H.P.
Lovecraft
LOS
GATOS DE ULTHAR
1920
Se
dice que en Ulthar, que se encuentra más allá del río Skai, ningún
hombre puede matar
a
un gato; y ciertamente lo puedo creer mientras contemplo a aquel que
descansa
ronroneando
frente al fuego. Porque el
gato es críptico, y cercano a aquellas cosas extrañas
que el hombre no puede ver. Es el alma del antiguo Egipto, y el
portador de historias
de ciudades olvidadas en Meroe y Ophir. Es pariente de los señores
de la selva, y heredero
de los secretos de la remota
y siniestra África. La Esfinge es su prima, y él habla su
idioma; pero es más antiguo que la Esfinge y recuerda aquello que
ella ha olvidado.
En
Ulthar, antes de que los ciudadanos prohibieran la matanza de los
gatos, vivía un viejo
campesino
y su esposa,
quienes se deleitaban en atrapar y asesinar a los gatos de los
vecinos.
Por qué lo hacían, no lo sé; excepto que muchos odian la voz del
gato en la
noche,
y les parece mal que los gatos corran furtivamente por patios y
jardines al
atardecer.
Pero cualquiera
fuera la razón, este viejo y su mujer se deleitaban atrapando y matando
a cada gato que se acercara a su cabaña; y, a partir de los ruidos
que se escuchaban
después de anochecer, varios lugareños imaginaban que la manera de asesinarlos
era extremadamente
peculiar. Pero los aldeanos no discutían estas cosas con el
viejo y su mujer; debido a la expresión habitual de sus marchitos
rostros, y porque su cabaña
era tan pequeña y estaba tan oscuramente escondida bajo unos
desparramados robles
en un descuidado
patio trasero. La verdad era, que por más que los dueños de losgatos
odiaran a estas extrañas personas, les temían más; y, en vez de
confrontarlos como asesinos
brutales, solamente tenían cuidado de que ninguna mascota o ratonero
apreciado,
fuera a desviarse
hacia la remota cabaña, bajo los oscuros árboles. Cuando por
algún
inevitable descuido algún gato era perdido de vista, y se escuchaban
ruidos después
del
anochecer, el perdedor se lamentaría impotente; o se consolaría
agradeciendo al
Destino
que no
era uno de sus hijos el que de esa manera había desaparecido. Pues
la
gente
de Ulthar era simple, y no sabía de dónde vinieron todos los gatos.
Un
día, una caravana de extraños peregrinos procedentes del Sur entró
a las estrechas y
empedradas
calles de Ulthar.
Oscuros eran aquellos peregrinos, y diferentes a los otros
vagabundos
que pasaban por la ciudad dos veces al año. En el mercado vieron la
fortuna a
cambio
de plata, y compraron alegres cuentas a los mercaderes. Cuál era la
tierra de estos
peregrinos,
nadie podía decirlo; pero se les vio entregados a extrañas
oraciones, y que
habían
pintado en los costados de sus carros extrañas figuras, de cuerpos
humanos con
cabezas
de gatos, águilas, carneros y leones. Y el líder de la caravana
llevaba un tocado
con
dos cuernos, y un curioso disco entre los cuernos.
En
esta singular caravana había un niño pequeño sin padre ni madre,
sino con sólo un
gatito
negro a quien cuidar. La plaga no había sido generosa con él, mas
le había dejado
esta
pequeña y peluda cosa para
mitigar su dolor; y cuando uno es muy joven, uno puede encontrar
un gran alivio en las vivaces travesuras de un gatito negro. De esta
forma, niño,
al que la gente oscura llamaba Menes, sonreía más frecuentemente de
lo que lloraba
mientras se sentaba
jugando con su gracioso gatito en los escalones de un carro pintado
de manera extraña.
Durante
la tercera mañana de estadía de los peregrinos en Ulthar, Menes no
pudo
encontrar
a su gatito; y mientras sollozaba en voz alta en el mercado, ciertos
aldeanos
le contaron
del viejo y su mujer, y de los ruidos escuchados por la noche. Y al
escuchar esto,
sus
sollozos dieron paso a la reflexión, y finalmente a la oración.
Estiró sus brazos hacia el
sol
y rezó en un idioma que ningún aldeano pudo entender; aunque no
se esforzaronmucho
en hacerlo, pues su atención fue absorbida por el cielo y por las
formas extrañas
que
las nubes estaban asumiendo. Esto era muy peculiar, pues mientras el
pequeño niño
pronunciaba
su petición, parecían formarse arriba las figuras sombrías
y nebulosas decosas
exóticas; de criaturas híbridas coronadas con discos de costados
astados. La naturaleza
está llena de ilusiones como esa para impresionar al imaginativo.
