martes, 3 de enero de 2017
Cristian Javier Ambrosio
Entré allí,
al rincón secreto del bosque umbrío.
No sé cómo llegué a ese sitio,
pero ningún otro me resultó tan familiar.
A kilómetros de distancia
de toda expresión consciente,
la nieve y la tierra me recibieron en su seno.
El silencio, sin embargo,
hablaba con voz antigua.
Tan antigua como el Caos.
Desnudo me tendí en la fosa.
Mis uñas sangraron al abrir el hueco,
pero enseguida los elementos
cauterizaron la herida.
Thanathos me abrazó.
Un ser blanco me ungió
con sangre pestilente.
Las larvas lamieron codiciosas
mi carne inmóvil.
El viento en las altas ramas
trajo risas maléficas.
Mil ojos invisibles
observaban la escena,
ávidos de dolor,
acechando la tumba.
Y me dejé llevar
en alas de un gran pájaro negro
al palacio más blanco que viera jamás.
Allí arde el fuego eterno
de ancestral sabiduría,
de perpetuo desacuerdo
con las leyes todas.
Aguarda a que tengamos valor
para conocer las profundas revelaciones.
Por cada ser hay un camino
a ese fuego.
Son millones los que nunca
serán descubiertos
y mucho menos
transitados.
Allí entré,
el bosque surge una tarde cualquiera.
Hay allí un rincón secreto
del que nunca se vuelve.
Ahora vivo en ambas orillas.
Un día
me quedaré para siempre
del otro lado.
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