domingo, 26 de enero de 2014

Ana Lucía Montoya Rendón


                                                         
                                  EMPAREDADA
                        
  Eran muchos. Todos vestidos de blanco. Dijeron debía olvidar todo concepto de ensoñaciones, de ideas y de planes. Exigieron no elaborar proyectos porque no era necesario esmerarse en crear mundos nuevos, había que dejar correr el agua. Dejarla ir cima abajo. Quedarse viéndola caer sobre el valle como velo de novia. Saberla deslizándose sobre una superficie que, aunque rugosa, se dejaba vencer por el ímpetu del alma de los líquidos. Así con el poder del agua se han disuelto las noches y con ellas la necesidad de sentir el sereno. Campo arrasado la capacidad de ser. Sí, ese día sabía que algo de su entorno había cambiado. Las sensaciones de temperatura y de color no aparecieron más. Solo veía desfilar ante sus ojos un proceso acelerado de pérdida. Todo lo que se movía se hizo parte del mobiliario, quedó fijo como una fotografía, solo que ésta estaba en 3D y el tono sepia le hablada de la muerte acercándose en picada sobre ella y sobre sus anhelos. En la habitación estaban el soporte para las bolsas de suero, la silla para el visitante, la mesa de comedor, el tarro para la ropa sucia, las canecas para la basura regular, el pote rojo para la basura de riesgo, la cama enfermera, una mesa de noche, un teléfono, un televisor, el cuarto de baño, las bolsas de los fluidos de la orina expulsada por la uretra y del drene sangroso del riñón derecho. Viendo eso, dio un portazo y se largó, o flotó. Ni supo.
—¿Sabe qué se siente cuando la vida queda congelada entre dos mundos? — preguntó con voz cansada, mirando a través de la ventana las pintas de rojos, amarillos, verdes y ocres de los árboles, entreveradas con el concreto de los bloques de edificios que conformaban el sanatorio. Su pregunta, era más una reflexión que un comunicado. No quería respuesta alguna, solo hablar, susurrar.


Así, congelada, pedazo de carne entre dos rebanadas de pan; era el relleno de un sánduche de realidades y sueños. Era la imagen y el alma de ésa que se miraba en el espejo todos los días para depilarse las cejas. Mundo rígido de tonos tristes y silencios donde había muerto hacia varias décadas, y otro paralelo, que se movía entre los colores de la vida radiante y la algarabía dentro de sí misma. Hoy, justo hoy, dicen de ella, —la que fue—, por la que se reza un novenario y, sin descanso, toman muchas tisanas y tazas de café. No quiso volver a hablar por un buen rato. Estaba sumergida en una montaña de olvidos. Ese punto de fuga se había vuelto su tabla de salvación y la llevaba a guardar como una joya lo poco que de ella  había quedado. ¿Dónde hallar la convergencia? ¿Dónde coincidir? ¿Dónde encontrar ese punto "cero" que todos saben existe pero que tantos ignoran, ¿dónde está? Esa fusión de mundos la dejaba flotando entre ser y no ser, viviendo entre lo tangible y lo sutil, entre la alegría y la nostalgia, entre el amor y el odio, entre el infierno y el cielo. Hubiese querido quedarse en ese punto muerto, sin tener que ir a una fosa. Quedarse en ese lugar donde no importa la piel ni los sentimientos, mucho menos la abstracción de las ideas, ni ser lógico o iluso. Desde esa apertura de la mente sabía que podía lanzarse al vacío y viajar al infinito de dónde nunca debió venir.

¿Sabe? — preguntó de nuevo — ¿Quiere saber usted cómo he sobrevivido en este emparedado? Pues fíjese, sólo me he enterado que vivía así cuando empecé a sentir que hacían cortes a mi pobre ego. La primera dentellada alcanzó a mutilar mi cabeza y me despertó a una dulce inconsciencia. Así, como entre brumas supe que se congelaba mi ser y me envolvía un sopor delirante. Allí, en ese punto, se me despertó el ansia de caer, de despeñarme, de corresponder a las tinieblas que me engullían y que, vertiginosamente, me llevaban hasta un lugar donde todos vivían de igual manera, donde todos éramos hibernantes.

—Señor, mire allí; alguien abrió el refrigerador; adentro hay una cabeza destrozada como si la persona dueña de ella hubiese muerto por impacto. Se ve que ha sido recogida con cuchara para armarla de nuevo y así saber la identidad del muerto; recogieron esos restos como los de las muñecas de porcelana cuando se rompen. ¿Ve cómo chorrea todo lo que ha discurrido por la mente su dueño?

-—Parezco una excreta, me he vuelto mierda— fue el último pensamiento que pasó por su mente.

Ilustración enviada por H.Perntová

1 comentario:

  1. 1A!
    Muchas gracias Dr. CLOCK. Nos encontraremos en las próximas tinieblas, cuando por fin afloje el nudo de la soga.
    Saludos,
    Ana Lucía
    .


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