VAR
Todos
 los lentes de cada una de las doce cámaras bajo la supervisión del 
joven Dyon se habían encendido. Sin necesidad de verlos, Dyon asumió que
 sus compañeros estarían haciendo lo mismo que él desde sus salas de 
operación de video, todos ellos con sus respectivos aparatos ubicados 
con precisión estratégica para captar la superficie del césped sintético
 en su totalidad.
-Revisando cámaras uno, dos, tres…-sonó una voz en los auriculares de cada operador de video en el estadio.
Los
 dos ojos y los diez dedos de las manos de Dyon obedecieron, manipulando
 el teclado que movía los lentes ópticos. Decenas de dedos y varios 
pares de ojos de sus colegas ejecutaron el mismo procedimiento. Aislados
 dentro de sus cabinas, ninguno de los operadores del VAR alcanzaron a 
escuchar el coro de fanáticos de aquellos quienes arengaban en su lengua
 de origen a sus respectivos equipos.
Nueve minutos después de que 
cada equipo entonara su himno nacional, el árbitro dibujó un rectángulo 
en el aire con sus dedos índices. Era el momento que Dyon había 
esperado. Una jugada dudosa se produjo en el sector que cubren las 
cámaras bajo su mando. Retrocedió hasta el minuto ocho y cincuenta 
segundos de iniciado el partido. Retransmitió el fragmento de tiempo 
congelado en bytes hasta la pantalla del árbitro en el costado lateral 
de la cancha. 
En el zoom hacia la pelota, en el interior de la 
multitud borrosa, lo distrajo una anomalía durante un milisegundo. A 
Dyon siempre le habían llamado la atención los rostros extremadamente 
agraciados o espantosos. Los extremos del resultado del azar de los 
dados genéticos en la especie humana lo cautivaban sin saber por qué. 
Nada pasaba más desapercibido que el término medio.
Procedió a 
reiniciar la grabación tan lentamente que los segundos que acompañaban 
el movimiento de la jugada se estiraron a desdén de la estructura del 
espacio para la inspección concienzuda del árbitro. Los fanáticos 
observaban en las pantallas monumentales en el no menos monumental 
estadio, así como millones de televidentes alrededor del planeta Tierra.
       
 Una tarjeta amarilla se levantó, inmisericordiosa, en dirección a los 
cúmulos nimbos, los cuales estaban siendo desgarrados en las alturas por
 leves ráfagas provenientes del sector sudoeste a diez kilómetros por 
hora.
        El resto de la contienda no requirió de la intervención
 de Dyon. A pesar de eso, él mantuvo su concentración hasta que el 
árbitro hizo sonar el silbato, inaudible para todos los controladores 
del VAR. 
       -El primer tiempo ha terminado-les indicó la voz en los auriculares.  
     
 Quedaban noventa minutos para la finalización de la contienda 
deportiva. Sin embargo, Dyon no pensaba en ello sino en la cara de un 
anónimo espectador entre miles; un desconocido que no sobresalía por 
algo en particular pero había algo perturbador en esos rasgos anodinos. 
En esa cara simple y redonda, ojos oscuros, boca de labios finos y 
pálidos de cabello entrecano y peinado hacia atrás. 
             En 
esta final, una isla tan grande como un continente y refugio de 
marsupiales se enfrentaba a la gente de la tierra de las sabanas, 
pobladas de enormes felinos cazadores de rumiantes que allí pastaban en 
manadas. 
           -Revisión de cámaras uno, dos, tres…- el ejército de cámaras, dócil, se enfocó hacia la cancha.
         
 Dyon, hizo un paneo al sector G, fila 2, asiento 35. Allí estaba el 
hombre. En el mismo lugar. Pero muchos fanáticos sacaban entradas para 
todos los partidos que se llevaban a cabo durante ese mes. No tenía nada
 de extraño, después de todo.
