Has entrado a la biblioteca del Ciclope donde guarda cada libro de monstruos, vampiros, locuras, asesinos, y demás seres que hallas conocidos en los genios de la literatura del terror, misterio y suspensos, ¿pensate que has leído todo? jajaja acompáñenme…
You've
come to the library of Cyclops, where
you keep every book of monsters, vampires, follies, murderers, and
other beings find yourself known in the literary geniuses of terror,
mystery and suspense,? pensate that you have read it? join me ... lol
Detrás
de esta puerta secreta, se encuentra unas escaleras, y debajo esta la
biblioteca de los libros vivos, nadie se atrevió a bajar es un lugar
lleno de temor solo yo puedo bajar, ahí hay libros que se han
olvidados por el transcurso de los años, solo se los menciona por
simple comentarios, pero nunca mas sean vuelto a leer, eso genero que
sus personajes cobren vida y conversan entre si allá
abajo.
Escuchas
eso son gruñidos hoy serán los primeros en acompañarme, tomen una
antorcha, bajemos, esta oscuro y húmedo jajaja miren ahí esta
saliendo un libro que esta a punto de leerles…
Behind
the secret door is a staircase, and below this the library of living
books, no one dared to go down is a fearful place I can only go down,
there are books that have been forgotten over the course of the years
, mentions only the simple quote, but never more have been reading,
that genre that his characters come to life and talk to each other
down there.
Hear
that are grunts today will be the first to join me, take a torch, go
down this dark and damp this out there lol look at a book that is
about to read
EL
ARO
Koji
Suzuki (fRAGMENTO)
“Notó
que le faltaba el aire, no exactamente como si se ahogara, pero sí
como si
tuviera
un peso sobre el pecho. Tomoko llevaba algún tiempo quejándose para
sus
adentros
de lo injusta que era la vida, pero ahora, al adentrarse en el
silencio, parecía que
fuera
otra persona. Al bajar las escaleras el corazón le empezó a latir
con fuerza y sin
motivo.
Las luces de un coche que pasaba arañaron la pared al pie de las
escaleras y se
escabulleron.
Cuando el motor del coche se alejó hasta dejar de oírse, la
oscuridad de la
casa
pareció hacerse más intensa. Tomoko bajó las escaleras intentando
hacer mucho
ruido
y encendió la luz del vestíbulo de la planta baja.
Se
quedó sentada en el retrete, enfrascada en sus pensamientos,
bastante rato
después
de terminar de orinar. El violento palpitar de su corazón aún no
había parado.
Nunca
le había pasado nada parecido. ¿Qué le estaba sucediendo? Respiró
hondo varias
veces
para calmarse, se puso de pie y se subió los shorts y las bragas al
mismo tiempo.
«Mamá
y papá, por favor llegad a casa pronto —se dijo a sí misma,
hablando de
repente
como una niña pequeña—. Aj, qué asco. ¿Con quién estoy
hablando?»
No
era como si se dirigiera a sus padres y les pidiera que volvieran a
casa. Se lo
estaba
pidiendo a otra persona…
«Eh,
deja de asustarme. Por favor…»
Antes
de darse cuenta, incluso lo estaba pidiendo con educación.
Se
lavó las manos en la pila de la cocina. Sin secárselas, cogió unos
cubitos de hielo
del
congelador, los puso en un vaso y lo llenó de Coca-Cola. Vació el
vaso de un trago y
Vació
el vaso de un trago y
lo
dejó en la encimera. Los cubitos giraron en el vaso un instante y
luego se detuvieron.
Tomoko
tuvo un escalofrío. Sintió frío. Su garganta seguía seca. Cogió
la botella grande
de
Coca-Cola de la nevera y volvió a llenar el vaso. Le temblaban las
manos. Tenía la
sensación
de que había algo detrás de ella. Algo, desde luego no una persona.
Un hedor
amargo
a carne podrida se percibía en el aire alrededor de ella,
rodeándola. No podía ser
nada
corpóreo.
—¡Basta!
¡Por favor! —suplicó, ya en voz alta.
El
tubo fluorescente de quince vatios parpadeaba sobre la pila de la
cocina como
una
respiración entrecortada. Era nuevo, por fuerza, pero en ese momento
su luz parecía
poco
fiable. De pronto Tomoko deseó haber pulsado el interruptor que
encendía todas las
luces
de la cocina. Pero no podía ir hasta aquel interruptor. Ni siquiera
podía darse la
vuelta.
Sabía lo que tenía detrás: una habitación tradicional japonesa de
ocho tatamis, con
el
altar budista dedicado a la memoria de su abuelo en una hornacina.
Por el pequeño
hueco
que dejaban las cortinas debería poder ver la hierba de las parcelas
vacías y una
estrecha
franja de luz procedente de los apartamentos. No debería haber nada
más.
Cuando
terminó el segundo vaso de Coca-Cola, Tomoko ya no se podía mover
en
absoluto.
La sensación era demasiado intensa, la presencia no podía estar
solamente en
su
imaginación. Estaba segura de que algo se le estaba acercando en ese
mismo instante
para
tocarle el cuello.
«¿Y
si fuera…?» No quería pensar en el resto. Si lo hiciera, si
siguiera por aquel
camino,
se acordaría de aquello, y no creía poder soportar el terror. Había
ocurrido una
semana
antes, hacía tanto que ya lo había olvidado. Era todo culpa de
Shuichi; no
debería
haber dicho aquello… Después, ninguno de los dos pudo parar. Pero
luego
volvieron
a la ciudad y aquellas escenas, aquellas imágenes tan nítidas,
dejaron de
parecer
creíbles. Todo el asunto había sido una especie de broma. Tomoko
intentó
pensar
en algo más alegre. Cualquier cosa menos aquello. Pero ¿y si
fuera…? Si aquello
hubiera
sido real… Al fin y al cabo, el teléfono había sonado, ¿verdad?
«Oh,
mamá y papá, ¿qué estáis haciendo?»
—¡Venid
a casa! —gritó Tomoko.
Pero
ni siquiera después de que hablara la sombra inquietante mostró
ningún
síntoma
de
desaparecer.
Seguía detrás de ella, quieta, observando y esperando.
Esperando
a que llegara el momento.
A
los diecisiete años Tomoko no sabía lo que era el auténtico
terror. Pero sí sabía
que
hay miedos que crecen solos en la imaginación. «Eso debe de ser.
Sí, de eso se
trata.
Cuando me dé la vuelta no habrá nada detrás de mí. Nada en
absoluto».
A
Tomoko le dominó el deseo de darse la vuelta. Quería confirmar que
allí no había
nada
y salir de aquella situación. Pero ¿realmente no estaba pasando
nada más? Un frío
maligno
pareció salirle de los hombros, extenderse a su espalda y deslizarse
hacia abajo
por
su columna, cada vez más abajo. Tenía la camiseta empapada de sudor
frío. Sus
reacciones
físicas eran demasiado fuertes para que fuera solamente su
imaginación.
«¿No
dijo alguien que el cuerpo es más sincero que la mente?»
Sin
embargo, otra voz habló también: «Date la vuelta, ahí no puede
haber nada. Si
no
te terminas la Coca-Cola y te pones a estudiar otra vez, a ver cómo
haces el examen
mañana».
Un
cubito crujió dentro del vaso. Como espoleada por el ruido, sin
pararse a pensar,
Tomoko
se giró.”
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