No se
asusten jóvenes curiosos si tu teclado empieza a derretirse o el Mouse se
transfigure en una serpiente… aquí en esta Sala de los libros
electromagnéticos verán dentro de las mentes los electrones de las
curiosidades, la imaginación, sus lecturas, sus miedos, sus emociones, sus
fantasías sus conocimientos que nunca te lo pudiste imaginar ja ja ja en esta
ocasión verán una de las partes del conocimiento de Stig Von Chronnenberg
Datos bibliográficos: http://www.literatura.org/Bajarlia/jjbbio.html
Los omicritas y el hombre-pez
Cuento de Juan Jacobo Bajarlía
La pecera
medía dos metros de alto por uno y medio de ancho. Era de un material rojizo e
irrompible, semejante a un cristal de color. Estaba emplazada sobre un
promontorio, en el cruce de dos canales cuyas aguas, provenientes del deshielo
de los casquetes polares de Omicron B, se introducían en ella renovándola
permanentemente. En el agua de la pecera se movía (nadaba) el hombre-pez. Medía
50 centímetros
de largo, y braceaba con lentitud, como si estuviera meditando. A veces se
paraba y miraba extrañamente a los niños marcianos que lo contemplaban.
Entonces, éstos lo amedrentaban y le hacían piruetas. Y el hombre-pez recobraba
la lentitud de sus movimientos.
-Está triste
-dijo un niño omicrita ese día, hablando con sus amigos-. Le falta la hembra.
Pero su raza ya está extinguida. La tierra fue destruida hace mucho tiempo, y
ahora sólo es una pequeña bola de plomo cuya órbita se ha desplazado hacia
Omicron B.
-¡Entonces
era un terresiano! -Ni más ni menos. Cuando lo trajeron medía cerca de dos
metros de alto y tenía mucha fuerza. Lo pusieron en la pecera para conservarlo,
y parece que el frío contrajo su corpulencia. Es muy posible que dentro de cien
años más mida un centímetro. Nadie sabe cómo impedirlo. -Si eso es verdad
-intervino otro niño-, el hombre-pez se va a convertir en un gusano. Después
morirá. -No. No morirá ni se convertirá en gusano -repuso
el primer niño-. El frío lo reducirá hasta trasmutarlo en una bacteria. Luego
lo pondrán en un caldo de cultivo, con otras bacterias, para ver cómo se
comporta con sus semejantes. Si da resultado lo utilizarán en la guerra contra Saturno.
Porque tú debes saber que sólo determinados microorganismos pueden enfrentar el
poder destructivo de la energía atómica. Es algo que se está estudiando en el
Planetarium.
Los niños
observaban al hombre-pez. Repetían las hipótesis de sus mayores, y se
imaginaban que ese ser que se movía con lentitud ya era una bacteria, acaso la
más débil de todas, devorada por otras bacterias. Y el hombre-pez miraba a los
niños extrañamente. Tenía los ojos tristes, y a veces abría sus fauces como
para decir algo.
Pero su voz
también se había reducido. Había perdido intensidad. Ahora sólo podía exhalar
algo así como un resoplido ronco, penoso, que dibujaba espirales desvanecidas
en derredor de su figura. De pronto, el hombre-pez pareció irritarse.
Comenzó a
bracear como poseído por la histeria. En vez de nadar trataba de erguirse como
los antiguos hombres que un día habitaron la Tierra. Pero no lo
conseguía.
Perdía el
equilibrio y seguía la irritación. Los niños se miraron. La conducta del
hombre-pez obedecía a la presencia, en ese momento, de un omicrita cuyos
ascendientes habían participado en la guerra de los mundos. Parecía detectarlo
como a uno de los enemigos que habían destruido su planeta. Los niños exigieron
una explicación. Mecranis, entonces pronunció estas palabras:
-Ese animal
que ven en la pecera, que ya no es ni un pez ni un animal sino un mutante
próximo a extinguirse, dio la señal de muerte en la guerra de los mundos
.
Decíase hijo
de un ser omnipotente que había creado el universo para que él lo gozara
o lo
destruyera. Que era capaz de desencadenar el misterio de la materia y formar
otros mundos a su arbitrio. Sin embargo, cierto día quiso escalar el espacio
para matar al ser que lo había fabricado. Construyó una torre para llegar al
cielo. Pero a poco de avanzar, cayó estrepitosamente con todos los suyos,
porque éstos habían confundido su propia lengua, expresándose cada uno con un
lenguaje ininteligible. Siglos después, en reemplazo de la primera, construyó
una torre de lanzamiento, y amenazó a los planetas de su galaxia con la
destrucción. Lanzó miles y miles de robots portadores de eyectores atómicos.
