miércoles, 4 de enero de 2017
martes, 3 de enero de 2017
El Doctor CLOCK
El Tribunal de los espectros
Aquel
que cruza las viscosas calles del mal
succionará
la carnosa ira del universo
Señor Destino
Los
Parpados
esas
escamas malolientes devoradores de sueños
como
lo destésto...
al
mover las maldiciones
aquellos engendros congelan
los
cinco desprecio del infierno
y
estarás ahí para ser demacrado
no sabes que el miedo
son esos perros
que en la bruma
lamen tu piel cuando caminas
sobre
la frente de Beelzebub
una
vez que llamas a la noche
Thanatos posa por la ventana
dando
el informe de tu fin
en el castillo de la
incógnita
y
cuando la corte de su veredicto
los
lobos te correrán sobre el túnel del abismo/ mientras los demonios
jugaran con tu
rostro
y al final/ el barco de la muerte espera para que embarques
La biblioteca de los libros vivos
Has entrado a la biblioteca del Ciclope donde guarda cada libro de monstruos, vampiros, locuras, asesinos, y demás seres que hallas conocidos en los genios de la literatura del terror, misterio y suspensos, ¿pensate que has leído todo? jajaja acompáñenme…
You've
come to the library of Cyclops, where
you keep every book of monsters, vampires, follies, murderers, and
other beings find yourself known in the literary geniuses of terror,
mystery and suspense,? pensate that you have read it? join me ... lol
Detrás
de esta puerta secreta, se encuentra unas escaleras, y debajo esta la
biblioteca de los libros vivos, nadie se atrevió a bajar es un lugar
lleno de temor solo yo puedo bajar, ahí hay libros que se han
olvidados por el transcurso de los años, solo se los menciona por
simple comentarios, pero nunca mas sean vuelto a leer, eso genero que
sus personajes cobren vida y conversan entre si allá
abajo.
Escuchas
eso son gruñidos hoy serán los primeros en acompañarme, tomen una
antorcha, bajemos, esta oscuro y húmedo jajaja miren ahí esta
saliendo un libro que esta a punto de leerles…
Behind
the secret door is a staircase, and below this the library of living
books, no one dared to go down is a fearful place I can only go down,
there are books that have been forgotten over the course of the years
, mentions only the simple quote, but never more have been reading,
that genre that his characters come to life and talk to each other
down there.Hear
that are grunts today will be the first to join me, take a torch, go
down this dark and damp this out there lol look at a book that is
about to read
Transición
Algernon Blackwood
John Mudbury regresaba de sus compras con los brazos llenos de
regalos navideños. Eran las siete pasadas y las calles estaban
atestadas de gente. Era un hombre corriente, vivía en un piso
corriente de las afueras, con una mujer corriente y unos hijos
corrientes. Él no los consideraba corrientes, aunque sí los demás.
Traía un regalo corriente a cada uno: una agenda barata para su
mujer, una pistola de aire comprimido para el chico y así
sucesivamente. Tenía más de cincuenta años, era calvo, oficinista,
honesto de hábitos y manera de pensar, de opiniones inseguras, ideas
políticas inseguras e ideas religiosas inseguras. Sin embargo, se
tenía a sí mismo por un caballero firme y decidido, sin percatarse
de que la prensa matinal determinaba sus opiniones del día. Y vivía…
al día. Físicamente estaba bastante sano, salvo el corazón, que lo
tenía débil (cosa que nunca le preocupó); y pasaba las vacaciones
de verano jugando mal al golf, mientras sus hijos se bañaban y su
mujer leía a Garvice tumbada en la arena. Como la mayoría de los
hombres, soñaba, ociosamente con el pasado, se le escapaba
embarulladamente el presente, e intuía vagamente -tras alguna que
otra lectura imaginativa- el futuro.
-Me gustaría sobreexistir -decía- si la otra vida fuera mejor que ésta -mirando a su mujer y sus hijos, y pensando en el trabajo diario-. ¡Si no…! -y se encogía de hombros como hace todo hombre valeroso.
Acudía a la iglesia con regularidad. Pero nada en la iglesia lo convencía de que iba a subsistir en la otra vida, ni le inclinaba a esperar tal cosa. Por otra parte, nada en la vida lo convencía de que no fuera o no pudiera ser así. «Soy evolucionista», le encantaba decir a sus pensativos amigotes (delante de una copa), ignorando que se hubiera puesto en duda jamás el darwinismo.
