LA PÍLDORA
Por Diego Arandojo
Ana estaba indecisa. En la palma de su mano izquierda tenía la pastilla negra. Tomarla sería lo correcto. No tomarla, también. Había que decidirse. Llamó por teléfono a su hermana. Pero no le atendió. Llamó a su mamá. Tampoco. Finalmente, Ana tragó la pastilla y bebió abundante agua. Se recostó en la cama. Escuchó jazz de una vieja radio en su mesita de luz. Cuando despertó, ya en la alta madrugada, su cuerpo era otro. No tenía brazos, solo una gran pierna, carnosa y roja. Su cabeza se había reducido y tenía varios ojos por debajo de los ojos, y una boca en la frente, que soltaba una baba oscura. Intentó levantarse, le costó bastante. Cuando llegó a la puerta, dando una especie de brinco, lo esperaba otro como ella. “Te demoraste. La ceremonia ya comenzó”, le dijo y fueron saltando hacia afuera del edificio. Una gran pira devoraba la vida de aquellos que no quisieron tomar la pastilla negra. “Un nuevo mundo está naciendo. El que no quiera pertenecer será devorado por el fuego. No hay salvación para ellos”, le dijo su compañero. Ana suspiró con alivio. Había tomado la decisión correcta.
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