lunes, 1 de septiembre de 2014

Vicente Sáez Vachss


MICRORRELATO −22− 


«TRUCOS DE LA MAREA»

Desde el agua ascendía un torbellino de niebla, y el «Buona Esperanza» navegaba a muy 

buen ritmo. No había luna, pero las estrellas aparecían desperdigadas por el cielo 

semejantes a diamantes sobre un confín de terciopelo negro y el agua despedía una suave 

luminosidad.

El hombre permanecía sentado, en silencio, la mano izquierda hundida en el bolsillo del 

capote, y la derecha en el timón. Contemplando las olas que iban rozando sus 

pensamientos, degastando sus preocupaciones: el subsidio de paro, unas propiedades con 

precio de locura, el futuro empaquetado, envenenado, de escasas perspectivas. Pero, 

entre todos estos pensamientos, que ocupaban su mente cada día, estaban esas jóvenes de 

largas piernas que andaban por el paseo marítimo con sus pechos sin sujetador saltando 

bajo finas camisetas de algodón.

Llevado por estos pensamientos desembocó en un estrecho canal. Los juncos se alzaban 

entre la bruma a cada lado, semejantes a pálidos fantasmas, y el único sonido era el 

constante matraqueo del motor fuera borda.

De repente, sintió cómo un frío polar invadía su estómago. Descubrió a una mujer flotando 

río abajo, yacía silenciosamente entre los cañaverales, meciéndose suavemente en aguas 

poco profundas. Al acercarse, le llegó el hedor del pantano denso y penetrante.

No parecía una mujer, y sin embargo no podía ser otra cosa. La muerte la cubría por 

completo: en los multicolores dibujos de su pecho golpeado, el morado berenjena sobre el 

blanco sin sangre; en los ojos fuera de las cuencas, por lo que tenía la expresión 

desorbitada de un pez tropical.

Paró el motor y empezó a despojarse de sus ropas. Conservó la camisa, el slip y los 

zapatos para resguardarse de rozaduras, saltó por la borda y avanzó hacía la ahogada.

Rodeó a la mujer con sus brazos y le pareció que ella le abrazaba, como si hubiera estado 

esperándole… Casi podía ver su silenciosa sonrisa… ¡Oír su dulce voz…!

Ven conmigo, ―decía la mujer―. Vamos a nadar juntos, no debes tener miedo.

El río, la vegetación, el mundo entero se desvanecía… Sólo oía su cándida voz, 

susurrándole cada vez más deprisa al oído.

La mujer ―tan bella y deseable en vida― exhibía una mueca tensa en la muerte. Su pelo 

estaba enmarañado y manchado de fango, pegado a un rostro hinchado. La boca abierta, 

la barbilla retraída como si estuviera sonriendo.

Entonces notó el cuerpo de la mujer agitarse en turbulencia dentro de la profundidad del 

agua, y el hombre fue sorbido hacia abajo. No podía encontrar el fondo, no podía recordar 

qué lado era arriba, y no tenía aire en los pulmones.

Se hundió al espacio vacío; cayó y cayó hasta que la economía y la belleza de las jóvenes 

mujeres concluyeron de repente. Su boca estaba lo suficientemente abierta como para 

permitir que un chorro de burbujas saliera de su garganta.

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2 comentarios:

  1. Es un honor para mí, formar parte del blog del doctor Clock, donde hay una extraordinaria selección de relatos del género. Un saludo grande. ―Seudónimo: Vicente Sáez Vachss―

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  2. un gran honor para nosotros que estes en nuestro universo de terror
    gracias a vos amigo

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