Jack The Ripper
London, Whitechapel, 1888
Señal
certera la sonrisa
que
me llevó al paraje.
Allí
estaba
toda
ella envuelta de crepúsculos
y
yo, con mi tremendo sol a cuestas
¡quemándome!
¡quemándome!
No
fue difícil apropiarse del engaño,
blandir
el bisturí encendido
que
le abriera en dos la entrega
y
saciarme de esas flores estalladas
para
después ¡bailar! ¡bailar! ¡bailar!
con
el collar de sus vísceras
colgándome
del pecho.
¡Bailar!
¡bailar! ¡bailar!
ese
clamor del día
y
hasta el hartazgo de la sangre,
hasta
el último aroma de su cuerpo.
(del
libro “El que devora”)
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