fuerzas, avanzaron por senderos del bosque, eligiendo el camino más
corto hacia su destino. Pasaron la noche, los cuatro abrigados en sus
sacos de dormir, mientras los lobos vagaban por el bosque. Retomaron
el viaje sin percibir cambios en el paisaje, a no ser la
predominancia de una u otra especie arbórea en el camino. Los lobos
proveían alguna presa, que los viajeros aceptaban gustosos. La
segunda noche llovió y les costó encontrar un lugar donde
mantenerse secos. A lo largo del día siguiente, el bosque comenzó a
ralear, la tierra se volvió menos negra y más pedregosa. Subían
continuamente. A media tarde los lobos se detuvieron y tomaron su
forma humana. Lo rápido de la transformación no dejaba de
sorprender a los tres hombres, a pesar de haber convivido con ellos
durante una semana al menos. Con la vista siguieron el sendero que
serpenteaba en la desolada ladera. Más abajo, no muy lejos de la
entrada a las Piedras Lajas, un montecito ofrecía, al parecer, el
último refugio. Quedaban unas pocas horas de luz cuando llegaron.
Estudiaron el paisaje detenidamente y, luego de algunas
conversaciones, concluyeron que sería imposible seguir con los
caballos.
-Nosotros
no montamos –se justificó Gunny–, sencillamente, no pensamos en
los corceles como una posibilidad.
-Hasta
aquí llegamos –dijo uno de los lobos–. Hacia allá –agregó
señalando la inconfundible formación geológica– deben dirigirse.
Estarán expuestos a cualquier ojo que sepa mirar, si es que los
están buscando –concluyó, enigmático.
-Deben
esperarnos, tienen que quedarse con los animales, no podemos
llevarlos ni dejarlos solos acá –dijo Fini.
-No
fue lo que nos ordenaron -dijo el mismo lobo, que nunca había
perdido su actitud arisca hacia los humanos.
-Es
lo que te ordeno ahora –dijo Gunny con actitud similar a la de
algunas noches atrás. El otro lobo intervino, poniendo paños fríos
a la situación.
-Será
como deseas –dijo a modo de despedida, tomando los caballos luego
de que descargaran lo mínimo indispensable, llevándoselos con paso
rápido hasta perderse tras la espesura. A la noche, comiendo sin
haber encendido un fuego e iluminados por la luna menguante,
comentaron las novedades. No había huellas más que de animales y
eran esporádicas, nadie frecuentaba la zona. Incluso en el cielo,
distinguieron pocas aves en el trayecto que hicieron al descubierto,
sólo de vez en cuando se veía planear al viento a alguna pareja de
jotes. Por primera vez desde que salieran del castillo, montaron
guardia. La noche, sin embargo, transcurrió sin novedades y se
levantaron al amanecer. El cielo plomizo presagiaba una tormenta.
-Con
este clima, preferiría ir por debajo, parece que el cielo va a
desplomarse sobre nuestras cabezas –comentó Wed con tono
apesadumbrado. Un poco de comida, armas y algo de abrigo, era el
reducido equipaje que portaban. Las flechas de Fini eran el más
preciado bien. Con ellas debería dar cuenta de la o las mantícoras.
Con el gris oscuro amenazante sobre sus cabezas, iniciaron la marcha.
Treparon por la ladera, cruzaron peñas y peñascos, atravesaron
cornisas, hasta llegar a las lajas. Una serie de enormes planchas
planas de piedra parda, con destellos de mica que, por falta de sol,
no brillaban. Con paciente cuidado caminaron sobre ellas. Durante
media mañana, no encontraron nada que hiciera pensar que las piedras
no eran un firme suelo. Cada tanto, aberturas entre una y otra los
obligaban a rodear o rehacer el camino. Otras veces saltaban, cuando
la abertura no era demasiado riesgosa. Siempre que se acercaban a una
rajadura, percibían un vaho húmedo que emanaba desde abajo. La
lluvia era sólo una funesta promesa y habían acelerado el ritmo. El
camino era más firme de lo que les habían inducido a creer y los
cautos pasos del inicio se habían transformado en una buena marcha.
