lunes, 15 de octubre de 2018

Dragones entre mitos y realidades


El dragón, vocablo que proviene de la palabra griega “dracon” (que significa “serpiente” o “víbora”), como un monstruoso, gigantesco y fabuloso reptil alado, habita casi todas las leyendas del Viejo y del Nuevo Mundo y aparece en antiquísimas y diversas culturas que no se encuentran conectadas entre sí. Y desde la noche de los tiempos una gran cantidad de héroes (Perseo, Marduk, Hércules, Sigfrido, San Jorge, Beowulf) han luchado contra él y le han dado muerte, pero el dragón sigue negándose a morir, pues sobrevive como mito y recuerdo folklórico que ocupa la iconografía universal religiosa, cultural y antropológica del mundo occidental y oriental.
El dragón, vocablo que proviene de la palabra griega “dracon” (que significa “serpiente” o “víbora”), como un monstruoso, gigantesco y fabuloso reptil alado, habita casi todas las leyendas
del Viejo y del Nuevo Mundo y aparece en antiquísimas y diversas culturas que no se encuentran conectadas entre sí. Y desde la noche de los tiempos una gran cantidad de héroes (Perseo, Marduk, Hércules, Sigfrido, San Jorge, Beowulf) han luchado contra él y le han dado muerte, pero el dragón sigue negándose a morir, pues sobrevive como mito y recuerdo folklórico que ocupa la iconografía universal religiosa, cultural y antropológica del mundo occidental y oriental.
Las descripciones sobre las características del dragón, según el mito de la cultura occidental, son coincidentes: es una enorme criatura cubierta de escamas, con aspecto de reptil y generalmente con alas parecidas a las de un murciélago, es decir, con una estructura rígida plegable parecida a dedos con una membrana entre ellos, como patas palmeadas que se hubieran adaptado para el vuelo. Su sangre es más venenosa que la de cualquier otro ser vivo y lanza fuego por la boca, quizás debido a un mecanismo biológico que le permite almacenar metano en un saco en el interior de su cuerpo, el cual se incendiaría mediante la fricción de dos dientes especializados o generando una chispa eléctrica como lo hacen muchos seres vivos.
El dragón puede tener cuatro patas, dos o ninguna, y su vuelo en forma de rizo y circular (para después lanzarse en picado) es muy ágil, pese a su gran tamaño. También se les define como seres

independientes que rara vez viven en comunidad con otros dragones, por lo que prefieren tener su propio cubil o guarida (generalmente una cueva muy grande
En el Oriente, por el contrario, a diferencia de sus congéneres occidentales, el dragón (una criatura benéfica y un símbolo de buena fortuna que simboliza el poder espiritual supremo, el poder terrenal y celestial, el conocimiento y la fuerza) es descrito como un gran reptil similar a una enorme serpiente, que no escupe fuego ni tiene alas, aunque normalmente pueden volar gracias a la magia. Un dragón típico de Oriente tiene cuernos de ciervo, ojos de conejo, cuello de serpiente y garras de águilas o tigre.




El simbolismo del dragón



  En Occidente, el simbolismo alrededor del dragón es el de la lucha, entre el mismo dragón y un héroe o un dios. En estos míticos combates el dragón siempre asume un papel dual: el de devorador y el de guardián, cuya acción implica la muerte –o el nacimiento– de un orden universal.
La mitología germana incluye al dragón entre las fuerzas del inframundo, la cual se alimenta de las raíces de Yggdrasil, el fresno sagrado y perenne que extiende sus raíces a través de todos los mundos. Los vikingos, en tanto, solían adornar las proas de sus “drakkar” o barcos esculpiéndolas en forma de dragón, pues pensaban que así asustarían a los espíritus –Landvaettir- que vigilaban las costas a las que llegaban. Para los celtas, el dragón fue una divinidad de los bosques, cuya fuerza podía ser controlada y utilizada por los magos, además de un símbolo heráldico y militar de soberanía. Para los romanos, en tanto, fue un símbolo de poder y sabiduría, mientras que para la mitología eslava era una de las formas que adoptaba el dios Veles, señor del Mundo Subterráneo.
La tradición cristiana, por su parte, transformó al dragón en una figura diabólica, la encarnación del mal, “el dragón, la antigua serpiente” arrojada del cielo por el Arcángel San Miguel. Por ello, en el arte cristiano del Medioevo el dragón simbolizaba el pecado y al aparecer bajo los pies de los santos y mártires representaba el triunfo de la fe y los reinos cristianos sobre el diablo. Pero no siempre fue así, pues el verdadero dragón era una criatura ambivalente que poseía cualidades buenas y malas. Era un ser a quien había que propiciar con sacrificios humanos, guardián del agua que podía, si lo deseaba, proporcionar la lluvia. También era un símbolo de regeneración, por lo que matar al dragón simbolizaba volver a fertilizar la tierra (por ello, ese ritual simbólico se perpetuó en representaciones folklóricas y ritos anuales, tanto en Oriente como en Occidente).



