domingo, 9 de junio de 2013

Diego Arandojo



EL SECRETO: núcleo vital del hermetismo

Por Diego Arandojo





El término “secreto” deriva del latín secretum: una cosa oculta, misteriosa; algo que está separado, apartado del resto.

Desde tiempos remotos, aquellos grupos de personas que han alcanzado alguna clase de conocimiento relevante han necesitado protegerlo de potenciales enemigos que desvirtuarían ese saber, enajenándolo o simplemente popularizándolo.

El hombre, según el investigador Abel Sorge, encuentra dos opciones naturales: o integrarse plenamente en el juego que la sociedad le propone, o por el contrario, organizar su propio juego. Si opta por esta segunda opción, comenzará a germinar en él la necesidad de constituir, o de integrarse, en una sociedad secreta.

Queda claro que en estos nuevos “juegos” resultaba necesario crear toda clase de alfabetos mágicos, a fin de codificar la información obtenida. El lenguaje iconográfico de la alquimia, el enochiano (derivado de los estudios del alquimista John Dee sobre El Libro de Enoch, que relata las visiones de Enoch, llevado en vida a los cielos por Yahvé), el celestial o el Malachim, entre otros, han circulado en estos grupos herméticos, auxiliándolos en su misión de preservación.

El célebre alquimista Roger Bacon (autor del Speculum Alchemle) nacido en 1214, lo afirma explícitamente: “Es una locura escribir un secreto de un modo que no sea el que lo preserve del vulgo”.



El esoterismo, la base de todo



En la noche llegaron los hombres, ataviados con colores símiles, y en sus rostros compartían el mismo signo: se saludaron, se besaron y comenzaron el rito. La compuerta del Templo de Piedra se cerró. Las voces de los conjurantes se extraviaron en el viento, mientras algunos curiosos, instalados en los arbustos lindantes a la construcción, se mostraban aterrados. Toda sociedad que se considere secreta posee un instrumento de trabajo, de estudio y de contemplación: el esoterismo. Para el autor Serge Hutin, la palabra esoterismo procede del griego eisôtheô (literalmente “hago entrar”) y su significado se desprende inmediatamente de su etimología: hacer entrar es abrir una puerta, ofrecer a los hombres del exterior que penetren en el interior; simbólicamente es revelar una verdad escondida, un sentido oculto.

De esta manera y a través de los siglos, todas las sociedades secretas nacieron y perecieron, renacieron y cambiaron, alcanzando límites más allá de las doctrinas oficiales.

La muerte de Jesús de Nazaret desencadenó cientos de creencias alternativas que fueron prosperando con el correr del tiempo y que serían condenadas por Pablo de Tarso (San Pablo) y sus seguidores. Una de estas, la Gnosis (agrupación surgida en el siglo II en Medio Oriente y fundada supuestamente por Simón el Mago) pretendía guiar a la humanidad hacia el Dios Desconocido, el verdadero regente del universo que habitaba una región denominada Pléroma y que se contraponía con el Demiurgo (identificado con el Dios judeocristiano) y sus Arcontes, o ángeles creadores del mundo.

Destruida por la Iglesia de aquel entonces, la Gnosis se vio sumida en la más profunda oscuridad, aunque influyó fuertemente en las sociedades secretas posteriores. Algunas, por ejemplo, fueron variando drásticamente sus objetivos, orientándose hacia el belicismo, tal el caso de  los ismaelitas, o assasins, adoradores del sacerdote-rey Imán, el Anciano de la Montaña. Se desempeñaban secretamente como asesinos en medio de los conflictos desatados en el imperio musulmán después de la muerte de Mahoma en el año 632 D.c.

La sangre seguiría rodeando al esoterismo, no sólo en el Islam, sino el Cristianismo que continuaría aplacando duramente a grupos como los Goliardos, los Valdenses o los Cátaros, quienes difundían un mensaje distinto al de Jesús, hablando de un Dios-Amor al que el hombre debía retornar, depositando su chispa divina sobre él.



El temple y la francmasonería



La religión dejó de ser culto y se convirtió en guerra: una idea contra otra, un sistema de valores contra otro, un hermano que decapita a otro hermano. Lo único que importaba era defender lo considerado sacro.

En el año 1118 nueve caballeros franceses juraron ante el patriarca de Jerusalén, Balduino II, consagrar su vida a velar por los peregrinos que llegaban a Tierra Santa. Nacía así la Orden de los Pobres Caballeros de Cristo, conocida posteriormente como Orden del Temple bajo la regla de San Bernardo de Claravall (un iniciado en los secretos de la cristología hermética).

El primer maestre de esta organización fue Hugo de Payns, quien recorrió Francia, Inglaterra y España en busca de hombres nobles se que quisieran unir a la causa.

La presencia de los templarios, su estricto código de convivencia y de hermandad, su valentía y organización los transformó en la mano fuerte de la Iglesia. Pero no ofrecía exclusivamente un servicio de escolta o de protección, sino que con el correr de las décadas el Temple creció de forma sorprendente, tanto en número de adherentes como en posesiones y patrimonios, lo que le permitió organizar una suerte de “banca medieval” que otorgaba préstamos de sumas considerables a soberanos, grandes nobles, viajeros y mercaderes.