Incluso lo que eran esporádicos susurros al iniciar el paso
devinieron en una animada charla, aunque en voz queda. Gunny hasta
había dejado de olfatear el aire convertido en lobo, cosa que antes
había hecho con frecuencia. Las primeras gotas cayeron apenas
retomaron el camino. La lluvia era pareja y, a pesar de lo que
presagiaba el clima, habían desechado las capas engrasadas por su
peso e incomodidad. Pronto estuvieron empapados y el agua que se
juntaba en los desniveles de las lajas, comenzaba a chorrear hacia
abajo en pequeños riachos. A medida que la tarde avanzaba, un humor
amargado los acompañaba en cada paso. A media tarde se detuvo la
lluvia y arreció el viento. Un frío
y poderoso vendaval despejó el cielo en breve tiempo y el sol
comenzó a calentar las rocas, secando ahí donde el agua no se había
acumulado. Sin embargo, su calor no alcanzaba a calmar los
escalofríos que los asaltaban.
-Sea
como sea, esta noche deberemos hacer un fuego, calentarnos y secar la
ropa, si no la fiebre se encargará de matarnos lentamente –sentenció
Letgrín. Con ánimo taciturno, cada paso era una prueba de voluntad.
Caminaban juntos, buscando que la compacta masa de sus cuerpos
ofreciera cierto reparo ante el viento que arreciaba. Si daba
resultado, no lo percibían, pero al menos amuchados sentían algún
tipo de consuelo. Así fue que la primera laja se movió. Ya sea por
el peso combinado de todos en un punto, por la acción del agua de
lluvia o de ambas condiciones, lo cierto es que, de manera
imperceptible, la losa comenzó a moverse hacia adelante, en el
sentido en que viajaban. Cuando el deslizamiento se hizo evidente, se
detuvieron inmediatamente. Aún así, la piedra continuó por inercia
y, presas del pánico, corrieron hacia atrás. Se detuvo el
movimiento del piso y el suyo propio, también. Sin embargo, la
reacción a la acción primaria hizo que la losa comenzara a
inclinarse en el sentido opuesto. A Letgrín se le representó un
artista callejero que balanceaba platos sobre varas en su cabeza. La
idea estuvo lejos de consolarlo. Uno corrió a otra laja y su impulso
sacó al resto de la inmovilidad, se desbandaron hacia los lados. La
laja que los recibió estuvo quieta apenas unos segundos y luego
comenzó a desequilibrarse. Continuaron corriendo y saltando de una a
otra, hasta que un rapto de lucidez iluminó a Wed, quien les gritó
mientras llevaba a cabo su plan:
-¡Al
costado, a la ladera! -. Hacia allí partieron todos, pero la piedra
chata que los recibió debió haber estado apoyada en una columna
endeble, porque su crujido rasgó el viento. Sin embargo, lograron
alcanzar la pared y aferrarse a ella, antes que la leve inclinación
se transformara en una pendiente pronunciada. Cuando comenzaban a
pensar que terminarían deslizándose hasta el fondo, se detuvo.
Evaluaron la situación, una vez recuperado el aliento junto con el
sentido común. La adrenalina había calentado su sangre y ya no
tenían frío ni sentían los miembros ateridos. El sol, como
entendiendo su situación, calentaba sus rostros y la piedra
comenzaba a secarse rápidamente. La roca donde estaban no daba
ninguna garantía así que, sin soltar la pared, avanzaron hacia la
siguiente, que los recibió con mayor firmeza. Sus crujidos eran
aceptables, al lado de los bramidos y chasquidos que habían oído
minutos antes. Optaron por separarse a lo ancho de la calzada,
repartiéndose en la mayor cantidad de lajas posible.