En Baviera, por ejemplo, el drama de la muerte del dragón se representaba el día de San Juan. El punto cúlmine del ritual ocurría cuando un hombre encarnando a San Jorge rompía una vegija llena

de sangre que se hallaba dentro de la efigie del dragón. La sangre era recogida por los espectadores y después derramada sobre los campos de lino, para ayudar a la cosecha. El Año Nuevo chino, por su parte, se festeja con grandes dragones de papel y bambú, que se llevan en procesión por las calles.





El mito del dragón

Un poema épico babilónico, el Enuma Elish, relata cómo en un principio, el poderoso dios Marduk luchó con el gran dragón Tiamat, encarnación del caos acuático original, y lo mató. Después de su victoria, creó el cielo y la tierra. Un mito indio que aparece en el Rigveda (recopilación de himnos sánscritos del año 1000 AC) cuenta por su parte cómo el valiente dios Indra triunfó sobre un gran dios Dragón llamado Vrita, que había sellado todas las aguas vivificadoras de la tierra. Indra, después de matar al monstruo, permitió que las aguas, liberadas, fluyeran nuevamente, en mil manantiales, arroyos y ríos.




El primer dragón clásico fue Tifón, monstruo animal de la mitología griega, asociado con volcanes y huracanes (de donde deriva el uso actual de la palabra). El antiguo poeta Hesíodo lo describe así en su “Teogonía”: “Desde sus hombros crecían 100 cabezas de serpiente, las de un temible dragón, y las cabezas lamían con lenguas oscuras, y desde los ojos las inhumanas cabezas despedían fuego por debajo de sus párpados. El fuego brotaba de todas sus cabezas, de todas sus miradas; y dentro de cada una de esas horribles cabezas habían voces que proferían toda clase de horribles sonidos”. Este dragón, Tifón, sostuvo una terrible batalla con Zeus, padre de los dioses, hiriéndole en un costado. Hermes, mensajero de los dioses, curó finalmente a Zeus, quien persiguió a Tifón por Tracia hasta Sicilia donde, finalmente, lo enterró debajo del Monte Etna.
La reina Daenerys Targaryen y uno de sus tres dragones, en la aclamada y popular serie “Juego de Tronos”.
Tifón engendró una formidable y espantosa progenie de la que salieron muchas de las monstruosas criaturas de las leyendas griegas: la Quimera, el León de Nemea, el águila que devoraba el hígado de Prometeo, y la Hidra, el dragón de muchas cabezas cuya muerte fue el segundo de los 12 trabajos encomendado al héroe griego Hércules. Esta criatura, la Hidra, vivía debajo de un plátano, aterrorizando a los habitantes del pantano de Lerna, cerca de Argos. No sólo era malvada y venenosa, sino capaz de regenerarse. Hércules llamó a su auriga, Iolao, para que quemara el muñón de cada cuello, cuando cortaba sus cabezas, impidiendo así que aparecieran cabezas nuevas. Después, mojó en la sangre de las criaturas las puntas de sus flechas, para que así quedaran envenenadas.
El dragón Ladón fue otro de los hijos de Tifón, y también fue derrotado por Hércules, quien lo arrojó al cielo, donde todavía resplandece en la constelación del Dragón. Ladón vigilaba las Doradas Manzanas de la Inmortalidad que la diosa Hera, esposa de Zeus, había recibido como regalo de bodas; y es uno de los primeros representantes del dragón como custodio del tesoro. El vellocino de oro que buscaban Jasón y los argonautas también era vigilado por un dragón, animal terrible que jamás dormía.
El dragón guardián también aparece con frecuencia en las mitologías antiguas anglosajonas, escandinava y alemana, junto con el tema del héroe contra el monstruo. En el “Cantar de los Nibelungos”, un poema épico medieval anónimo, Sigfrido mata a un espantoso dragón, llamado Fafnir, y al ungirse con su sangre se hace inmune a todo mal. Beowulf, el héroe de la epopeya anglosajona que lleva su nombre, en tanto, sobrevive a su primer encuentro juvenil con el espantoso Grendel, mitad hombre mitad monstruo, al que mata, pero en su vejez, ya convertido en rey, debe enfrentarse con “el enemigo primordial que merodea en la oscuridad: el escamoso y malvado Worm, que busca túmulos funerarios y vuela envuelto en llamas por las noches para aterrorizar a las gentes. Acostumbra buscar tesoros escondidos en la tierra y montar guardia junto al oro pagano que, aunque es antiguo por sus años, no aprovechará a nadie”.
Abandonado por todos sus compañeros, salvo por su pariente Wiglaf, Beowulf se enfrasca con el dragón en un terrible combate. Su espada labrada, Naegling, fracasa: su escudo es quemado por el aliento ardiente de la criatura, pero, en el tercer ataque, Beowulf logra desgarrar el vientre del monstruoso dragón. Beowulf, mortalmente herido, muere con el dragón. Este relato, cuya versión antigua más conocida es la de un manuscrito del año 1000, subraya un rasgo frecuente en estas leyendas: la vulnerabilidad de los dragones al hierro, debilidad que comparten con los vampiros y toda clase de manifestaciones malignas.
La leyenda de San Jorge de Capadocia, mártir y santo cristiano, en tanto, también lo relaciona con un dragón que hace un nido en la fuente que provee de agua a una ciudad. Las tierras que rodean el castillo de esta ciudad están vacías y estériles: no hay cosechas, hierbas ni flores debido a la presencia del dragón, por lo que se echan suertes para elegir una víctima propiciatoria. La suerte termina designando a la propia hija del rey, la cual es llevada, cubierta de joyas, al poste de los sacrificios, al que es atada.
Cuando la princesa está a punto de ser devorada por el dragón, aparece Jorge en uno de sus viajes (a menudo galopando un caballo blanco), se enfrenta con el dragón, lo mata atravesándolo con su lanza de hierro y salva a la princesa. Los agradecidos ciudadanos abandonan el paganismo y abrazan el cristianismo, mientras que el caballero se casa con la princesa y carros repletos de riqueza que el dragón guardaba en su cubil pasan a poder del rey.
Los eruditos ortodoxos hacen remontar la leyenda de San Jorge y otros mitos de doncella a la leyenda clásica de Perseo, que rescató a la princesa etíope Androméda de un monstruo marino enviado por Neptuno. Existen muchas interpretaciones de la leyenda de San Jorge. En la alegoría cristiana, la doncella representa a la Iglesia, rescatada del terrible dragón del paganismo por la cristiandad en forma de un caballero santo.
 