Este formidable poderío económico hizo sombra sobre la Santa Sede –o  al menos así lo creyeron los líderes del cristianismo– y la Orden del Temple fue cruentamente discontinuada hacia 1314, después de un corrupto proceso de enjuiciamiento, en donde no faltaron las confesiones obtenidas mediante la tortura. No obstante, quedarán algunos rastros del saber templario en Europa, más precisamente en Inglaterra, España y Francia, en donde nacerán nuevos grupos esotéricos, como los Pastorcillos y la Compagnonnage, fraternidades en las que se inspiraron los francmasones para crear sus estatutos de igualdad y unidad de todos los hombres libres (Londres, 1717).

Los masones alegan heredar su tradición de dos fuentes fundamentales: un supuesto relato histórico relacionado con Hiram, el arquitecto del Templo de Salomón, Hiram, y las sociedades de albañiles y constructores de catedrales nacidas en la Edad Media. Cabe destacar que existe una tercera fuente, que a mi humilde entender es de relevante importancia, relacionada con el movimiento Rosacruz; una sociedad que surgió aproximadamente en el 1600 fundada por el enigmático Christian Rosenkreuz, autor de La Fama Fraternitatis, La Confessio y Las bodas alquímicas.

El rosacrucismo buscaba la iluminación interna del sujeto, haciéndolo viajar constantemente, estudiando las ciencias herméticas y encontrándose todos los miembros una sola vez al año en un lugar mágico llamado Templo del Espíritu.



El secreto contemporáneo



Con la modernidad y el nacimiento de la ciencia formal y metódica, las sociedades secretas fueron perdiendo paulatinamente adeptos y con ello, su fuerza interna. El secreto pareció extraviarse, fenecer velozmente. Sin embargo, en 1888, William Wynn Westcott y Samuel Liddell MacGregor Mathers fundan la Hermetic Order of the Golden Dawn (la Orden del Alba Dorada), una fraternidad de magia ceremonial organizada en un sistema muy similar al de la francmasonería, en la que se aglutinan toda clase de creencias herméticas y rituales.

Hacia comienzos del siglo XX, la incorporación del controvertido esoterista Aleister Crowley convulsionó la orden. Pese a comulgar con muchas de las ideas y de escalar rápidamente los grados iniciáticos, su postura frente a algunos temas puntuales provocó innumerables conflictos y debates con muchos de los miembros, en especial con Liddell MacGregor Mathers.

Estas discrepancias condujeron a su renuncia indeclinable y a la creación de su propia sociedad en 1907: la A.:.A.:. (Astrum Argentinum - Estrella Plateada) dentro de la cual desarrolló con entusiasmo su sistema esotérico de Thelema (creencia filosófica proveniente del libro The book of the law, pilar del pensamiento crowleano).

Dentro de esta visión particular, la vida debía transcurrir según un precepto: Do what thou wilt shall be the whole of the Law (“Haz lo que quieras será toda la ley”).

Con la desaparición física de Crowley el 1 de diciembre de 1947, sus discípulos se desparramaron por toda Europa, erigiendo distintas organizaciones herméticas (Thelema, la Novus Ordo Aureae Aurora y un largo etcétera) distanciándose de las ya establecidas, como la francmasonería, los rosacruces o la O.T.O. (Orden del Templo de Oriente).

La influencia del “haz lo que quieras” no recayó sólo en los estudiosos o practicantes del arte esotérico. También signó el ámbito musical de los 70, los 80 e incluso el de la actualidad. Artistas como The Beatles, Jimmy Page, David Bowie, Ozzy Osbourne o la emblemática agrupación sueca Therion han mencionado en sus letras distintos símbolos y guiños de alto contenido hermético, lo que se traduce como un retorno a lo espiritual, a lo metafísico, a aquellas fuentes de las que mamó el hombre para soñar el mundo.

La Wicca (corriente religiosa impulsada por Gerald Gardner en los 60, que busca la recuperación de los secretos de la naturaleza; culto que fue demonizado por la Santa Inquisición) o los postulados de la masonería se filtran en nuestros días tanto en productos literarios (La saga de Harry Potter, para citar un ejemplo paradigmático), como cinematográficos (The chronicles of Narnia, Lord of the Rings, The Da Vinci Code, Donnie Darko, Night Watch, Spirited Away, Percy Jackson and the Olympians, The Sorcerer’s Apprentice, entre otras)

Latinoamérica no está ajena a este despertar. Los pueblos originarios que han poblado la región desde tiempos pretéritos y que se vieron profundamente dañados por la conquista europea intentan perpetuar sus tradiciones arcaicas en medio del desinterés gubernamental, con muy pocas excepciones (Evo Morales Ayma, presidente del Estado Plurinacional de Bolivia; un político de raíces aymara).

Los clásicos grupos herméticos persisten actualmente en las grandes ciudades o en las regiones menos pobladas, custodiando los secretos, revelados únicamente a aquellos iniciados. Porque mientras exista un secreto siempre habrá una sociedad que lo proteja.


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