Liliana Varela -El vacío de la Muerte (de Cuentos Varios-2006)
En cuanto
la vi la reconocí. Era ella. Estaba sentada en un rincón del viejo vagón del
ferrocarril en el que yo viajaba. Parecía distraída, absorta en sus propios
pensamientos, ausente del mundo mismo.
De
pronto y por fracciones de segundos, su mirada se cruzó con la mía la cuál
esquivó rápidamente. Supe en ese instante que sabía que yo la había reconocido.
Dudé
unos minutos antes de actuar; me incorporé y avancé hacia ella; estaba
dispuesto a enfrentarla finalmente. Ella pareció darse cuenta de mis acciones
pero no se inmutó; podría decirse que parecía resignada a su suerte.
Me
paré frente a ella y la observé atentamente; era una bella mujer; de rasgos
suaves y clásicos; de unos 30 años; su figura emanaba pulcritud, elegancia y
clase. Giró su cabeza hacia mí y fijó sus ojos en los míos; por momentos debo
confesar, que sentí escalofríos.
--Eres
tú finalmente --exclamé sorprendido de mi propia voz--.
Su
mirada fue gélida pero creo que a la vez triste.
--¿estás
seguro de no equivocarte de persona? –preguntó segura de sí misma-
--hace
mucho tiempo que te busco...no puedo equivocarme.
Ella
bajó su mirada y me señaló el asiento frente a ella
--púes
si estás tan seguro, siéntate.
Tomé
asiento sin poder aún dejar de mirarla fijamente; ella parecía no prestar mucho
interés al encuentro; muy por el contrario su rostro denotaba hastío, cansancio
y obviamente fastidio por ello.
--¿cómo
me ves físicamente ?—preguntó con su mirada clavada en mí—
--eres
una bella mujer y...
---ah.
–me cortó haciendo un mohín de fastidio y resignación—supuse que eras uno de esos que me desean.
Me
quede callado; no supe que decir.
Pasaron
minutos de silencio que fueron interminables, hasta que por fin ella retomó la
conversación.
--y
supongo que le dirás a todos que me has encontrado –exclamó molesta.
--si
tú no lo deseas no lo haré...pero –me atreví a decir osadamente— yo te
necesito.
--si,
si…–repitió cansada— todos me necesitan pero "cuándo quieren"
--no
te entiendo –la interrumpí-- ¿acaso no es ese tu trabajo?
Por
primera vez noté una mirada distinta de las anteriores: era más que tristeza,
era una amalgama de sentimientos rebosantes de frustración, desdicha, soledad.
--sí
–respondió cansada-- es mi trabajo: soy la muerte.
Luego
calló por unos segundos. Yo la miré sin poder entender aún que le sucedía.
La
buscaba desde hacía años, cuando me detectaron una enfermedad neurológica que
me iría destruyendo paulatinamente los centros nerviosos, comenzando por la
periferia y terminando por el cerebro en cuestión de años, aunque no sabían
cuántos. No tenía cura, ni remedios que calmaran totalmente el dolor –que iría en
progresivo aumento. Era cuestión de esperar a morir en la peor de las agonías;
por eso había querido suicidarme; pero cuando lo intenté, no pude. Intenté
matarme de todas las formas posibles pero ninguna era efectiva: las balas
perforaban pero las heridas cicatrizaban; las píldoras para dormir no tenían
efecto; la cuerda de la cual colgaba para matarme, no apretaba lo suficiente
para asfixiarme; en fin, nada servía.
Hasta
que me enteré de lo que sucedía: la muerte había desaparecido.
Nadie
sabía donde estaba. Había algunos que cantaban alegres porque no morirían,
otros agradecían a Dios esta desaparición, otros podían dormir tranquilos; pero
había un grupo –entre los que me incluía—que deseábamos morir, ya que si bien
no existía muerte, el sufrimiento seguía actuando pero sin llegar a matarnos,
¿de qué servía sufrir eternamente?