El dragón en forma real a lo largo de la historia

Una de las formas clásicas de los dragones es la de una serpiente gigante y los relatos sobre este tipo de criaturas se remontan al mundo clásico. Según cuentan historiadores como Tito Livio o Séneca, durante la primera guerra púnica, en el siglo III a. C., las legiones romanas acampadas junto al río Medjerda, en el actual Túnez, se encontraron con un enemigo todavía más peligroso que el propio ejército cartaginés: una gigantesca y monstruosa serpiente de 36 metros de largo, cuya piel, una vez que consiguieron matarla, fue enviada a Roma donde permaneció expuesta muchos años.






 El dragón de San Jorge y el dragón de Beowulf son dragones de epopeya, criaturas épicas de primera clase. Pero también existe un grupo de dragones y parientes de menor categoría: las serpientes y gusanos que aparecen con gran regularidad, especialmente en las recopilaciones del folklore británico. Es el caso del dragón de Loschy Hill, también conocido como el gusano de Lambton, una criatura que tenía la particularidad de que sus miembros, si eran cortados, se volvían a unir, aunque terminó siendo derrotado por el perro del héroe. Mientras su amo daba mandobles, el perro huía con los trozos, para evitar que volviera a unirse. Desgraciadamente, el aliento ponzoñoso




del dragón fue fatal para ambos. El gusano de Linton, en tanto, aterrorizó a una pequeña parroquia de Roxburg, Escocia, en algún momento del siglo XII, destruyendo indiscriminadamente hombres y ganado. Fue eliminado por un caballero, llamado Somerville de Lariston, quien utilizó una variación del método de la lanza de hierro. En la punta de su lanza colocó un trozo de turba mojada con brea ardiente y fue esta bola de fuego lo que se hundió en las entrañas del dragón. Por ello se dice que los riscos en espiral que bordean actualmente la colina de Wormington en Roxburg se deben a las convulsiones agónicas del dragón.
Una leyenda satírica, en tanto, recuerda al caballero Moore, “del castillo de Moore”, tratando con desprecio al dragón de Wantley, antes de matarlo por el procedimiento tradicional. Y también se cuenta que el día de Navidad de 1849, en Manchester, un socio del Instituto de Mecánica, convenientemente vestido como San Jorge, Santo Patrón de Inglaterra, degolló un dragón ante una divertida multitud de 5 mil espectadores.