Así, pues, volvía a casa contento y feliz, con su montón de regalos navideños «para la mujer y los chicos», y recreándose con la idea de la alegría y animación de su familia. La noche anterior había llevado a «su señora» a ver Magia en un selecto teatro de Londres frecuentado por intelectuales… y se había entusiasmado lo indecible. Había ido indeciso, aunque esperando algo fuera de lo corriente. «No es un espectáculo musical -advirtió a su mujer-; ni tampoco una comedia o una farsa, en realidad», y en respuesta a la pregunta de ella sobre qué decían las críticas, se encogió, suspiró y enderezó cuatro veces su chillona corbata en rápida sucesión. Porque no podía esperarse que un «hombre de la calle» con una pizca de dignidad entendiese lo que decían los críticos, aunque entendiese la Obra. Y John había contestado con toda sinceridad: «Bueno, dicen cosas. Pero el teatro está siempre lleno… y eso es lo que cuenta».
Y ahora, al cruzar Piccadilly Circus entre el gentío para coger el autobús, quiso el azar que (al ver un anuncio) le absorbiese el cerebro dicha Obra particular, o más bien el efecto que le causara en su momento. Porque le había cautivado lo indecible: con las maravillosas posibilidades que insinuaba, su tremenda osadía, su belleza alerta y espiritual… El pensamiento de John se lanzó en pos de algo: en pos de esa sugerencia curiosa de un universo más grande, en pos de la sugerencia cuasi divertida de que el hombre no es el único… Y aquí chocó con una frase que la memoria le puso delante de las narices: «La ciencia no agota el Universo», ¡al tiempo chocaba con otra clase de fuerza destructora…!
No supo exactamente cómo ocurrió. Vio un Monstruo feroz que lo miraba con ojos de fuego. ¡Era horrible! Se abalanzó sobre él. Lo esquivó… y otro Monstruo salió de una esquina a su encuentro. Corrieron los dos a un tiempo hacia él. Se hizo a un lado otra vez, con un salto que podía haber salvado fácilmente una valla, pero fue demasiado tarde. Le cogieron entre los dos sin piedad, y el corazón se le subió literalmente a la boca. Le crujieron los huesos… Tuvo una sensación dulce, un frío intenso y un calor como de fuego. Oyó un rugir de bocinas y voces. Vio arietes; y un testudo de hierro… Luego surgió una luz cegadora… «¡Siempre de cara al tráfico!», recordó con un grito frenético; y merced a una suerte extraordinaria, ganó milagrosamente la acera opuesta.
No había duda al respecto. Se había librado por los pelos de una muerte desagradable. Primero, comprobó a tientas los regalos: los tenía todos. Luego, en vez de alegrarse y tomar aliento, emprendió apresuradamente el regreso -¡a pie, lo que probaba que se le había descontrolado un poco la cabeza!-, pensando sólo en lo desilusionados que se habrían quedado su mujer y sus hijos si… bueno, si hubiese ocurrido algo. Otra cosa de la que se dio cuenta, extrañamente, fue de que ya no amaba a su mujer en realidad, y que sólo sentía por ella un gran afecto. Sabe Dios por qué se le ocurrió tal cosa; el caso es que lo pensó. Era un hombre honesto, sin fingimientos. La idea le vino como un descubrimiento. Se volvió un instante, vio la multitud arremolinada alrededor del barullo de taxis, cascos de policías centelleando con las luces de los escaparates… y avivó el paso otra vez, con la cabeza llena de pensamientos alegres sobre los regalos que iba a repartir… los niños acudiendo a la carrera… y su mujer -¡un alma bendita!- contemplando embobada los paquetes misteriosos…
Y, aunque no lograba explicarse cómo, al poco rato estaba ante la puerta del edificio carcelario donde tenía su piso, lo que significaba que había hecho a pie las tres millas. Iba tan ocupado y absorto en sus pensamientos que no se había dado cuenta de la larga caminata. «Además -reflexionó, pensando cómo se había salvado por los pelos-, ha sido un susto tremendo. Una mald… experiencia, a decir verdad.» Todavía se notaba algo aturdido y tembloroso. A la vez, no obstante, se sentía contento y eufórico.
