DONANTE
IMPREVISTO
He pensado infinidad de veces en aquella
persona, en el maravilloso semejante, mujer u hombre, que me brindó
una parte corporal suya, a sabiendas de que esta llegaría al
interior de otro ser humano, aunque desconociendo que aquel individuo
sería yo.
Nunca tuve
familia, decidí servir en el ejército, pero había cometido un
error, no poseía un historial clínico de problemas cardíacos,
estos se manifestaron después de la primera y única misión a la
cual me enviaron, una incursión en el centro mismo de la intrincada
selva peruana. Tenía un seguro médico, el Estado me lo proveyó,
pero los fondos se agotaron en poco tiempo, entonces hice uso de mis
ahorros. Eran demasiadas medicinas para comprar y consumir, los
tratamientos eran costosos, y los dolores, intolerables. Tuve que
vender lo poco que poseía, quedé en la miseria, me convertí en una
de esas personas que suben a los transportes públicos para vender
golosinas y rogarles a los pasajeros que les den un poco de ayuda. Al
principio, recibí rechazos, empero, el trabajo duro y diario me
permitió conseguir lo necesario para sobrellevar mi enfermedad. Así
transcurrieron cinco años.
La posterior
noticia que recibí acabó por derrumbarme: debía hacerme un
trasplante de corazón. ¿Cómo lo solventaría? Decidí pedir ayuda
a un canal de televisión, yo había sido soldado y tenía una
medalla al valor, en consecuencia mi problema podía ser de interés.
Por fortuna, un programa televisivo muy visto me apoyó, mi caso fue
apreciado por millones de compatriotas y recibí importantes
donaciones de empresas y de ciudadanos comunes. Logré inscribirme en
un novedoso proyecto clínico que ofrecía esperanzas a pacientes
graves con padecimiento cardiaco. En un mes me colocaron en la lista
de espera para un nuevo órgano.
La operación fue
un éxito, lo que me faltó para cubrirla lo pedí prestado, me
endeudé mucho, pero han pasado otros cinco años y casi he devuelto
todo el empréstito. He salido adelante con la ayuda de nuevos amigos
y de mi novia, una muchacha fabulosa que trabaja como enfermera.
Desde que salí vivo de la sala de operaciones me planteé una
importante meta: encontrar a la persona que me cedió su corazón,
que me lo donó sin saber de mí.
Este órgano es
muy fuerte, me siento con gran energía, con la capacidad de lograrlo
todo. En unos meses me casaré, en unos años, de seguro, tendré
hijos. Mi vida ha dado un completo giro, todo gracias a aquel
personaje con el que he soñado muchas veces. No podré saludarlo a
viva voz, pues ha muerto, pero quisiera saber su nombre, cómo es su
rostro, a qué se dedicaba; me encantaría conocer a sus familiares,
expresarles a ellos mi gratitud. Visitar al donante en su tumba,
llevarle flores, rezar por él, agradecerle desde mi interior. Quiero
saber quién es, deseo enterarme ya. Mario, mi mejor amigo, quien es
detective, me ha ayudado con la búsqueda. Hoy me traerá el
resultado de sus indagaciones.
El timbre suena,
es él. Lo hago pasar, me cuenta que tiene buenas noticias.
—¡Lo encontré!
—dice.
Al fin sabré
quien me donó su corazón.
—¿Quién es?
—pregunto con suma alegría.
Mario menciona el
nombre.
Titubeo unos
instantes y sólo atino a decir:
—Repítelo, por
favor.
Mario repite el
nombre. Quedo paralizado, me es imposible creerlo. ¿Él? ¿Por qué
él? ¿Por qué tiene que ser su corazón? Le doy las gracias a mi
amigo y le pido que por favor se vaya, que me deje solo.
—¿Lo conoces?
—me pregunta antes de marcharse.
—No —miento.
No puedo
confesarle que yo, apenas a los veinte años, dejé malherido a ese
hombre en un conflicto armado en el interior del país. No puedo
contárselo a ninguno de mis amigos. ¿Se lo podré decir a Claudia,
la mujer que amo? No. ¿Se lo podré decir algún día a mis hijos?