 Durante el intervalo entre el primer y
 el segundo tiempo, Dyon buscó en los archivos grabados de todos los 
mundiales. Retrocedió ocho años, misma ubicación en las gradas y ahí 
estaba él. Dieciséis años hacia el pasado. Él seguía allí. Cada Mundial 
de fútbol hasta el primero de ellos, con cámaras de pobre resolución y 
en blanco y negro. Dyon aumentó el cuadro del sitio exacto y lo vio de 
nuevo. Borroso, en tonos de grises pero no había dudas. Se trataba de la
 misma persona quien ocupaba su asiento con escalofriante certeza. 
Podría ser el caso de una familia que heredara la pasión por el fútbol 
de padre a hijo y por pura tradición se hubieran decidido a ocupar la 
misma butaca cada vez. O por un impedimento económico viajaría sólo uno 
de ellos en cada ocasión. Ya fuera por los altos costos que suponían 
trasladarse a otro país, tal vez uno solo de ellos podría viajar…o por 
cábala. Si Dyon se entregaba a teorías más audaces, el hombre podría ser
 un viajero del tiempo. ¿Qué necesidad tendría para llegar desde una 
lejana centuria del futuro para ver un partido de fútbol? razonó Dyon.  
Quizás los Mundiales caerían en el olvido dentro de varias décadas. 
Analicemos la situación: si el sujeto viajara  por razones siniestras, 
tuvo un siglo para haberlas concretado- pensó Dyon. ¿O esperaba alguna 
orden de aquellos quienes lo habían enviado? 
No había nada ilegal en
 asistir a todos los Mundiales, así que la posibilidad de alertar a la 
gente de seguridad era un despropósito. Si Dyon quería descubrir algo, 
debería hacerlo por su cuenta, sin decírselo a nadie. La segunda parte 
del partido se acercaba. La ventana de tiempo se cerraría hasta dentro 
de cuatro años.  Tuvo una idea.
Mientras todos pugnaban por estar 
dentro, él tenía un plan para salir. Entonces, al inicio el segundo 
tiempo, Dyon le habló a la voz de los auriculares por su micrófono:
-Siento un dolor en el estómago. Necesito que me reemplacen…sí, debo retirarme. 
La
 voz del micrófono impartió órdenes de acuerdo al protocolo establecido 
para estos casos. El reemplazo entró enseguida a la cabina de control 
acompañado de un enfermero. Lo trasladaron a la sala de primeros 
auxilios. Luego de tomarle los signos vitales, se lo dejó ir con unos 
antiácidos en el bolsillo y la recomendación de hacer reposo por un par 
de días.
Dyon se adentró por los pasillos del estadio a través de la 
inmensa estructura ovoide que había visto tantas veces desde su puesto 
de observación. La docena de cámaras bajo su mando le habían mostrado el
 estadio en segundos pero recorrerlo a pie implicaba una demora que no 
había previsto. Dyon subió, bajó escaleras internas, galerías y túneles.
 Al fin: el sector G, fila 2, asiento 35. Nunca había visto el lugar 
desde esta posición. Solo  podía divisar la nuca del hombre. Tenía que 
aguardar un poco más.
Los coterráneos de la isla-continente se 
abrazaban, llevando en andas a su capitán quien, a su vez, levantaba la 
copa hacia la tribuna con los colores de su patria.
A Dyon no le 
interesaba ver el espectáculo de cierre. Se apoyó contra una columna, 
observó pasar a las personas. Se sintió como un vulgar acosador pero se 
dijo a sí mismo que no lo era. Se dio cuenta de que quizá todos los 
acosadores no se percibían a ellos mismos como tales.
El viajero del 
tiempo pasó cerca de él. No se veía para nada amenazante en su metro 
sesenta y pocos centímetros. Llevaba un atuendo compuesto por una 
aburrida camisa gris y pantalones del mismo color. Aun si el viajero se 
hubiera hallado solo, se habría mimetizado con las paredes de hormigón. 
Daba la impresión de no querer que su corporeidad tuviera influencia ni 
dejara la mínima huella en aquella realidad.
