ENTRE OJOS COMPARTIDOS
foto enviada por H.Perntová
Amigo, creo hay vigilias y sueños míos y de
muchas otras personas, mezclados en mi mente, aposentados en alguna parte de
mis ojos. Quizás sean esas miradas durante las cuales mi vista ha sido
impactada por rayos de luz disparados desde muchos otros pares de potentes
ojos, capaces de penetrar dentro de los míos. A ver, cómo pudiera decirlo. Sí,
es como si esas otras miradas se me metieran y desde mi óptica observaran el
entorno, solo que cada uno sigue viendo lo que desea captar y a la vez sumar
sus sensaciones al cuadro que está allá, en el fondo de mis ojos, —sí, allá en
“las retinas de mis ojos”—, como muy bien dicen los que saben de música, “una
pieza tocada a cuatros manos”, solo que este cuadro es una mirada producida por
múltiples observadores a través de los ojos de un solo sujeto: los míos. Te
preguntarás qué ha ocurrido. Espera, sé paciente como he sido yo para soportar
esa intromisión y estar aún, hoy día, sin saber cómo despachar a los intrusos.
Sobre la mesa tenía las pinzas de depilar y el
espejo de aumento. De pronto todo se convirtió en reguero de cosas
sanguinolentas. Ahora que menciono sangre, ¿recuerdas el olor y el sabor de la
sangre? Cuando de niños nos cortábamos, olíamos y probábamos nuestra sangre,
sentíamos placer al chupar esa pequeña herida o pinchazo en nuestras manos o en
nuestros dedos, lugares donde siempre eran comunes esta clase de accidentes
(cuántas acciones primitivas que hacen nos parezcamos a los animales que lamen
sus heridas para sanarlas) . Las cosas que hoy estoy mirando con mis ojos
a la vez que con los de otros, me traen ese olor de sangre tibia, magnificado
al ver los estertores de algunas de esas partes que aún palpitan expuestas
allí, sobre la mesa. Sí, estás impaciente, quieres que avance por una diagonal
para llegar lo más rápido posible al final de mi historia. Cálmate, es
necesario que detalle el escenario para que puedas meterte en los pormenores de
lo que estoy contando.
Prosigo. Estaba depilándome. El día anterior había percibido un nuevo y
diferente vello cerca del lóbulo de la oreja derecha, pelo que parecía mirar
descuidadamente un objetivo concreto; sí, tal cual como lo has entendido;
parecía en vello con identidad, parecía un sujeto, un individuo con todas las características
del ser único, con huellas dactilares propias, vaya uno a saber si en todos los
lugares del Universo cada criatura no esté dotada, aunque solo sea de
la más primitiva identidad —solo iguales a sí mismos—. No era un vello como los
que siempre me había arrancado. Sostenía el depilador en la mano derecha y me
miraba en el espejo de diez dioptrías cuando lo descubrí. Alcancé a tasar su
longitud de menos de un milímetro asomando por la boca de ese poro. Traté de
agarrarlo con la pinza pero cada vez que jalaba sentía que una fuerza quería
llevarse hacia adentro el depilador con mano y todo. Hice miles de tentativas,
cambié tres veces de pinzas hasta que pude tenerlo fuertemente, así empecé a
jalar con todas las fuerzas que me permitía mi debilucha y temblorosa mano.
Miraba ese filamento sostenido con el depilador, observaba también el pequeño
poro por donde asomaba el vello. Vi cómo iba brotando una materia blanda y
cauchuda, como chicle, quizás más blando que un chicle masticado durante muchas
horas. De un momento a otro ya no tuve necesidad de ayudarme con instrumento
alguno porque del poro empezaron a brotar imparables, el vello y la viscosidad,
cayendo sobre la mesa y siguiendo hacia mis pies, donde fueron
ascendiendo por mis piernas y el resto de mi cuerpo, adhiriéndose fuertemente a
él. No preguntes qué sentía, no. No sentía, no vivía, estaba petrificada pero
dándome cuenta que no era a mí cuerpo que se enrollaban esa viscosidad y el
pelo, sabía yo que era al cuerpo de aquél, aunque pareciera que estuviese
ocurriendo en el mío.