¿Qué pensarán de mí? ¿Qué opino yo de mí en este momento? Lo
dejé para que muriera, intenté enviarlo yo mismo al otro mundo de
un balazo, sin embargo, no me atreví a hacerlo, no de inmediato. Él
era un soldado renegado, un mercenario, había recibido dinero para
proteger a los terroristas que atacaban la zona, que sometían a los
campesinos residentes. Según su historial, había matado a una
mujer, su esposa, un año antes, aunque se presumía que el crimen
fue accidental, había escapado de Lima y se había refugiado en
aquella región inhóspita, dispuesto a seguir actuando con saña,
con maldad. Recuerdo que le dispararon a mi grupo, que corrí y me
perdí entre la maleza, recuerdo que escuché sus pasos atrás de mí,
el sonido del gatillo de su arma al ser presionado. Me apuntaba
directo a la cabeza, la metralleta se había trabado para suerte mía
y aproveché la oportunidad, le di un tiro en el cuello. Un disparo
preciso que me salvó. Su salud por mi vida. Él tenía mi edad por
aquel entonces. Eligió un camino erróneo y yo lo castigué en el
campo de batalla; incluso me burlé en su rostro, le dije que se lo
tenía merecido y que ahí se lo comerían los insectos. Él me
suplicó por ayuda, me dijo que ya había perdido, que al menos lo
llevara prisionero; no obstante, me reí en su cara de su actual
estado y le disparé en la panza. En sus ojos logré visualizar un
terrible odio que me hizo escapar de ahí a toda prisa. Luego me
enteré de que el sujeto no había muerto con los balazos, de algún
modo resistió las heridas, fue llevado a un hospital donde acabó en
un coma profundo. Tengo entendido que uno, o quizá dos familiares,
no sé, pagaron para que lo mantuviesen con vida. Es solo cuestión
de atar cabos. Sobrevivió y en sus datos accedía a donar órganos,
su pariente o parientes de seguro estuvieron de acuerdo con ello.
Nunca me acusó, no le hubiera convenido hacerlo, de seguro huyó y
se escondió en cuanto pudo ponerse de pie. Había orden de captura
por sus crímenes. Ahora, al fin ha muerto, ¿o acaso…? ¿Por qué
el destino me ha tendido esta trampa? ¿Por qué tuve que buscar con
desesperación a aquel que me donó su corazón? ¿Por qué tengo que
llevar dentro de mí una parte vital de quien pudo ser mi verdugo,
del que fue mi víctima? El único ser humano que he lastimado con
rudeza en mi vida. Una existencia que he arruinado. ¿Qué he de
hacer ahora? ¿Olvidarlo? No podré. ¿Ignorarlo? Lo intentaré.
Esta súbita
mezcla de emociones no me permite darme cuenta de que mi
pecho se abre, algo intenta salir, una cosa húmeda que provoca un
dolor horrible, me muerdo la lengua, grito, caigo de costado, mis
huesos se rompen, mi carne se abre y oigo sus carcajadas, es rojizo,
circular, se sostiene en cuatro patas, veo su rostro satisfecho, aún
ávido de sembrar el caos y el dolor. Intento decir su nombre, mas no
lo consigo. Estoy aún con vida, ha de ser porque sus venas se hallan
todavía conectadas con las mías. Voy a cerrar mis ojos, el engendro
se prende de mi rostro y susurra, no lo oigo, todo es rojo, la
sangre, me muerde…
Tras acabar con su víctima se va, corre por el pasillo, salta por una ventana rompiéndola.
Mientras avanza,
piensa que ha sido una preciosa casualidad terminar justo en ese
pecho, en el hombre del cual quería, con delirio, vengarse en vida,
y no pudo, porque la muerte lo atrapó de pronto, producto del gran
daño que le produjo ese infeliz durante una refriega. No obstante,
despertó, y su deseo se hizo realidad, de la forma más inesperada y
gozosa. Ahora su limitada consciencia lo conmina hacia una ruta
inevitable: el cementerio. No tiene otro sitio a dónde ir. Además
siempre se ha sentido cómodo en sus entrañas. No importa que se
estén pudriendo; se reunirá con sus restos, y descansará. Al menos
durante un tiempo breve.
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