EL SECRETO: núcleo vital del hermetismo
Por Diego Arandojo
El término “secreto” deriva del
latín secretum: una cosa oculta,
misteriosa; algo que está separado, apartado del resto.
Desde tiempos remotos, aquellos
grupos de personas que han alcanzado alguna clase de conocimiento relevante han
necesitado protegerlo de potenciales enemigos que desvirtuarían ese saber,
enajenándolo o simplemente popularizándolo.
El hombre, según el investigador
Abel Sorge, encuentra dos opciones naturales: o integrarse plenamente en el
juego que la sociedad le propone, o por el contrario, organizar su propio
juego. Si opta por esta segunda opción, comenzará a germinar en él la necesidad
de constituir, o de integrarse, en una sociedad secreta.
Queda claro que en estos nuevos
“juegos” resultaba necesario crear toda clase de alfabetos mágicos, a fin de
codificar la información obtenida. El lenguaje iconográfico de la alquimia, el enochiano (derivado de los estudios del
alquimista John Dee sobre El Libro de
Enoch, que relata las visiones de Enoch, llevado en vida a los cielos por
Yahvé), el celestial o el Malachim, entre otros, han circulado en
estos grupos herméticos, auxiliándolos en su misión de preservación.
El célebre alquimista Roger Bacon
(autor del Speculum Alchemle) nacido
en 1214, lo afirma explícitamente: “Es una locura escribir un secreto de un
modo que no sea el que lo preserve del vulgo”.
El esoterismo, la base de todo
En la noche llegaron los hombres,
ataviados con colores símiles, y en sus rostros compartían el mismo signo: se
saludaron, se besaron y comenzaron el rito. La compuerta del Templo de Piedra
se cerró. Las voces de los conjurantes se extraviaron en el viento, mientras
algunos curiosos, instalados en los arbustos lindantes a la construcción, se
mostraban aterrados. Toda sociedad que se considere secreta posee un
instrumento de trabajo, de estudio y de contemplación: el esoterismo. Para el
autor Serge Hutin, la palabra esoterismo
procede del griego eisôtheô
(literalmente “hago entrar”) y su significado se desprende inmediatamente de su
etimología: hacer entrar es abrir una puerta, ofrecer a los hombres del
exterior que penetren en el interior; simbólicamente es revelar una verdad
escondida, un sentido oculto.
De esta manera y a través de los
siglos, todas las sociedades secretas nacieron y perecieron, renacieron y
cambiaron, alcanzando límites más allá de las doctrinas oficiales.
La muerte de Jesús de Nazaret
desencadenó cientos de creencias alternativas que fueron prosperando con el
correr del tiempo y que serían condenadas por Pablo de Tarso (San Pablo) y sus
seguidores. Una de estas, la Gnosis (agrupación
surgida en el siglo II en Medio Oriente y fundada supuestamente por Simón el
Mago) pretendía guiar a la humanidad hacia el Dios Desconocido, el verdadero regente del universo que habitaba
una región denominada Pléroma y que
se contraponía con el Demiurgo
(identificado con el Dios judeocristiano) y sus Arcontes, o ángeles creadores
del mundo.
Destruida por la Iglesia de aquel entonces,
la Gnosis se
vio sumida en la más profunda oscuridad, aunque influyó fuertemente en las
sociedades secretas posteriores. Algunas, por ejemplo, fueron variando
drásticamente sus objetivos, orientándose hacia el belicismo, tal el caso
de los ismaelitas, o assasins,
adoradores del sacerdote-rey Imán, el Anciano de la Montaña. Se
desempeñaban secretamente como asesinos en medio de los conflictos desatados en
el imperio musulmán después de la muerte de Mahoma en el año 632 D.c.
La sangre seguiría rodeando al
esoterismo, no sólo en el Islam, sino el Cristianismo que continuaría aplacando
duramente a grupos como los Goliardos,
los Valdenses o los Cátaros, quienes difundían un mensaje distinto al de Jesús,
hablando de un Dios-Amor al que el hombre debía retornar, depositando su chispa
divina sobre él.
El temple y la francmasonería
La religión dejó de ser culto y
se convirtió en guerra: una idea contra otra, un sistema de valores contra
otro, un hermano que decapita a otro hermano. Lo único que importaba era
defender lo considerado sacro.
En el año 1118 nueve caballeros
franceses juraron ante el patriarca de Jerusalén, Balduino II, consagrar su
vida a velar por los peregrinos que llegaban a Tierra Santa. Nacía así la Orden de los Pobres Caballeros de Cristo,
conocida posteriormente como Orden del
Temple bajo la regla de San Bernardo de Claravall (un iniciado en los
secretos de la cristología hermética).
El primer maestre de esta
organización fue Hugo de Payns, quien recorrió Francia, Inglaterra y España en
busca de hombres nobles se que quisieran unir a la causa.
La presencia de los templarios,
su estricto código de convivencia y de hermandad, su valentía y organización
los transformó en la mano fuerte de la Iglesia. Pero no ofrecía exclusivamente un
servicio de escolta o de protección, sino que con el correr de las décadas el
Temple creció de forma sorprendente, tanto en número de adherentes como en
posesiones y patrimonios, lo que le permitió organizar una suerte de “banca medieval”
que otorgaba préstamos de sumas considerables a soberanos, grandes nobles,
viajeros y mercaderes.
