viernes, 17 de junio de 2016

Paulo Manterola




La verdad no hace un sonido


Son las dos o tres de la mañana. Ella duerme. Él se levanta de la cama, cruza un pasillo hasta la sala de estar y sale el balcón en silencio. Prende un cigarrillo, juega un poco con él, hace figuras de humo. Justo frente a él, al otro lado de la calle, hay otro balcón que muestra un departamento con las luces prendidas todavía, el único. En el interior vive una señora que se la pasa sentada en su sillón, a veces mira televisión todo el día, otras veces pinta cuadros. Todas las noches, cada vez que sale a fumar, la señora está ahí. Ella tiene la casa repleta de cuadros suyos, como una galería tristemente exclusiva, ignorada, piensa él, una galería de ella para ella. Él se queda observando un rato, a la señora y a los cuadros. Ella no lo sabe. Después, sus ojos se desvían hacia una sombra que se proyecta en el paredón de al lado, también frente a él; la sombra se mueve. Podría ser él mismo, no lo sabe; podría ser algo detrás de él. Mueve la cabeza para ver si la sombra imita sus movimientos. Podría ser, no es posible estar seguro. Se da vuelta. Nada. Pita el cigarrillo con los ojos en el suelo, nervioso, ansioso. Vuelve a poner los ojos en la pared y en esa sombra. Esta sigue ahí, moviéndose. Lo inquieta. No sabe de dónde viene, o a dónde va. No es un hombre supersticioso, pero esto le inspira un profundo terror. Tampoco sabe mucho de qué se trata esa sensación. Se le ocurre que, quizás, por eso le tememos tanto a la muerte. No sabemos de dónde viene, ni a dónde va. Intenta sacarse esa idea de la cabeza, intenta ahuyentar a esa sombra. Él necesita saber, no puede no saber. Da una pitada profunda a su cigarrillo después de reflexionar todo aquello. Ahora quisiera gritar o llorar, lo que le salga primero. Piensa en la chica que duerme en la habitación contigua; prefiere volver a la señora. No alcanza a ver lo que pinta, no. Ella pinta a un hombre, en un balcón, fumando; algo detrás de él, que no tiene rostro ni forma alguna, lo espera. Él termina el cigarrillo, lo arroja al vacío y se ríe. No puede no saber. Se da vuelta para volver al interior del departamento, pero no. Algo lo detiene, lo paraliza. Su cuerpo cae los cuatro pisos sin hacer un sonido.





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