Dyon procuró no perderlo
 de vista, en medio de las personas que caminaban en busca de las 
salidas. A una distancia, a medias entre la lejanía para no ser 
advertido y la cercanía que le permitiera seguirlo, a Dyon se le ocurrió
 algo lo suficientemente pavorosa como para ser cierta: Quizás había 
terminado su misión-sea cual fuere- y se limitaría a desvanecerse al 
regresar a su época. Tal vez ya había visto lo que debía ver o recogido 
la información que necesitaba, aunque si ya había visitado este lugar, 
el sujeto ya había podido ver todo lo que había ocurrido. Entonces se 
escabulliría de cualquier curioso. O, de ser necesario exterminaría a su
 eventual perseguidor si considerara que éste podía constituir una 
amenaza. Bien podría llevar consigo una clase de arma, invisible a los 
sistemas de detección actuales, pero de enorme potencial de destrucción.
 Sin duda, ello le hubiera resultado tan sencillo como a un habitante de
 este siglo introducir un diminuto paralizador eléctrico con su carga de
 miles de voltios, oculto entre los pliegues de su túnica, al interior 
de un zigurat en la antigua Mesopotamia.
No importaba, estaba 
dispuesto a arriesgarse para conocer la verdad. El hombre del que 
emanaba una imperceptibilidad forzada y ¿forzosa? Un barrio de los 
suburbios con casas iguales a tantas representaba el punto de destino 
del sujeto desconocido. Cuando su perseguido abría la puerta, Dyon lo 
detuvo con un  “buenas tardes” que procuró emitir con un tono que sonara
 temerario pero amable. El hombrecito giró con la mirada extrañada de 
quien despierta de una siesta. 
-Buenas tardes, muchacho-dijo el hombre pequeño.- ¿En qué puedo ayudarlo?
-Mi nombre es Dyon, trabajo como asistente virtual de árbitro, tengo algunas preguntas para usted.
-En verdad, éste no es el mejor momento…
-Sé
 quién es usted-lo interrumpió Dyon. –O mejor dicho, sé que ha estado 
yendo a cada Mundial de fútbol desde el primero de ellos en 1930. Y ya 
han pasado casi doscientos años desde entonces.
-Ah, eso-susurró el desconocido con una resignación cansada-, en ese caso será mejor que pase.

 
Dyon
 observó el escaso mobiliario: un par de sillas, una mesa y una pequeña 
heladera de donde el dueño de casa tomó una jarra de vidrio; invitó a su
 visitante a tomar asiento y, tras servir un vaso de limonada a su 
huésped, comenzó:
-En el fondo, siempre supuse que alguien daría 
conmigo, y ese momento ha llegado hoy. Dígame, Dyon ¿Conoce usted el 
concepto de OOPArt?
-Nunca lo había escuchado antes.
-Se trata del
 acrónimo en inglés para “artefacto fuera de lugar”; como los 
jeroglíficos de Abidos en Egipto, del siglo dos a.C., en los cuales se 
aprecian helicópteros y una nave espacial. Objetos que no corresponden 
con el avance tecnológico de esas civilizaciones.
-¿Quiere decir que usted es un OOPart viviente?
-Yo
 sería algo a medio camino entre un OOPArt y el celacanto, un pez que se
 creía extinguido desde el cretácico pero fue descubierto en los mares 
cálidos de la actualidad por los criptozoólogos-sorbió un trago de 
limonada y prosiguió-. Verá usted, en 1930 con casi cincuenta años 
encima y un doctorado en biología, descubrí una sustancia llamada 
adenosina. Esta sustancia está presente en mamíferos como los osos y se 
produce durante su hibernación; retrasa sus funciones fisiológicas al 
mínimo. Conseguí modificarla para poder usarla en humanos. Durante el 
sueño inducido por mi droga sintética llamada antropoadenosina, el 
corazón humano reduce sus setenta latidos por minuto a uno solo.
-Y usted ha sido su propio sujeto de experimentación desde…
-…desde
 que finalizó el primer mundial en Uruguay en el año 1930. Fue entonces 
que decidí inyectarme la antropoadenosina suficiente como para despertar
 dentro de cuatro años. Su aplicación no requiere equipamiento más 
complejo que para un paciente que recibe suero. La dosis requerida es 
tan pequeña que el mínimo goteo basta para atravesar un período de 
cuatro años como si hubiera transcurrido un día para mi organismo. Es 
una forma unidireccional de viajar en el tiempo, sólo puedo avanzar 
hacia el futuro. Lamento arruinarle su idea romántica y glamorosa sobre 
mis capacidades de atravesar el espacio-tiempo a voluntad.