Este formidable poderío económico
hizo sombra sobre la Santa
Sede –o al menos así
lo creyeron los líderes del cristianismo– y la Orden del Temple fue cruentamente discontinuada
hacia 1314, después de un corrupto proceso de enjuiciamiento, en donde no
faltaron las confesiones obtenidas mediante la tortura. No obstante, quedarán
algunos rastros del saber templario en Europa, más precisamente en Inglaterra, España
y Francia, en donde nacerán nuevos grupos esotéricos, como los Pastorcillos y la Compagnonnage,
fraternidades en las que se inspiraron los francmasones para crear sus
estatutos de igualdad y unidad de todos los hombres libres (Londres, 1717).
Los masones alegan heredar su
tradición de dos fuentes fundamentales: un supuesto relato histórico
relacionado con Hiram, el arquitecto del Templo de Salomón, Hiram, y las
sociedades de albañiles y constructores de catedrales nacidas en la Edad Media. Cabe destacar
que existe una tercera fuente, que a mi humilde entender es de relevante
importancia, relacionada con el movimiento Rosacruz; una sociedad que surgió
aproximadamente en el 1600 fundada por el enigmático Christian Rosenkreuz,
autor de La Fama Fraternitatis,
La Confessio
y Las bodas alquímicas.
El rosacrucismo buscaba la
iluminación interna del sujeto, haciéndolo viajar constantemente, estudiando
las ciencias herméticas y encontrándose todos los miembros una sola vez al año
en un lugar mágico llamado Templo del Espíritu.
El secreto contemporáneo
Con la modernidad y el nacimiento
de la ciencia formal y metódica, las sociedades secretas fueron perdiendo
paulatinamente adeptos y con ello, su fuerza interna. El secreto pareció
extraviarse, fenecer velozmente. Sin embargo, en 1888, William Wynn Westcott y
Samuel Liddell MacGregor Mathers fundan la Hermetic
Order of the Golden
Dawn (la Orden
del Alba Dorada), una fraternidad de magia ceremonial organizada en un sistema
muy similar al de la francmasonería, en la que se aglutinan toda clase de
creencias herméticas y rituales.
Hacia comienzos del siglo XX, la
incorporación del controvertido esoterista Aleister Crowley convulsionó la
orden. Pese a comulgar con muchas de las ideas y de escalar rápidamente los grados
iniciáticos, su postura frente a algunos temas puntuales provocó innumerables
conflictos y debates con muchos de los miembros, en especial con Liddell
MacGregor Mathers.
Estas discrepancias condujeron a
su renuncia indeclinable y a la creación de su propia sociedad en 1907: la A.:.A.:. (Astrum Argentinum - Estrella Plateada) dentro de la cual desarrolló
con entusiasmo su sistema esotérico de Thelema
(creencia filosófica proveniente del libro The
book of the law, pilar del pensamiento crowleano).
Dentro de esta visión particular,
la vida debía transcurrir según un precepto: Do what thou wilt shall be the whole of the Law (“Haz lo que
quieras será toda la ley”).
Con la desaparición física de
Crowley el 1 de diciembre de 1947, sus discípulos se desparramaron por toda
Europa, erigiendo distintas organizaciones herméticas (Thelema, la Novus
Ordo Aureae Aurora
y un largo etcétera) distanciándose de las ya establecidas, como la
francmasonería, los rosacruces o la
O.T.O. (Orden del Templo de Oriente).
La influencia del “haz lo que
quieras” no recayó sólo en los estudiosos o practicantes del arte esotérico.
También signó el ámbito musical de los 70, los 80 e incluso el de la
actualidad. Artistas como The Beatles, Jimmy Page, David Bowie, Ozzy Osbourne o
la emblemática agrupación sueca Therion han mencionado en sus letras distintos
símbolos y guiños de alto contenido hermético, lo que se traduce como un
retorno a lo espiritual, a lo metafísico, a aquellas fuentes de las que mamó el
hombre para soñar el mundo.
La Wicca
(corriente religiosa impulsada por Gerald Gardner en los 60, que busca la
recuperación de los secretos de la naturaleza; culto que fue demonizado por la Santa Inquisición)
o los postulados de la masonería se filtran en nuestros días tanto en productos
literarios (La saga de Harry Potter,
para citar un ejemplo paradigmático), como cinematográficos (The chronicles of Narnia, Lord of the Rings,
The Da Vinci Code, Donnie Darko, Night Watch, Spirited Away, Percy Jackson and
the Olympians, The Sorcerer’s Apprentice, entre otras)
Latinoamérica no está ajena a
este despertar. Los pueblos originarios que han poblado la región desde tiempos
pretéritos y que se vieron profundamente dañados por la conquista europea
intentan perpetuar sus tradiciones arcaicas en medio del desinterés
gubernamental, con muy pocas excepciones (Evo Morales Ayma, presidente del
Estado Plurinacional de Bolivia; un político de raíces aymara).
Los clásicos grupos herméticos
persisten actualmente en las grandes ciudades o en las regiones menos pobladas,
custodiando los secretos, revelados únicamente a aquellos iniciados. Porque
mientras exista un secreto siempre habrá una sociedad que lo proteja.
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