Contó los regalos… saboreó con antelación la alegría que iban a producir… y abrió rápidamente con la llave. «Llego tarde -comprendió-; pero cuando ella vea los paquetes de papel marrón, se le olvidará decir nada. Dios bendiga a esa alma fiel.» Hizo girar suavemente la llave una segunda vez y entró de puntillas en el piso… Tenía el espíritu henchido del sentimiento dominante de esta tarde: la felicidad que los regalos navideños iban a proporcionar a su mujer y sus hijos.
Oyó ruido. Colgó el sombrero y el abrigo en el diminuto vestíbulo (nunca lo llamaban «recibimiento»), y se dirigió sigilosamente a la puerta del salón con los paquetes escondidos detrás. Sólo pensaba en ellos, no en sí mismo… O sea, en su familia, no en los paquetes. Abrió la puerta a medias y se asomó discretamente. Para estupefacción suya, la habitación estaba llena de gente. Retrocedió con rapidez, preguntándose qué podía significar. ¿Una fiesta? ¿Sin saberlo él? ¡Qué raro…! Experimentó un profundo desencanto. Pero al retroceder, se dio cuenta de que en el vestíbulo había gente también.
Estaba enormemente sorprendido; aunque, por otra parte, no lo estaba en absoluto. Lo estaban felicitando. Había una verdadera muchedumbre. Además, los conocía a todos; al menos, sus caras le sonaban más o menos. Y todos lo conocían a él.
-¿No es gracioso? -rió alguien, dándole una palmadita en la espalda-. ¡Ellos no tienen ni la menor idea…!
El que hablaba -el viejo John Palmer, el contable de la oficina, recalcó la palabra «ellos».
-Ni la menor idea -contestó él con una sonrisa, diciendo algo que no entendía, aunque sabía que era cierto.
Su rostro, al parecer, reflejaba la absoluta perplejidad que sentía. El impacto del golpe recibido había sido mayor de lo que él había creído, evidentemente… Su cabeza desvariaba… ¡al parecer! Pero lo raro era que jamás en la vida se había sentido tan despejado. Había mil cosas que de repente se le habían vuelto de lo más sencillas. Pero cómo se apretujaba esta gente, y con cuánta… ¡familiaridad!
-Mis paquetes -dijo, abriéndose paso a empujones, alegremente, entre la multitud-. Son regalos de Navidad que les he comprado -señaló con la cabeza hacia la habitación-. He estado ahorrando durante semanas, sin fumar un cigarro ni acercarme a un billar, y privándome de otras cosas, para comprarlos.
-¡Buen muchacho! -dijo Palmer con una risotada-. El corazón es lo que cuenta.
Mudbury lo miró. Palmer había dicho una verdad como un templo; aunque, probablemente, la gente no lo entendería ni le creería.
-¿Eh? -preguntó, sintiéndose torpe y estúpido, confundido entre dos significados, uno de los cuales era bonito y el otro indeciblemente idiota.
-Por favor, señor Mudbury, pase. Lo están esperando -dijo amable y pomposamente una voz. Y al volverse, se encontró con los ojos benévolos y estúpidos de sir James Epiphany, el director del banco donde trabajaba.
El efecto de la voz fue instantáneo debido al prolongado hábito.
-Desde luego -sonrió de corazón, y avanzó como movido por una costumbre inveterada. ¡Ah, qué feliz y contento se sentía! Su afecto por su mujer era real. El amor, desde luego, se había desvanecido; pero la necesitaba… y ella le necesitaba a él. Y a sus hijos -Milly, Bill y Jean- los quería profundamente. ¡Valía la pena vivir!
En la habitación había bastante gente… pero reinaba un asombroso silencio. John Mudbury miró en torno suyo. Dio unos pasos hacia su mujer, que estaba sentada en la butaca del rincón con Milly sobre sus rodillas. Algunos hablaban y andaban de un lado para otro. El número de personas aumentaba por momentos. Se colocó frente a ellas: frente a Milly y su mujer. Y les dirigió la palabra, tendiéndoles los paquetes. «Es Nochebuena -susurró tímidamente-; y les he… les he traído algo… a cada una. ¡Miren!» Les puso los paquetes delante.
-Por supuesto, por supuesto -dijo una voz detrás él-; pero aunque se pasase usted un siglo entero presentándoselos, daría igual: ¡no los verán jamás!