Ambos lo sabíamos, también lo intuían los que miraban a través de mis ojos,
aunque la verdad, ya no sé si esto es parte de una mala pasada que me estén
haciendo los entrometidos antes mencionados, o alguna persona falta de oficio,
o una pócima que me hayan hecho ingerir sin que me diera cuenta. ¡Aguanta, no
interrumpas mi relato! Te diré que creo respecto de lo que sentía él. Hay
momentos conocidos por los que han vivido alguna vez un vértigo como éste,
ellos se identificarán con lo que digo y hasta expresarán circunstancias y
sensaciones semejantes tal como si les hubieran ocurrido estos hechos; esto es
parecido a la resaca que produce el beber alcohol puro o montar en
un carrusel que gira sin parar y no lo detiene nadie, aunque le atraviesen
mil palos.
Así era el sentimiento de angustia que él me transmitía y que todos
estábamos viviendo simultáneamente. Él era la viscosidad, era el vello
transformado en largo pelo negro, era también la mirada de los otros y la mía. Sí,
estás en lo cierto. Todos los espejos nos regalan imágenes reales porque, las
miradas que se hayan inmiscuido en su luna, nos ofrecen un porcentaje muy alto
de verdades y concreciones, además de la sumatoria de miles de sucesos que a
través de los ojos de tantos que se miraron en él, quedaron archivadas en su
vidrio. Esto no ha sido un sueño. No lo sugieras, no lo admito. Calla y sigue
escuchándome.
Lo que te relato es cosa cierta. Sí, dije te dejaría saber cómo es su sentir.
Feliz o no, no lo sé. Sí sé que no conoció a qué sabe o huele la congoja y que
sabe de otras muchas cosas. Sabe por ejemplo que mantener la atención sobre
algún objeto o un hecho cuando el observador no es uno mismo sino muchos dentro
de sí, es como estar viviendo miles de días en una sola noche. Esa era su
situación, que intento describirte y que intuí cuando empezó el cuento del
vello. ¿Qué siente uno cuando su yo integral ha sido desplazado de su sitio
central para compartir nicho con infinitud habitantes? Solo sabe que corre peligro,
que lo ronda la locura, que una fiebre inmanejable lo hará delirar. Delirio era
lo que tenía, también náuseas y mucha sed. Hilos de babas colgaban por las
comisuras de su boca.
Fue sobre la mesa. Allí estaba el espejo de aumento. La luz del sol que entraba
por entre las persianas, había disparado un haz de rayos que rebotaron en forma
de miles de universos. Allí estamos en este instante, en uno de esos mundos.
Tan presentes y tan lejanos. Desde nuestro nuevo sitio divisamos allá, dentro
de un ojo muy abierto, el cuerpo de una mujer tendida sobre algún posible
génesis de recuerdos y de olvidos. No ha despertado aún. Es en los ojos de
todos los que la vemos, donde reside su esencialidad. Es a través de la
sensación de nuestra vista que estamos unidos a ella. Es por intermedio del
reflejo de la luz sobre el espejo que… No preguntes más. Calla. Esto es
un mundo nuevo, aún no inventamos ni el pasado ni el futuro.
Prosigo. Estaba depilándome. El día anterior había percibido un nuevo y diferente vello cerca del lóbulo de la oreja derecha, pelo que parecía mirar descuidadamente un objetivo concreto; sí, tal cual como lo has entendido; parecía en vello con identidad, parecía un sujeto, un individuo con todas las características del ser único, con huellas dactilares propias, vaya uno a saber si en todos los lugares del Universo cada criatura no esté dotada, aunque solo sea de la más primitiva identidad —solo iguales a sí mismos—. No era un vello como los que siempre me había arrancado. Sostenía el depilador en la mano derecha y me miraba en el espejo de diez dioptrías cuando lo descubrí. Alcancé a tasar su longitud de menos de un milímetro asomando por la boca de ese poro. Traté de agarrarlo con la pinza pero cada vez que jalaba sentía que una fuerza quería llevarse hacia adentro el depilador con mano y todo. Hice miles de tentativas, cambié tres veces de pinzas hasta que pude tenerlo fuertemente, así empecé a jalar con todas las fuerzas que me permitía mi debilucha y temblorosa mano. Miraba ese filamento sostenido con el depilador, observaba también el pequeño poro por donde asomaba el vello. Vi cómo iba brotando una materia blanda y cauchuda, como chicle, quizás más blando que un chicle masticado durante muchas horas. De un momento a otro ya no tuve necesidad de ayudarme con instrumento alguno porque del poro empezaron a brotar imparables, el vello y la viscosidad, cayendo sobre la mesa y siguiendo hacia mis pies, donde fueron ascendiendo por mis piernas y el resto de mi cuerpo, adhiriéndose fuertemente a él. No preguntes qué sentía, no. No sentía, no vivía, estaba petrificada pero dándome cuenta que no era a mí cuerpo que se enrollaban esa viscosidad y el pelo, sabía yo que era al cuerpo de aquél, aunque pareciera que estuviese ocurriendo en el mío.