Entonces
nos organizamos; aquellos que deseábamos encontrarla, nos propusimos realizar
una búsqueda sistemática y planificada; aquel que la encontrase debía avisar a
los demás fuese donde fuese.
Obviamente
tuvimos trabas increíbles de aquellos que no deseaban que ella fuese
encontrada: nos insultaron, nos tildaron de egoístas; nos echaron a la cara que
por algo nos habíamos merecido padecer esas enfermedades terminales; nos
recordaron que debíamos buscar el bien
de la mayoría y no el de la minoría, como en toda sociedad democrática; en fin,
el único consuelo fue que no podían matarnos, pero sí apresarnos eternamente.
Por eso el grupo que habíamos formado hubo de aislarse de los demás y organizar
todo metódicamente. Y heme aquí...habiéndola finalmente encontrado.
La
muerte me habló sacándome de mi profunda reflexión.
--bien
--dijo--¿qué pretendes ahora que me encontraste?
--bueno
--no sabia que decir ni cómo hacerlo— no sé, supongo que volverás a tu trabajo
habitual ¿no?
Sonrió
amargamente.
--dame
una razón por la cual deba hacerlo –me dijo
--no
te entiendo—dudé--¿es que no existe nadie que mande sobre ti? ¿no tienes
reemplazantes que cumplan tu misión si tú no quieres hacerla? ¿No te manda Dios
y tú obedeces?
--bueno,
bueno –sonrió aún mas—de pronto has hablado demasiado.
Callé.
Debo decir que aunque la desease y fuese su figura la de una bella mujer, aún
así le tenía miedo, no respeto real, sino el respeto que genera el miedo.
--Dios
ó como quieras llamarle tu, es quien me manda, es verdad. Pero también es
verdad que tengo albedrío, aunque debo reconocer que no mucho, sino debería
tener reemplazante – burlándose de si misma—pero ya ves, puedo rebelarme; puedo
decidir no acatar órdenes, puedo decidir "vivir" aunque suene
irónico.
--¿vivir?
¿cómo puede la muerte vivir?
--oh
mortal, insignificante mortal –se mofó molestándome bastante eso—los términos
Vida y Muerte sólo existen para ti y los tuyos; yo no tengo tiempo, ni espacio,
no tengo edad, ni lugar, no fui y seré;
yo soy ahora. ¿Entiendes?, soy eterna, mi trabajo es eterno...y he
decidido dejar de hacerlo.
--pero,
¿por qué? Si tú no tienes vida...no puedes aburrirte, ni sentir nada...
--es
verdad; pero te equivocas en algo...
Me
miró sin pedantería ni soberbia.
--te
contaré ¿qué puedo perder desahogándome con un mortal que tanto me ha buscado,
verdad?
Inclinó
su mirada y pareció entrar en una especie de trance profundo; como si se
esforzase en demasía comenzó su relato.
--no
recuerdo haber tenido un comienzo en este trabajo, como te dije, no tengo
principio ni fin; pero bien, recuerdo que en antiguos tiempos realizaba mi
trabajo sin incomodidad alguna, pero luego cada vez que debía llevar a alguien,
éste se horrorizaba al verme, gritaba, sufría por tener que venir
conmigo...sólo muy pero muy pocos me recibían con alegría, porque aún hasta los
que como tú decían desearme –me miró por unos segundos y sentí escalofríos--se
arrepentían a último momento e imploraban que los deje quedarse con agonía y
todo.
Cada
vez que sentía el rechazo, el horror, el desagrado a mi persona, me preguntaba
el por qué, ya que no entendía porque los mortales no aceptaban algo que era
lógico en sus vidas y que al fin de cuentas era el sino que tenían desde su
nacimiento; llegué a preguntarme tanto esto que hubo un instante en que no me
hacía mella alguna escuchar ruegos o gritos de horror; hacía mi trabajo y ya.