-¿Por qué cada cuatro años? ¿Por qué no dormir durante un siglo o por todo un milenio?
-Sencillo. No me interesa nada del futuro. Solamente me gustan los mundiales de fútbol.
Dyon no esperaba tal respuesta. Al notar su confusión, el anciano explicó:
-Considere
 esto, joven: no hay otro espectáculo deportivo donde se enfrenten-de 
modo pacífico- facciones rivales provenientes de ambientes selváticos, 
donde la vegetación bebe cada gota que se precipita hasta ella con 
avidez continua. Otros, envían a sus futbolistas desde zonas que jamás 
vieron caer la lluvia. También buscan la Copa los países de fiordos 
helados, erosionados durante eones por ráfagas de salitre. Muchos 
regresarán sin haber podido llevar la gloria a sus lugares de origen 
pero conservan la esperanza de lograrlo la próxima vez ¿No es un 
concepto maravilloso? No se me ocurre una mejor metáfora de la vida.
-¿Pero qué pasa si el equipo que usted alienta pierde?
-Ah, muchacho ¡Eso es lo de menos!
Dyon abrió la boca para replicar, al no encontrar argumentos lógicos siguió en silencio. El celacanto humano continuó:
-Lo
 más difícil fue conseguir el dinero para viajar al país anfitrión de 
cada mundial y comprar las entradas de todos los partidos. Vendí todo lo
 que poseía y compré tablillas de oro cuyos intereses en el Banco me 
alcanzan y sobran para afrontar los costos de pasajes en avión, estadía y
 entradas. Al no tener gastos durante mi letargo autoinducido….no 
necesito mucho dinero. Además, envejezco a un ritmo de un mes cuando me 
despierto, cada cuatro años.
-Podría dar a conocer el descubrimiento de la antropoadenosina al mundo.
-¿Bah, con qué objeto? ¿Alargarle la vida a millonarios y dictadores? ¡Jamás!
-Créame,
 si yo pude descubrirlo, otros lo harán. Le quitarán su hallazgo, de 
forma violenta, si usted se rehúsa a entregárselos. Piénselo.
El hombrecito lo pensó. Tras evaluarlo un buen rato, suspiró:
-Tiene usted razón ¿Cómo puedo prevenirme de semejante situación?
-Cambie
 su aspecto cada cuatro años. No recurra a barbas postizas ni pelucas 
porque la seguridad del estadio podría hacerle pasar un mal rato. Rápese
 o déjese crecer de vez en cuando el cabello o la barba; pruebe con 
tinturas varias, anteojos, ropa de diverso estilo y sobre todo ¡Cambie 
su lugar de asiento en las gradas! 
El biólogo había querido darle 
las gracias en forma de tablillas de oro por las advertencias y por la 
promesa de guardar su secreto para siempre. Sin embargo, el joven 
asistente de video no quiso nada material. Le bastaba haber hecho un 
nuevo amigo, haber resuelto el enigma y ser su poseedor. Ahora, Dyon se 
había convertido en la esfinge y Edipo en un solo cuerpo.
Transcurridos
 varios mundiales, un agotado Dyon de sesenta años, ahora a cargo de 
todas las cámaras del estadio, daba inicio al nuevo Mundial de fútbol. 
Los preparativos todavía lo afectaban a pesar de ser un veterano 
experto.
-Procedan a revisar las cámaras…-susurró Dyon a su micrófono.
-Señor, todo el sistema del VAR ha sido verificado y funciona-. Dijeron las voces de los árbitros asistentes de video.
En
 la pantalla número dos de la cámara del sector H, fila 12, asiento 22, 
un sujeto bajito, de cara redonda, pelo largo, gorra y anteojos, miró a 
la lente de la cámara más próxima, sonrió y formó un rectángulo en el 
aire con los dedos índices. 
Dyon, mucho más animado al reconocer el rostro familiar del biólogo, ordenó:
-Iniciar transmisión… ¡Ya!    