-No
hay que poner todos los huevos en la misma canasta –expresó Wed,
con su habitual sarcasmo. Su plan daba resultado y, si bien el avance
era lento, resultaba más seguro. El viento seguía soplando y,
pasado el efecto de la aceleración emocional, volvían a ser
víctimas indefensas del frío. La siguiente losa era de inmensas
proporciones, tanto a lo ancho como a lo largo; a la distancia se
confundían sus límites, aunque exhibía varias rajaduras en toda su
superficie. El agua se había filtrado hacia abajo por las grietas y
la laja estaba completamente seca y caliente al tacto. Apoyaban las
palmas cada tanto, disfrutando el calor que les proporcionaba. Unos
metros después, un paso de Gunny produjo un sonido de
funestas premoniciones. La piedra
crujió con un lastimero quejido y comenzó a abrirse. Se desmenuzaba
cual terrón de tierra seca y la grieta se ensanchaba con aterradora
celeridad. La hendidura irregular separó a Fini por delante, detrás
a su izquierda a Wed y LeFleur, a la derecha Letgrín y más atrás,
algo alejado del resto, al propio Gunny. Las mismas rajaduras
sirvieron para que se sujetaran con las manos impidiendo la caída
hasta el fondo. La ranura se expandió con la velocidad de un rumor,
y un estallido de piedra y polvo sacudió todo el corredor. Unas
rocas cayeron, otras se apoyaron, muchas se montaron sobre otras y
algunas sencillamente desaparecieron en el fondo. El paisaje completo
había cambiado. Ciegos por la nube de partículas, se gritaron unos
a otros, preguntando, alentándose, pero por encima de todo, buscando
evitar la desesperación de la soledad. Cuando terminó de asentarse
la polvareda, el sol iluminaba el fondo por primera vez en siglos. La
analogía en la mente de LeFleur fue un inmenso castillo de naipes,
derrumbado por el accionar de un hermano mayor. Los gritos de Gunny y
Fini lo sacaron de su ensoñación y fijó la vista en esos puntos
que, desde las penumbras subterráneas, comenzaban a trepar por las
lajas hacia ellos. Las ilustraciones que habían visto en la
acogedora cabaña del protegido bosque de alerces, habían cobrado
vida. Pero ahora ellos mismos eran las presas.
Percibió
como Fini ya montaba una flecha, luego de haber dispuesto en el piso
un atado completo. Estaba de rodillas, había equilibrado su cuerpo y
apuntaba con calma. Dos lagartijas, mudos testigos de lo que ocurría,
se calentaban al sol cerca de ella. La distancia de su laja con las
del resto era insalvable en un salto. Vio también a Gunny,
convertido en lobo, gruñendo amenazadoramente a los que trepaban por
su piedra. Un leve movimiento de la cabeza le permitió observar como
Letgrín se había quitado la capa y desenfundado ambas espadas.
Giraba los brazos y las muñecas, dándoles la elasticidad necesaria
para el combate. En su propia laja inclinada, Wed desenvainó su
espada y esperó, en la posición de perfecto equilibrio, propia de
un espadachín experto. El único que no esgrimía arma alguna era
él. Remedió la situación de manera inmediata, tomando su espada.
-Nos
vendría bien una ballesta –dijo Wed, mientras paso a paso acortaba
la distancia con los necrófagos, buscando llegar al borde mismo,
para atacarlos desde esa ventajosa posición y así evitar que
subieran. Una rápida sucesión de zumbidos indicó el vuelo de las
primeras flechas de la Cazadora. Una víctima por cada una. Cada una
en el ojo o en la boca, dando muerte inmediata a sus enemigos. Vio
que ahora eran cuatro las lagartijas que disfrutaban el calor del
sol, en torno a la joven. Mientras tanto, las dentelladas del lobo
desmembraban a sus atacantes, que caían muertos o desequilibrados y
mal heridos. La laja de Letgrín era la más amplia y la más
inclinada, lo que permitía que los necrófagos subieran con más
facilidad y por ende, en más cantidad. El joven bailaba entre ellos,
yendo y viniendo, al compás de una lúgubre balada de muerte. Sus
espadas cortaban la carne con la misma facilidad que un cuchillo