Pero los robots se volvieron contra los mismos terresianos confundiendo sus
mecanismos (como el habla en la torre primitiva), y facilitaron nuestra
defensa. El resultado ya lo saben ustedes por haberlo aprendido en el
falansterio: fue la destrucción de la
Tierra, el más hermoso de los planetas, convertido ahora en
una mole de plomo en órbita de desplazamiento hacia Omicron B. Ya es un
satélite muerto. El único recuerdo vivo que aún queda es el hombre-pez de la
pecera, en cuyas aguas se ha conservado todavía por el alimento extraído de
otros mutantes que se originan en los cuásares. Sin embargo, está próximo a
extinguirse.
Un día
morirá, y la Tierra
será una hipótesis en algún sistema planetario que pobló el cosmos.
-¿Y habla el
hombre-pez?- preguntó el más joven.
Mecranis
extrajo de sus bolsillos un acuófono: dos pequeñas esferas de cristal unidas
por cierto cable rojizo, una de las cuales introdujo en la pecera. La otra fue
ajustada al oído del niño. Y éste oyó los roncos resoplidos del hombre-pez, que
expresaban un lenguaje misterioso que el acuófono traducía simultanea-mente al
idioma omicrita. Las palabras eran siempre las mismas, monótonas, cenagosas,
como si hablara una montaña de barro deshecha bajo la lluvia.
-¿Qué dice el
hombre-pez?- interrogó otro niño.
El niño del acuófono pasó la esfera a su compañero. Y éste al
siguiente. Y así a los demás. Las palabras del hombre-pez no variaban:
-¡Yo soy el
rey de la creación! ¡Yo soy el rey de la creación!
Los niños se
miraron espantados y resolvieron abandonar el lugar. El frío comenzaba a
congelar el aliento. Mecranis, a lo lejos, daba tumbos como una máquina
desvencijada.
Fuente
: BAJARLIA,
JUAN JACOBO,
Fórmula al
antimundo Buenos Aires, Galerna, 1970 (páginas 87-90)
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Libros de Sangre (XXVII): Cómo se desangran los expoliadores
"He visto el futuro del
terror, y su nombre es Clive Barker."
- Stephen King
extraído de
abandonadtodaesperanza.blogspot.com.a
Cómo se
desangran los expoliadores es un perfecto ejemplo del alcance
de la prosa de Clive Barker, y de cómo a partir de una anécdota nimia, un
argumento muy sencillo, y un tema del todo trillado el autor de El juego de
las maldiciones puede extraer oro puro.
El relato está ambientado en el Amazonas, un espacio al que colonos de Europa
-ingleses, alemanes, suecos- han acudido a expoliar el terreno amparándose en
leyes injustas que arrebatarán a los indígenas todo lo que antes era suyo de
forma natural.
Hasta allí han
llegado Locke y sus hombres, y ya han visto cómo han tenido que enterrar a
Cherrick, uno de los suyos, aquejado de una extraña enfermedad que le hacía
sangrar sin parar. Y tanto Locke como el alemán Stumpf saben muy bien que el
difunto no padecía de hemofilia...
En mitad de la calurosa noche, ambos hombres recuerdan lo que ocurrió días
antes, y que les hace pensar que Cherrick podría haberse contagiado de algún
extraño mal tras su contacto con los indios: después de matar a un niño
indígena por accidente, el más anciano de la tribu se aproximó a Cherrick y
pareció maldecirlo pronunciando sonidos ininteligibles que asemejaban a la
banda sonora de la selva. A partir de entonces, cualquier contacto físico
provocaba cortes y heridas en la piel de Cherrick que no parecían poder
cicatrizar...
Posteriormente,
ha sido Stumpf quien ha tenido que recluirse en una sala aislada en el hospital
de la ciudad más cercana. Pero hasta allí llegará la maldición de los
indígenas, porque -como descubrirá Locke más tarde- es imposible huir del
castigo por parte de fuerzas ancestrales...
Barker consigue en "Cómo se desangran los expoliadores" concretar una
amenaza abstracta, y hace de cualquier elemento cotidiano -una brisa de aire
que porta fragmentos de ADN en forma de pieles y cabellos- un arma de
destrucción masiva.