Las crónicas orientales más antiguas, en tanto, hablaban que en los años 265 y 317 de nuestra se informaba del hallazgo de huesos de dragón en la provincia de Sichuan, restos que eran usados en la “medicina tradicional china” para los problemas de corazón e hígado, insomnio, sudoración externa y diarrea crónica. Y en la casa consistorial de Klagenfurt, en Austria, se atesoraba lo que se decía que era la cabeza de un dragón que, según la leyenda, había sido derrotado por dos valientes jóvenes antes de la fundación de la ciudad en 1250. En el año 1608 el naturalista Edward Topsell consideraba a los dragones como animales reales, afirmando que estas criaturas estaban muy próximas a los reptiles y, más concretamente, a las serpientes. “Hay diferentes tipos de dragones, que se pueden distinguir por los países donde viven, por su cantidad y magnitud y por la diferente apariencia de sus partes externas”, explicaba Topsell en uno de sus tratados.
Ya en el siglo XX, la doctora Marjorie Courtenay-Latimer, quien alcanzara gran notoriedad por estudiar y clasificar en los años 30’ al celacanto, un pez que se creía extinguido desde la era de los dinosaurios, recogió los testimonios de varios testigos que aseguraban haber visto, en Namibia, a un extraño ser de aspecto reptiliano, dotado de poderosas alas membranosas y capaz de volar planeando entre las montañas. El hijo de un propietario de cabras del sector lo describió, de hecho, como una serpiente alada que, cuando aterrizó en tierra, “provocó una enorme nube de polvo y esparció un olor como de latón quemado”. Después del reporte de este joven, la policía investigó el caso, y varios agentes, después de realizar varias batidas en la zona, divisaron presuntamente a una extraña criatura cuando se ocultaba en una grieta de una montaña. El bioquímico Roy P. Mackal, apasionado investigador de los misterios zoológicos de la criptozoología, entusiasmado por estos testimonios, organizó en 1988 una expedición para intentar dar con el paradero de esta extraña criatura. Aunque no pudo localizar al ignoto ser, sí pudo hablar con los lugareños, que lo definieron como “una serpiente gigante con alas” que solía aparecer durante el crepúsculo, planeando entre dos grietas situadas en unas colinas separadas por poco más de kilómetro y medio de distancia. Esta criatura tenía, por cierto, el tamaño de una avioneta Cessna, lo que supone una envergadura de unos nueve metros de largo.Otros relatos sobre misteriosas criaturas voladoras de aspecto reptiliano también se localizan en otras regiones africanas, como en los alrededores de los montes Kenia, Meru y Kilimanjaro, o en la República Sudafricana, cerca de Lesotho, donde está situada una cueva llamada Drakensberg (montaña de los dragones, en idioma africaans). Su nombre, por cierto, proviene de las historias sobre un extraño dragón que, según las leyendas locales, habitaba en dicha caverna y del que se tienen noticias desde 1877 En agosto de 1944, algunos periódicos informaron el caso de un dragón negro que se estrelló contra una casa en Chen, en el noroeste de Zhoyuan, China. Los testigos dijeron que estaba agonizando y que tenía un cuerno en la frente, escamas y desprendía un fuerte olor a pescado que atraía a las moscas. En el año 2005, en tanto, dos estudiantes de la provincia de Jilin en China, cuando salían de la biblioteca de la universidad local alrededor de las 6 de la tarde, aseguraron a la prensa de su país haber visto un dragón volando en el cielo. Según uno de los jóvenes, la criatura “volaba a una altitud de aeroplano, pero era mucho más grande y rápido…”. Esta criatura fue fotografiada por los dos estudiantes y publicada en la prensa local. Esta imagen mostraba, por cierto, a un extraño ser de aspecto reptiliano con cuatro patas, de unos 10 metros de largo, y una cola rojiza que iluminaba el cielo al atardecer Por lo pronto, el dragón es hoy, sin lugar a dudas, el rey de los animales fantásticos. Y gracias a obras literarias como “El Hobbit” de J.R.R. Tolkien (donde aparece el dragón Smaug, “el último de los grandes dragones que quedaban en la Tierra Media” ) y series de televisión como “Juegos de Tronos” (donde aparecen los dragones Drogon, Viserion y Rhaegal, nacidos de unos huevos que recibió “la madre de los dragones”, la reina Daenerys Targaryen) todavía perviven en la imaginación popular, convertidos en criaturas fantásticas cuya creencia está extendida prácticamente por todo el mundo. Pero, más allá de las tradiciones míticas que hay en torno a su fabulosa figura y de los mitos y leyendas que los tienen como protagonistas, todavía se mantiene la duda de si su existencia fue únicamente simbólica o realmente está basada en una realidad histórica y zoológica.



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