Roja
De-Menta
Roja
De-Menta abrió sus enormes fauces en un gesto cruel, ante el
aterrado y diminuto Lobo, que recién en ese momento comprendía su
destino. Se veía más grande e imponente sin su disfraz de niña
inocente y antiséptica, con la que sedujo a Lobo. -A Lobo le
gustaban así-, por eso no le importó que Roja fuese 10 años mayor,
-a Lobo, le gustaban así, experimentadas, y que tuviera el rostro de
la abuela, avejentado. Aquello de niña indefensa era puro cuento
oficial, Roja mentía sobre su edad impunemente, como muchas
mujeres. Además, Lobo tenía tendencias sadomasoquistas, y aparte
de imaginar otras cosas, era muy feliz encerrado en ese enorme
frasco de vidrio blindado. Los dos eran un dulce acopio de
anormalidades armónicamente juntas.
A
Roja le encantaban las Ciencias Naturales y las practicaba, así,
planeaba diseccionarlo vivo. En ese pequeño y obscuro cuarto, en una
vitrina apolillada estaban ya en galería la abuelita, el cazador y
el dueño del condominio de abuela, flotando en alcohol.
Mientras
preparaba el instrumental, sonreía con esa boca dientona y
asimétrica, algo inusual en ella, pues su rostro no transmitía
emociones. No se dio cuenta que el recipiente asignado tenía en la
tapa restos de polvo explosivo alienígena, que su hermano Capirote
Azul, muy aficionado a mezclas extrañas, olvidó limpiar de algún
experimento. ¡Ah!, si hubiesen recordado las enseñanzas de su
madre, antes de haberlos abandonado para formar otro hogar
disfuncional, con un príncipe ya divorciado de una tal Rapunzel.
El
extracto espacial se activó con la baba que le caía, de puro
gusto, pues disfrutaba extasiada el momento de abrir a sus víctimas.
Ese insignificante detalle detonó la gran explosión que destruyó
todo el laboratorio en la abandonada casucha. Mientras los restos
salían desperdigados llevándose el alma inmortal de la De-Mente,
por las leyes de la inercia y con bastante suerte, Lobo salió ileso
del asunto, aunque amnésico y atolondrado. Al fondo, el sol del
ocaso celebraba su recién adquirida libertad.
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