-Creo… -susurró Milly, mirando a su alrededor.
-¿Qué es lo que crees? -preguntó vivamente su madre-. Siempre estás pensando cosas extrañas.
-Creo -prosiguió la niña, ensoñadora- que Papá ya está aquí -calló; luego añadió con la insoportable convicción de los niños-: estoy segura. Siento su presencia.
Sonó una carcajada extraordinaria. Era sir James Epiphany el que reía. Los demás -toda la multitud- volvieron la cabeza y sonrieron también. Pero la madre, apartando de sí a la criatura, se levantó súbitamente con un gesto violento. Se le había vuelto blanca la cara. Extendió los brazos… al aire que tenía ante ella. Aspiró con dificultad, se estremeció. Había angustia en sus ojos.
-¡Miren! -repitió John-. Les he traído los regalos.
Pero su voz, por lo visto, no produjo el menor sonido. Y con una punzada de frío dolor, recordó que Palmer y sir James habían muerto hacía años.
-Es magia -exclamó-. Pero… yo te quiero, Jinny; te quiero… y… y siempre te he sido fiel; fiel como el acero. Nos necesitarnos el uno al otro… ¿acaso no te das cuenta? Seguiremos juntos, tú y yo, por los siglos de los siglos…
-Piense -lo interrumpió una voz exquisitamente tierna-; ¡no grite! Ellos no pueden oírlo… ahora -y al volverse, John Mudbury se encontró con los ojos de Everard Minturn, su presidente del año anterior. Minturn se había ahogado en el hundimiento del Titanic.
Entonces se le cayeron los paquetes. El corazón le dio un enorme brinco de alegría.
Vio que su cara -la de su mujer- miraba a través de él.
Pero la niña lo miraba directamente a los ojos. Lo veía.
Lo que su conciencia registró a continuación fue el tintinear de algo… lejos, muy lejos. Sonaba a millas debajo de él… dentro de él… era él mismo quien sonaba -absolutamente desconcertado- como una campanilla. Era una campanilla.
Milly se inclinó y recogió los paquetes. Su cara irradiaba felicidad y alegría…
Pero a continuación entró un hombre, un hombre de cara solemne y ridícula, con un lápiz y un cuaderno. Llevaba un casco azul marino. Detrás de él venía una fila de hombres. Traían algo… algo…, Mudbury no podía ver con claridad qué era. Pero cuando se abrió paso entre la alegre muchedumbre para mirar, distinguió vagamente dos ojos, una nariz, una barbilla, una mancha de color rojo oscuro y un par de manos cruzadas sobre un abrigo. Una figura de mujer cayó entonces sobre ellas, y oyó a sus hijos sollozar extrañamente… luego otros sonidos… como de voces familiares riendo… riendo de alegría.
-Dentro de poco se reunirán con nosotros. El tiempo es como un relámpago.
Y, al volverse rebosante de dicha, vio que era sir James quien había hablado, al tiempo que cogía a Palmer del brazo, como en un gesto natural, aunque inesperado, de afectuosa y amable amistad.
-Vamos -dijo Palmer sonriendo, como el que acepta un don en la comunidad universal-, ayudémoslos. No lo comprenderán… Pero siempre podemos intentarlo.
La multitud entera, riente y gozosa, se elevó. Fue, por fin, un instante de vida auténtica y cordial. La paz y la alegría y el júbilo reinaban en todas partes.
Entonces comprendió John Mudbury la verdad: que estaba muerto.
Diego Arandojo
SÉ PRUDENTE
Por
Diego Arandojo
Faustino era un niño inquieto.
Una
tarde su gato negro escapó por la ventana. Cuando intentó
atraparlo, el pequeño se resbaló y cayó hacia el patio. Murió en
el acto.
Pero su alma no pereció: surgió en el
otro plano, convertida en una planta con alas.
Cuánta locura hay en el más allá.
Allí donde habitan seres fantásticos. O, en todo caso, es un
sistema diferente al de nuestra realidad.
La planta Faustino vivió
dos milenios hasta que le ofrecieron un trabajo: reencarnar en la
Tierra, en el cuerpo de un recién nacido. Aceptó.
Pero el gato negro también reencarnó.