Ambos lo sabíamos, también lo intuían los que miraban a través de mis ojos, aunque la verdad, ya no sé si esto es parte de una mala pasada que me estén haciendo los entrometidos antes mencionados, o alguna persona falta de oficio, o una pócima que me hayan hecho ingerir sin que me diera cuenta. ¡Aguanta, no interrumpas mi relato! Te diré que creo respecto de lo que sentía él. Hay momentos conocidos por los que han vivido alguna vez un vértigo como éste, ellos se identificarán con lo que digo y hasta expresarán circunstancias y sensaciones semejantes tal como si les hubieran ocurrido estos hechos; esto es parecido a la resaca que produce el beber alcohol puro o montar en un carrusel que gira sin parar y no lo detiene nadie, aunque le atraviesen mil palos.
Así era el sentimiento de angustia que él me transmitía y que todos estábamos viviendo simultáneamente. Él era la viscosidad, era el vello transformado en largo pelo negro, era también la mirada de los otros y la mía. Sí, estás en lo cierto. Todos los espejos nos regalan imágenes reales porque, las miradas que se hayan inmiscuido en su luna, nos ofrecen un porcentaje muy alto de verdades y concreciones, además de la sumatoria de miles de sucesos que a través de los ojos de tantos que se miraron en él, quedaron archivadas en su vidrio. Esto no ha sido un sueño. No lo sugieras, no lo admito. Calla y sigue escuchándome.
Lo que te relato es cosa cierta. Sí, dije te dejaría saber cómo es su sentir. Feliz o no, no lo sé. Sí sé que no conoció a qué sabe o huele la congoja y que sabe de otras muchas cosas. Sabe por ejemplo que mantener la atención sobre algún objeto o un hecho cuando el observador no es uno mismo sino muchos dentro de sí, es como estar viviendo miles de días en una sola noche. Esa era su situación, que intento describirte y que intuí cuando empezó el cuento del vello. ¿Qué siente uno cuando su yo integral ha sido desplazado de su sitio central para compartir nicho con infinitud habitantes? Solo sabe que corre peligro, que lo ronda la locura, que una fiebre inmanejable lo hará delirar. Delirio era lo que tenía, también náuseas y mucha sed. Hilos de babas colgaban por las comisuras de su boca.
Fue sobre la mesa. Allí estaba el espejo de aumento. La luz del sol que entraba por entre las persianas, había disparado un haz de rayos que rebotaron en forma de miles de universos. Allí estamos en este instante, en uno de esos mundos. Tan presentes y tan lejanos. Desde nuestro nuevo sitio divisamos allá, dentro de un ojo muy abierto, el cuerpo de una mujer tendida sobre algún posible génesis de recuerdos y de olvidos. No ha despertado aún. Es en los ojos de todos los que la vemos, donde reside su esencialidad. Es a través de la sensación de nuestra vista que estamos unidos a ella. Es por intermedio del reflejo de la luz sobre el espejo que… No preguntes más. Calla. Esto es un mundo nuevo, aún no inventamos ni el pasado ni el futuro.
Noviembre 2013
Hola !! Muy agradecida por la difusión de nuestras creaciones.
ResponderEliminarLes deseo un feliz fin de año y un próspero 2014.
Abrazos.
Ana Lucía
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gracias a vos ,por acompañarnos!estimada Ana
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