Hasta que —su voz pareció entrecortarse—no pude precisar si los humanos me
habían contagiado este sentimiento o no, pero debo reconocer que llegue a
sentir un vacío en mi, algo que crecía, una nada que me absorbía todo y que no
podía detener; entonces decidí dejar de hacer lo que hacía; no podía vivir ni
morir, por lo tanto me dediqué a contemplar; observar el aquí y el ahora
y—diciendo con voz entrecortada-- a escapar eternamente de los que como tú me
buscaban, puesto que los que están felices por mi abandono no me reconocen
porque me han sacado de sus vidas, pero lamentablemente los que son como tú se
dan cuenta de quien soy en cuanto me ven…
Callé
una fracción de segundo y pregunté
--¿te
han encontrado otros entonces?
--sí,
muchos más de los que tú piensas--aseveró—
--pero,
no puede ser, nadie ha informado de...
--¡que
tontos son los mortales! –me interrumpió--¿es qué no conoces tu propia esencia
humana? aquellos que me reconocieron, me vieron apenas unos segundos como me
viste tú, una bella y atractiva dama ó una dulce anciana ó un niño feliz, de
acuerdo obviamente a la edad del humano en cuestión; pero a los pocos segundos
se dieron cuenta que no querían morir, que preferían el dolor y el sufrimiento
y el seguir aferrados a lo único conocido por ellos, aferrados a esa dolorosa
vida; todo, todo antes que ir a un lugar desconocido del que no se puede volver
jamás; todo antes que el miedo a la muerte; todo antes que el miedo a mí. Por
lo cual instantáneamente la bella mujer, la amable anciana y el niño feliz,
desaparecieron, quedando en su lugar el cadáver putrefacto con su capa negra y
su guadaña, el monstruo de los cuentos de terror, el fantasma del ser más
diabólico y hasta el mismo Lucifer.
Como
ves, el arrepentido jamás revelará su descubrimiento porque ello le podría
significar el tener que enfrentarse a algo de lo cual ya ha huido en su previo
encuentro. ¿Entiendes ahora por qué nadie supo de mí en tanto tiempo?
--sí,
creo que sí entiendo...
--¿cómo
me sigues viendo tú?
La
miré atentamente, luego de aquel relato debía ver con claridad y precisión en
lo que me estaba adentrando.
--sigues
siendo la misma bella mujer de antes –aseguré—
--eso
implica que debes sufrir mucho con tu pesada vida
--así
es ¿y qué pasará entonces conmigo Muerte? Llévame, haz un último trabajo, nadie
lo sabrá, enviaré cartas a los demás diciendo que abandono la búsqueda y me voy
a un lugar remoto del mundo para estar solo.
--¡que
egoísta eres, piensas sólo en ti y no en los que están como tú!
--¿acaso
tu no eres egoísta también? sólo piensas en tu fastidio, tu rechazo y en tu
pesado trabajo.
Luego
que dije esto, callé; tuve miedo de su reacción. Ella me miró podría decirse
que comprensivamente
--tienes
razón, creo que los humanos me han contagiado muchos sentimientos, entre ellos
el egoísmo; además debo reconocer que también estoy cansada de escapar y
cansada de contemplar cosas que no me llenan; en cierta forma creo que sigo
sintiendo ese antiguo vacío dentro de mí. Quizás mi sino sea este: el de
liberar las almas de los verdaderos atormentados por la agonía física, sin
fijarme en el rechazo de los que se niegan a cumplir su ciclo; puede ser que mi
vacío se llene con la alegría de los que me reciben como tú y no con el dolor
de los que se niegan a venir...
Nos
callamos los dos. Ella de repente se incorporó y me tendió su mano:
--¿deseas
seguir viéndome como una bella mujer? aún puedes arrepentirte si lo deseas.
La
miré y sonreí, por toda respuesta le tomé la mano.
--vamos
--dijo—hay mucho trabajo que hacer.
Y diciendo esto, nos alejamos juntos, tomados
de la mano como dos enamorados.
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