caliente lo haría con la manteca, no obstante, los agresores estaban
lejos de amedrentarse o retroceder. Fini alternaba blancos, dando
cuenta de los que atacaban a sus compañeros cada vez que uno de los
lampiños le daba un buen ángulo de tiro. LeFleur vio como agotaba
las flechas con inusitada rapidez, mientras ocho lagartos se
asoleaban a su alrededor. El lobo detuvo su ataque un instante y
evaluó la situación. Tomó carrera y saltó hacia la piedra del
muchacho de las dos espadas, quien enfrentaba la mayor cantidad de
enemigos. Wed cumplía su objetivo con movimientos calmos y precisos,
ahorrando energía. A pesar de la eficacia de sus golpes, desde la
oscuridad de abajo seguían llegando hostiles atacantes. Un rincón
de la mente de LeFleur registraba los hechos a su alrededor con la
fría mirada del historiador, reconociendo detalles, componiendo los
bosquejos de un poema épico. Así fue como percibió primero que
nadie, incluso antes que la propia Fini, que las lagartijas que la
rodeaban eran salamandras. Ahora estaban en llamas y avanzaban hacia
ella con la velocidad del rayo. El tiempo pareció detenerse. Cada
latido parecía congelarse hasta que llegaba el siguiente y el poeta
registraba los movimientos, como si se tratase de una representación
teatral ensayada a velocidad reducida. Gunther Von Steppenwolf Haus
detuvo una dentellada para girar a ver a su compañera. Un necrófago
aprovechó a darle un zarpazo que abrió una herida sangrante en el
cuello. Insensible al dolor, corrió al límite de sus fuerzas hacia
el borde más cercano a la laja donde estaba Fini. Pero aún para el
lobo, la distancia era insalvable.
Letgrín
continuaba su danza macabra, aunque tuvo un mínimo de tiempo para
percibir que el lobo lo abandonaba. Wed observaba la escena sin
descuidar su defensa. El propio LeFleur, unos cuantos pasos detrás
de la seguridad que brindaba Wed, observó atónito cómo las
salamandras trepaban al cuerpo de la de la Flecha de Plata y hacían
arder su ropa en menos de un segundo. La madera del arco pareció
hacerse polvo luego de ennegrecerse, pero la valiente muchacha aún
retenía los gritos de dolor. La agónica tortura a que el fuego de
los elementales la sometía, pugnaba por ganar la batalla con su
resistencia. Sus ojos buscaron frenéticos, hasta encontrar los del
lobo que corría a su encuentro. Ambos sabían que ella no moriría,
lo leído en la cabaña de Setig estaba danzando en su memoria, y que
algo peor la esperaba: la dolorosa transformación en necrófago
comenzaba, y sus cabellos ya se evaporaban. Haciendo gala de coraje y
una voluntad mayúscula, la joven corrió hacia el borde del abismo,
con el cuerpo envuelto en llamas, sin gritar todavía el dolor que la
devoraba. La distancia que los separaba impedía que uno llegara a
donde estaba el otro. Ella llegó al borde y el supremo esfuerzo del
salto rompió su concentración. Con un estremecedor alarido de
dolor, se arrojó al vacío. Gunther saltó dos pasos después, a su
encuentro. Sus fauces abiertas no emitían el lastimero aullido de
dolor que sus ojos expresaban. Ya comenzaba la curva descendente
cuando sus mandíbulas se cerraron en el cuello de la joven, cortando
de cuajo el grito y la vida. El chasquido de los huesos quebrándose
se escuchó por sobre cualquier otro sonido. Ambos cayeron al fondo
del barranco y, tras ellos, los necrófagos eligieron las presas más
cercanas abandonando a las otras y se perdieron en las sombras.
Los
tres sobrevivientes esperaron tensos minutos, hasta que Letgrín ató
su capa a la cintura y, haciendo caso omiso de los heridos que
gruñían a su alrededor, corrió hacia sus compañeros, franqueando
de un salto el vacío que los separaba. Aún atónitos por lo
sucedido, ambos limpiaban sus armas en la ropa antes de enfundarlas.
-La
chica está muerta –dijo LeFleur–, pero el lobo puede haber
sobrevivido.
Los otros dos lo miraron, luego al
punto en donde habían caído y después, la mancha oscura donde las
salamandras, ahora consumidas, habían dado cuenta de Fini.
