invocación diabólica
Carlos Enrique Saldivar
Cuando Ulises era niño, la idea del Diablo le
atormentaba hasta el punto de entrar en constantes estados de miedo y
angustia. Sus padres lo llevaron con varios especialistas y el
chiquillo logró superar en alguna medida su terror hacia el Príncipe
de las Tinieblas. No obstante, ni en la escuela (se educó en un
colegio religioso) ni en la universidad pudo dejar de lado la
posibilidad de que el Maligno existiera y se hallara cerca de él,
observando todos sus pasos, acechando para tentarlo o para hacerle
daño. Ulises creía en Dios, el catolicismo era la religión de sus
progenitores, se había criado con esta, la había asimilado de mil y
un formas en el colegio, pero había dejado de ir a la Iglesia
después de hacer su confirmación.
El resentimiento hacia la fe provino de varios
temores que lo atosigaban, sentía que ningún poder celestial era
capaz de frenar los males sociales. Ninguna fuerza surgida del bien
pudo evitar que lo asaltaran cuando salía de la academia
preuniversitaria de noche, que le rompieran la nariz y lo amenazaran
con rebanarle los genitales si denunciaba el hecho. Ese mismo año un
sacerdote intentó seducirlo, primero hablándole con frases un tanto
subidas de tono, luego el sujeto quiso forzarlo en su oficina, tras
una sesión de catequesis.
Toda esa ira creó en Ulises una mentalidad que
con el tiempo lo hizo preferir el camino de la violencia y la
crueldad, antes que ceder ante el infortunio por ser dócil
y blandengue.
Su maldad creció: no podía conservar una mujer a
su lado, perdió a los pocos amigos que tenía, lo echaron de todos
los trabajos; se dedicó a delinquir: asaltos, narcotráfico,
estafas, extorsión; además, perdió contacto con sus padres,
hermanos y otros familiares.
Vivía solo, en las noches planeaba nuevas
crueldades. Se dijo que el mundo donde vivía era horrible y él era
parte de este, las personas cometían a diario actos monstruosos, por
ende Dios no podía existir, el mundo de seguro era gobernado por el
Demonio, él
si era real. Ulises se sentía a menudo observado, mas no le
preocupaba mucho tal sensación, era Satán quien lo veía y se
sentía orgulloso de él, por ende no lo lastimaría, incluso podía
ser que algún día ambos, mediante alguna vía tenebrosa, se
encontraran y realizasen un pacto.
Cierta noche, Ulises atacó a una pareja e intentó
robarles su dinero, ellos se defendieron de modo repentino, pusieron
resistencia mediante golpes y el atracador les disparó a ambos en la
cabeza. Ahora era un asesino, Lucifer lo estaba mirando y aplaudía
tal acto sangriento.
Una tarde, el delincuente ingresó a robar en una
biblioteca, se coló en el área de textos sin ser visto y cogió
cuantos pudo; entre estos se hallaba un ejemplar del «Gran
Grimorio».
Ya en su morada, lo revisó con cuidado y encontró
unas frases con las cuales invocar a la Bestia. Realizó el ritual en
la fecha y el momento indicados en el libro; diversas energías
debían confluir para que el llamado tuviera éxito. Funcionó, sobre
el pentagrama dibujado en el suelo apareció el Anticristo. Era
grande y rojo; tenía nariz de cerdo, cuernos, rabo, pezuñas, un
hocico babeante y repleto de colmillos. Satanás atrapó a Ulises con
sus dientes, le quebró los huesos y se lo comió entero; luego
regresó a la dimensión en la cual habitaba.
Todos los días los hombres hacían ritos para
invocarlo, y aquel
siempre devoraba a los brujos. La carne de los pecadores –en
especial de esta clase de tentados–, le sabía deliciosa.
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