Con el paso de los años encontró a Faustino (ahora era una niña
llamada Carina). Fueron otra vez amo y mascota.
Murieron. Y regresaron. Murieron. Y
regresaron.
Hasta el fin de los tiempos. Ni un
segundo más ni uno menos.
Hasta el fin.
Mandragora Brujah
AD-HOC
Subjetivamente se
asoma un algo
el espacio se abre y
expande (un ruido seco)
el ojo se detiene
caída
estalla
en mil pedazos lluvia ácida del acoso
las
formas se disuelven el instante es una capsula abierta al vacío
la
eternidad se fagocita
de la
voz invisible en la causa -efecto
la
otredad
siempre
golpeando en nuestros espejos
dejarnos
sin reflejo
y
cubrirla con sombras
cadenas
sutiles
amarrando
cuerpos
que
intentan abrirse con cuchillos
para
tajear la piel que no es propia
y
intenta girar
desplazarse
la
rareza se manifiesta y diversifica la transferencia
que dan
los planos agónicos
imprecisas
y contradictorias
trampas
toman las geometrías de las alas
que
salen de los sexos
ensambladas
y voraces
las
paredes
Kolchak
La trama es sobre un reportero independiente del periódico News Service Chicago, Carl Kolchak, interpretado por Darren McGavin ,quien investigó crímenes misteriosos con causas improbables.
Compositor de la Música del tema, Gil Mell. Numero de episodios 20 y 2 pilotos de 50 minutos. Producción Franfy Productins Inc Universal Televisión. Se emitió el 13 de setiembre de 1974 hasta el 28 de marzo de 1975.
Casi siempre relacionado con algún monstruo, que podía ser Jack el Destripador, un vampiro, un hombre lobo, una momia azteca o el Hombre Musgo.
La serie fue precedida por dos películas para televisión , The Night Stalker(1972) y The Night Strangler (1973). Aunque la serie sólo duró una temporada, sigue siendo popular. En 2005 la ABC ha producido una nueva versión de la serie, titulado Night Stalker .( Kolchak: The Night Stalker ) Origen
El personaje principal se originó en una novela inédita, El Papers Kolchak , escrito por Jeff Rice, (nacido 1944, Rhode Island). Se situa en Las Vegas reportero de un periódico llamado Carl Kolchak sigue la pista y derrota a un asesino en serieque resulta ser un vampiro llamado Janos Skorzeny. Aunque el periodista utiliza el nombre de "Carl", la novela revela que su nombre de nacimiento es "Karel".
El conducía un amarillo Ford Mustang convertible y siempre portando para exclusivas su cámara y grabadora portátil de cassette. El conducía un amarillo Ford Mustang convertible y siempre portando para exclusivas su cámara y grabadora portátil de cassette.Tony Vincenzo ( Simon Oakland ) - Es editor de Kolchak, que parece ser una de las únicas personas dispuestas a tolerar las excentricidades de Kolchak, a pesar de sus argumentos. Vincenzo, tiene un respeto a regañadientes por las habilidades de presentación de informes de Kolchak, pero a menudo se encuentra atrapado entre el celo de Kolchak y de sus propias responsabilidades de gestión. Temperamento viceral de Vincenzo menudo le afecta negativamente a la presión sanguínea y la digestión y que a veces se lamenta de que ¡porque no entró en los negocios persianas venecianas de su familia¡.Ron Updyke (Jack Grinnage) -Es un reportero arrogante rival de Kolchak en INS quien Kolchak se refiere, es todo lo contrario de Kolchak, siempre elegantemente vestido y se codea con la élite de Chicago. Emily Cowles ( Ruth McDevitt ) - Es una periodista de edad avanzada y asesoramiento columnista conocido como "Miss Emily". Cowles aspira a ser un novelista y expresa la pasión por las cuestiones relacionadas con las personas mayores. Ella es a menudo simpatía hacia Kolchak y los dos comparten una muy buena relación de trabajoMonique Marmelstein ( Carol Ann Susi ) - Ella trabaja en la gestión de la oficina del Servicio de Noticias Independiente de Nueva York, la señora Marmelstein es una graduado de la Escuela de Periodismo de Columbia. A pesar de su educación y entusiasmo, muchos de sus compañeros de trabajo creen que ella consiguió su trabajo debido al nepotismo, que ella niega ferozmente.
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