Aquella
noche los errantes dejaron Ulthar, y no fueron vistos nunca más. Y
los
dueños decasa
se preocuparon al darse cuenta de que en toda la villa no había
ningún gato. De cada hogar
el gato familiar había desaparecido; los gatos pequeños y los
grandes, negros, grises,
rayados, amarillos y blancos. Kranon el Anciano, el burgoma
estre,
juró que la gente siniestra
se había llevado a los gatos como venganza por la muerte del gatito
de Menes, y maldijo
a la caravana y al pequeño niño. Pero Nith, el enjuto notario,
declaró que el viejo
campesino
y su esposa eran probablemente los más sospechosos;
pues su odio por los gatos
era notorio y, con creces, descarado. Pese a esto, nadie osó
quejarse ante la dupla siniestra,
a pesar de que Atal, el hijo del posadero, juró que había visto a
todos los gatos de
Ulthar al atardecer en aquel patio maldito
bajo los árboles. Caminaban en círculos lenta y
solemnemente alrededor de la cabaña, dos en una línea, como
realizando algún rito de las
bestias, del que nada se ha oído. Los aldeanos no supieron cuánto
creer de un niño tan pequeño;
y aunque temían que
el malvado par había hechizado a los gatos hacia su muerte,
preferían no confrontar al viejo campesino hasta encontrárselo
afuera de
su oscuro
y repelente patio.
De
este modo Ulthar se durmió en un infructuoso enfado; y cuando la
gente despertó al
amanecer
¡he aquí que cada gato estaba de vuelta en su acostumbrado fogón!
Grandes y
pequeños,
negros, grises, rayados, amarillos y blancos, ninguno faltaba.
Aparecieron muy
brillantes
y gordos, y sonoros con ronroneante satisfacción. Los ciudadanos
comentaban
unos
con otros sobre el suceso, y se maravillaban no poco. Kranon el
Anciano nuevamente
insistió
en que era la gente siniestra quien se los había llevado, puesto que
los gatos no
volvían
con vida de la cabaña del viejo y su mujer. Pero todos estuvieron de acuerdo
en una
cosa: que la negativa de todos los gatos a comer sus porciones de
carne o a beber de sus
platillos de leche era extremadamente curiosa. Y durante dos días
enteros los gatos de
Ulthar,
brillantes y lánguidos, no tocaron su comida, sino que solamente
dormitaron ante
el
fuego o bajo el sol.
Pasó
una semana entera antes de que los aldeanos notaran que, en la cabaña
bajo los
árboles,
no se prendían luces al atardecer. Luego, el enjuto Nith recalcó
que nadie había
visto
al viejo y a su mujer desde la
noche en que los gatos estuvieron fuera. La semana
siguiente,
el burgomaestre decidió vencer sus miedos y llamar a la silenciosa
morada,
como
un asunto del deber, aunque fue cuidadoso de llevar consigo, como
testigos, a
Shang,
el herrero, y a Thul, el cortador
de piedras. Y cuando hubieron echado abajo la
frágil
puerta sólo encontraron lo siguiente: dos esqueletos humanos
limpiamente
descarnados
sobre el suelo de tierra, y una variedad de singulares insectos
arrastrándose
por
las esquinas sombrías.
Posteriormente
hubo mucho que comentar entre los ciudadanos de Ulthar. Zath, el
forense,
discutió largamente con Nith, el enjuto notario; y Kranon y Shang y
Thul fueron
abrumados
con preguntas. Incluso el pequeño Atal, el hijo del posadero, fue
detenidamente
interrogado
y, como recompensa, le dieron una fruta confitada. Hablaron
del
viejo campesino y su esposa, de la caravana de siniestros peregrinos,
del pequeño
Menes
y de su gatito negro, de la oración de Menes y del cielo durante
aquella plegaria,
de
los actos
de los gatos la noche en que se fue la caravana, o de lo que luego se
se encontró en la cabaña bajo los
árboles, en aquel repugnante patio.
Y,
finalmente, los ciudadanos aprobaron aquella extraordinaria ley, la
que es referida por
los
mercaderes en Hatheg y
discutida por los viajeros en Nir, a saber, que en Ulthar ningún hombre
puede matar a un gato.
Eternamente Lovecraft, el maestro de Providence...
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Iä, Iä, Cthulhu Fhtagn...
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