-Bajar
es un suicidio –dijo Wed–, no tiene sentido. Si alguien puede
salir por su propios medios es Gunny, no podemos hacer nada más que
irnos. -Con lágrimas en los ojos, Letgrín estuvo de acuerdo con el
adulto que tomaba el mando de la fracasada expedición. Con más
urgencia que cuidado, aunque evitando dar pasos en falso, iniciaron
el regreso por donde habían venido. Urgidos por el miedo y por la
llegada de la noche, dejaron de tener frío o, al menos, lo
soportaron con estoica valentía. Llegaron al bosquecito de lengas
cuando ya estaba oscuro, y trotaron por suelo firme hasta el bosque.
Los lobos los esperaban, con los caballos. Incluso el agresivo lobo
guardó respetuoso luto al escuchar el desastroso resultado de la
incursión.
-Puede
estar vivo- dijo su compañero, y un estruendoso aullido, en un tono
que ninguno conocía, estremeció al bosque entero. A lo lejos se
repitió el mismo tono, una y otra vez.
-Antes
que termine la noche, muchos de los nuestros entraremos en las ruinas
a buscarlo. Si está vivo, lo traeremos. Pero tanto si vive como si
no, los necrófagos verán mermada su población de una vez y para
siempre. Ustedes, descansen-. Los tres obedecieron sin objeciones.
Encendieron un fuego, colgaron su ropa a secar y se abrigaron con
mudas nuevas, sacadas del equipaje que habían dejado. Agotaron
enseguida las provisiones de agua, desesperados de sed.
-Hay
un arroyo cerca –dijo un lobo.
Los
tres humanos despertaron en forma simultánea, forzando la vista en
la oscuridad, intentando percibir algo en medio de un coro de roncos
gruñidos. Las llamas aún iluminaban y vieron a los dos lobos, con
el pelaje erizado. Amenazantes. Miraban hacia un costado, ni hacia el
bosque de donde vendrían los refuerzos, ni hacia el claro, de donde
podría provenir un ataque.
-Se
vienen con nosotros –Los tres escucharon una voz en su mente. No
sabían de dónde provenía, no eran sonidos articulados, ni palabras
ordenadas dando forma a una oración. No eran siquiera las palabras
mal empleadas o los verbos mal conjugados de sus primeras
conversaciones con los lobos, la primera noche. Era una sucesión de
imágenes que indicaba indudablemente una acción a seguir, aunque no
supieran quién lo ordenaba.
-Están
bajo nuestra protección, no irán a ningún lugar hasta que llegue
la manada–. Escucharon luego las ideas de uno de los lobos, más
asociadas a la forma de comunicarse humana. La respuesta fue la
imagen de un perro, teñida por un sentimiento muy despectivo,
minimizando absolutamente las capacidades del lobo. Inmediatamente,
un gruñido más sonoro se oyó, rodeado de un hálito de poder
inmenso. La respuesta del lobo fue rápida y categórica. Evocaba un
cachorro huyendo con las orejas caídas y el rabo entre las patas,
llorando lastimeramente.
-Vístanse,
monten, vámonos–. Una sucesión de imágenes les dio las
instrucciones. Lejos estaban de cuestionar siquiera y obedecieron lo
que se les ordenaba. Salieron del claro, montados uno tras otro,
avanzando al paso, paralelos a la línea de árboles. Sin saber cómo,
seguían un destino claramente determinado en su mente.
A
la luz de la luna vieron un gigantesco smilodón, un enorme tigre con
dientes de sable sentado sobre sus cuartos traseros. Los estaba
esperando con aire de impaciencia. Los brillosos colmillos de marfil
que sobresalían de su boca hacia abajo superaban, con creces, la
mandíbula inferior. Las últimas imágenes que pudieron captar de la
comunicación consistieron en una representación de los colmillos
del felino sobre sus huellas y los lobos desistiendo de seguirlos.
Tuvieron que continuar a pie, los corceles se negaron a avanzar,
atemorizados por el enorme felino. Letgrín saludó a su caballo,
abrazando su cuello y diciéndole palabras suaves. Cargaron su
equipaje y sus armas, ropa de abrigo, agua y algo de comida.
Confiaban en que los lobos se ocuparían de cuidar a los animales.
Más
tarde, escucharon los aullidos de la manada que se adentraba en los
restos de la hondonada a buscar a Gunny.
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