el niño que quería ver a santa
«Hay que pensar en los demás niños del mundo,
Luisito».
Su madre también le decía que Papa Noel era
real, y le contó cierta historia, la cual inspiró al pequeño,
quien actuó de inmediato; envió una pregunta al periódico más
importante de Perú, a la sección «Cartas
infantiles». La pregunta era: «¿Papa
Noel existe?»; según su madre, si esos
señores que lo sabían todo, o casi todo, respondían que sí,
entonces el infante podía creérselo. «Porque
los diarios no mienten, Luis, no pueden engañar a los ciudadanos,
eso no está permitido. Confía en ellos. La respuesta que te den
será cierta».
Una semana antes del 24 de diciembre contestaron:
«Sí, Luis, Papa Noel existe».
El niño se puso muy contento, les contó a todos sus amigos del
colegio que un grupo de adultos inteligentes del diario más
importante del país le habían respondido que Papa Noel era real.
—Sin embargo, nadie puede verlo —dijo uno de
los escolares con tristeza.
—¿Si existe, entonces por qué nadie puede
verlo? —preguntó otro compañero.
—Porque realiza su trabajo rapidísimo
—respondió Luis—; viaja por el mundo, llega montando su trineo,
acompañado de sus renos, desciende por la chimenea y deja los
regalos. No quiere que nadie lo mire para que no entorpezcan su
labor.
Enseguida Luis pensó, preocupado, que su casa no
tenía chimenea.
En el recreo, Mara, una compañera del niño, se
le acercó y le dijo que no era cierto aquello de que nadie podía
ver a Santa Claus. La chiquilla añadió con un tono susurrante:
—Mi papá me contó que lo vio una vez, cuando
tenía nuestra edad, lo que pasa es que uno debe creer en él,
entonces lo mirará. Tú también puedes verlo, si en verdad lo
deseas.
—¿Tú lo has visto, Mara?
—No, todavía no, pero voy a creer en Papa Noel
con todas mis fuerzas, entonces lo veré.
—Voy a creer en esta Navidad y podré mirar a
Papa Noel, y lo felicitaré por la gran labor que hace en el mundo,
por darle cada año juguetes a los niños.
—No solo son los obsequios, Luis. Santa lleva paz y armonía a los
hogares.
—Es cierto, la Navidad no es solo dar y recibir, es compartir, es
estar con quienes amamos. Muchas gracias, Mara. Tengo tantas cosas
que agradecerle a Santa Claus…
Al terminar las clases, cuando su madre lo fue a
recoger, Luis estaba rebosando de alegría. Faltaban pocos días para
la Nochebuena, ya había mandado su carta a Santa Claus, un
carro a control remoto y un muñeco de Batman, dos cosas no muy
caras, pero que me harán muy feliz. El
pequeño no cejaba en su búsqueda de información sobre la Navidad,
leyó algo que le preocupó en un texto religioso que a su padre le
habían prestado un día antes, el escrito negaba la existencia de
Papa Noel, allí se señalaba que cada año en el planeta muchos
niños morían de hambre y que en varios rincones del mundo había
infantes que no recibirían regalos, que ni siquiera tendrían una
cena navideña. Luis se inquietó, ¿acaso Papa Noel no visita a esos
niños? Dejar obsequios en todos los lugares de la Tierra ha de ser
muy complicado, hay lugares a donde Santa aún no ha podido llegar,
estoy seguro de que esta Navidad todos los niños tendrán un regalo,
espero que Santa Claus no se olvide de nadie, no me gustaría recibir
un juguete mientras hay quienes no tendrán ni un plato de comida.
¿Si le escribo otra carta a Santa pidiéndole que, por favor, haga
lo posible por visitar todos los hogares del mundo? ¿Si le digo que
ya no me traiga mis dos obsequios y se los dé a alguien más? No,
mejor no. Pero cuando crezca, ayudaré a los otros niños. Juro que
lo haré.
Restaban solo un par de días para la Navidad, sus
padres y sus hermanos se encontraban de excelente humor. Cenarían
temprano, luego Luis podría reventar algunos cohetes con Raúl en el
parque de enfrente. Después tendría que acostarse, aunque sería la
primera vez en su vida que podría quedarse en Nochebuena hasta un
poco antes de las diez de la noche.
Faltaba poco, ese día era lunes 22 de diciembre.
Esa noche una idea comenzó a cocinarse en la mente de Luis, era un
poco osada. Decidió pensarlo mejor al día siguiente.
El martes diseñó su plan, aunque durante el día
estuvo dudando de si ponerlo o no en práctica. Su familia estaba muy
emocionada por la proximidad de la fiesta navideña, en aquella época
se creaba cierta magia en algunas personas, sus padres y hermanos no
eran la excepción; Luis no quería arruinar tan gratos momentos con
una travesura. Se mantuvo muy cauto y no mostró sus intenciones. Esa
noche, en su cama, a punto de dormir, decidió que sí lo haría, que
en la Nochebuena fingiría pernoctar y esperaría despierto a Santa
Claus.
Es 24 de diciembre, todo sale de maravilla, Luis
ha ayudado a su hermana a rellenar el pavo antes de que su madre lo
metiese al horno. Ha cenado en familia, ha escuchado villancicos, ha
hecho estallar algunos cohetes, que crearon luces maravillosas, y se
ha ido a la cama, unos minutos antes de las 10 p.m.; pero no duerme,
quiere mantenerse despierto, es la única manera de lograr su
cometido. Su hermana tiene una salida a la playa al día siguiente,
temprano, y se va a dormir. Su hermano se va a su cuarto, a ver una
película de terror, relacionada con Navidad. Sus padres salen, a una
fiesta en la casa de unos vecinos.
Ya casi va a ser la medianoche, Luis se ha
mantenido despierto, con sigilo se levanta de su cama y en calcetines
camina por el pasillo del segundo piso. Observa con cuidado los
alrededores: su hermana duerme, su hermano también, ronca con su
televisor encendido a escaso volumen. El niño baja las escaleras con
lentitud, la oscuridad no le permite observar con claridad, pero
distingue a una persona junto al árbol navideño. El corazón de
Luis late fuerte. Es un hombre grande, gordo, vestido de rojo y
blanco, ¡es Santa Claus!
El infante quiere tocarle la espalda, hablarle, aunque primero ha de
prender la luz y, justo antes de hacerlo, se da cuenta de que el
personaje no está dejando regalos junto al nacimiento del Niño
Jesús. El hombre está robando cosas de la casa, no,
no puede ser Santa, él no haría eso.
Luis intenta encender la luz, mas esta no funciona. El sujeto se ha
percatado de la presencia del chiquillo, se acerca a este. Su rostro
es el de Santa, es igual a él; no obstante, su cara se deforma, sus
ojos, su nariz, sus orejas crecen, su boca refleja una hilera de
colmillos. «Qué bonitos»,
dice con una voz gutural, y clava sus garras en la cara del niño.
Sus padres llegaron a las tres de la madrugada, se
reían, estaban algo bebidos. Caminaron a trompicones y encendieron
la luz de la sala. Ambos gritaron cuando lo vieron, sentado en medio
de la estancia. Luis se hallaba con la piyama manchada, no tenía
nariz, orejas, dientes ni lengua, las heridas parecían haber sido
cauterizadas en cuanto se produjeron; sus ojos, anormalmente
abiertos, reflejaban un horror imposible de describir
No hay comentarios:
Publicar un comentario